Los avances científicos impulsan las investigaciones criminales


Este texto pertenece a ‘Dossier Sombrío’, un boletín inspirado en el podcast del mismo nombre, que Enrique Figueredo enviará los miércoles con periodicidad quincenal. Si quieres recibirlo, apúntate aquí.

Los que seguimos desde hace décadas la ahora delictiva hemos gastado cómo del acopio de huellas dactilares y hasta de grupos sanguíneos como unos de los pocos rudimentos probatorios se ha evolucionado hasta complejos investigación científicos vinculados especialmente al ADN. La ley cuenta con una utensilio en continuo avance: las técnicas forenses. En 1999, cuando fue asesinada la novato Cuadro Ruíz en la pequeña ciudad de Cervera el seguimiento de rastros genéticos ya formaba parte del trabajo forense, aunque no con la profundidad de hoy en día. Sin confiscación, fue poco más mecánico lo que permitió una identificación: fue la huella de un mordisco en el cuerpo de la víctima. Así cayó Serafín Cervilla, el dañino de la novato leridana, cuyo caso abordamos en Dossier Sombrío.

En el caso del dañino en serie Tony Alexander King, responsable de la asesinato de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes, fueron otras las pruebas las que permitieron su incriminación. Cometió una desacierto que los investigadores pudieron explotar llegado el momento: abandonó colillas de cigarro en la ámbito del crimen, encima de otros rastros añadidos de ADN relacionados con las víctimas y el oficio donde fueron encontradas.

Montserrat González y su hija, Triana Martínez

Montserrat González y su hija, Triana Martínez 

LV

Dedo acusador. Existe una prueba de policía científica que consiste en, mediante ciertos reactivos, entender si una persona ha disparado recientemente un arsenal de fuego al identificar restos del disparo en la piel o en la ropa. Una de las acusadas del crimen de la presidenta de la Diputación de Bizarro, Isabel Carrasco, dio positivo en el test. Concretamente, Montserrat González Fernández.

Palmas y zapatos. El conocido como dañino del párking del judería barcelonés del Putxet, Juan José Pérez Rangel, todavía dejó parte de su pista en las escenas de sus dos crímenes conocidos. Apareció una huella palmar sobre una bolsa, unas huellas de calzado encajaban con el suyo y tiró al suelo la colilla del cigarro que consumió contiguo a una de sus agonizantes víctimas. Luego fue cromo por las cámaras del suburbano alejándose de la zona.

La huella inmaterial. Los especialistas en psicología criminal y investigación de escenas del crimen son los responsables de despabilarse el pista psicológico que dejan los asesinos por el modo en que ejecutan sus crímenes. La Policía Doméstico, por ejemplo, cuenta con sección de investigación de la conducta que apoya a los grupos de homicidios en sus investigaciones.

Contender con monstruos. Precisamente, de la falta de identificar los trazos de comportamiento de los asesinos, especialmente los que actúan de un modo serial, surgieron los pioneros en este ámbito, poco que se produjo en los primaveras 70 del siglo pasado. El estudio de esos criminales convirtió en iconos pop a algunos de ellos, pero todavía en la colchoneta para su clasificación y progreso de los protocolos, como se cuenta en la serie Mindhunter, ahora en Netflix.

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *