Y, aunque le echa sentido del humor, cuando rebobinamos en sus últimos primaveras, la historia de José Manuel sorprende. En febrero de 2017 empezó a sentirse mal y, en la puerta del Enrevesado Hospitalario Universitario de A Coruña, se desmayó. “Me estaba muriendo. Tuvieron que inducirme un coma porque había tenido un colapso orgánico universal“, relata.
Pasó tres meses en coma y cuando despertó supo que le habían trasplantado el corazón. “Me di cuenta de la reserva de la situación al ver a mis hijas, por lo mal que lo habían pasado”. Y, allí de amilanarse, comenzó con la recuperación. “Hubo un médico que me dijo que en la UCI no había más máquinas a las que conectarme, ya no daban mucho por mi y… Ahí estaba ¡Vivo!“.
La recuperación y la rehabilitación no fueron fáciles. Había perdido el 60% de la masa muscular pero eso no sirvió para frenar sus ganas de ir a más. Tras varios meses de entrenamiento y trabajo, se puso en manos de buenos fisios, agentes deportivos y profesionales a los que recuerda con cariño e intenta apañarse en su campo, con la perspicacia, mientras nos atiende. Y, al fin, llegaron los resultados. “Empecé a anotarme a diferentes competiciones de atletismo y a ingresar medallas. Tengo ya unas cuantas”, presume con humildad y entre risas.
Pero, por encima de todo, está interesado en contar su historia para dejar un mensaje para quienes hayan pasado por poco similar a lo que él vivió. “A los trasplantados les digo que no se queden en casa, que hagan deporte y se muevan porque las familias de personas fallecidas, con su liberalidad, nos han brindado una nueva oportunidad de comportarse. Hay que aprovecharla“. Un ejemplo de fuerza y superación. José Manuel está más esforzado que nunca y lo que le queda.
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