“Cuando la letrero se convierta en efectividad, imprima la letrero”. El periodista Josep Miquel Bolló tira de la cita de la película El hombre que mató a Liberty Valance para contar en pocas palabras todo el dolor que más allá de sus secuestradores buena parte de la sociedad perpetró en Maria Àngels Feliu. Este miércoles se cumplen 30 primaveras del final de su secuestro. El más prolongado y cruel de la historia flamante criminal española y al que inexplicablemente sobrevivió una mujer bondadosa y sencilla que este año cumple 66 y que se resiste a dejar de trabajar en su botica.
Bolló fue de los pocos periodistas que la entrevistaron. Y con el tiempo fue incapaz de romper el emboscada de cariño que nació en aquel momento y que mantienen. Como otros tantos cronistas de sucesos, defiende Bolló la falta de permanecer una cierta distancia afectiva con los protagonistas de las historias por si toca retornar a susurrar de ellos, y no para aceptablemente. Pero rompió su regla con Feliu y, pese a las incontables ocasiones que ha escrito y narrado del caso, treinta primaveras luego, todavía es capaz de ofrecer detalles inéditos de esos 492 días de secuestro que tristemente se conmemoran.
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Tras ser liberada, quiso sacar una Coca-Trasero de una máquina de la estación de servicio, pero se le tragó la moneda
¿Qué hará Maria Àngels esta semana?, se pregunta en voz entrada Carles Porta, el periodista al frente de la comercio Crims que en el 2021 publicó La farmaceútica, 492 días secuestrada. Un vademécum para el que se adentró en una investigación de la que salió un nuevo relato del secuestro, sin la ayuda de la mujer, pero con la víctima en el centro de la historia.
torrevieja news today ha juntado a los dos periodistas en el Kiosko del mercado de la Boqueria de Barcelona para rememorar el episodio. “Maria Àngels fue una víctima criminalizada, culpabilizada y estigmatizada desde el primer momento”, asegura Porta. Y así fue. Cuando Bolló se refiere a la película de Liberty Valance es precisamente porque durante todos estos primaveras, aparte honrosas excepciones, a nadie le ha interesado lo que ocurrió en efectividad. El manifiesto, en caudillo, quedó tan fascinado y atrapado por la fuerza de la historia y por las leyendas que se generaron sobre el secuestro, que la víctima pasó a un tercer plano.
Con motivo de estas tres décadas, Ricard Ustrell entrevistó en su software de TV3 Col·lapse a Sebastià Comas, conocido como Iñaki y encargado de la custodia en el cautiverio. Como las últimas veces que abrió la boca, con Tura Soler en El Punt o Carla Turró en el Ara, Sebastià C volvió a colocarse a la valor de Feliu, presentándose como el menos malo de todos los secuestradores. Solo le faltó sostener que deberían darle las gracias porque se desvivió para que aquella mujer convertida en un aparición con el paso de los días, semanas y meses no muriera en ese pozo insalubre, húmedo y con bichos. La liberó el 27 de marzo de 1994 y pasó en prisión 8 de los 17 primaveras a los que fue condenado.
En aquellos días, Sebastià Comas ya era consciente de que el secuestro era una parche, que sus compinches no cobrarían el rescate y que se planteaban dejarla fallecer. Tras un intento fallido de liberarla, finalmente lo logró coincidiendo con el Mercat del Ram. Sacó a Maria Àngels del agujero, la subió a su furgoneta y tras conducir unos primeros kilómetros sin conocer muy aceptablemente dónde dejarla, recordó que en Lliçà había una nave anejo a un bingo y que al terminar una pequeña subida de la carretera, una estación de servicio estaba siempre abierta.
Feliu y el periodista Josep Miquel Bolló
El secuestrador la hizo descender del coche. Ella al punto que se tenía en pie. Estaba completamente encorvada por la desatiendo de musculatura, la pérdida de peso y el hecho de sobrevenir permanecido tanto tiempo sin poder ponerse erguida ni caminar. El hombre le entregó dos monedas de cien pesetas y le advirtió: “Ahora cuenta hasta 2.000 y cuando termines te pones a caminar en dirección a la estación de servicio. Cuando llegues fogosidad por teléfono”.
“¿Tú habrías contado?”, pregunta Bolló. “Maria Àngels contó hasta los 2.000. No se dejó ni un número. Y solo entonces empezó a caminar. Era confusión de vidriera llena y se tuvo que detener varias veces porque le fallaban las fuerzas”. Llegó a la estación de servicio y lo primero que vio fue una máquina de Coca-Trasero. No se lo pensó. Introdujo una moneda. “Se tragó las cien pesetas y no salió la Coca-Trasero”, grita Bolló, compartiendo la sensación generalizada en la mesa de periodistas de pesar y desazón. Es inexplicable descifrar cómo debió de sentirse ella en ese instante.
Maria Àngels había pasado 492 días secuestrada, creyendo en cada momento que sería el posterior y que la podrían matar. Luchando día a día por demorar al subsiguiente. Había pasado escasez, sed, frío, calor y asco, como cuando las hormigas le cubrieron un trozo de pan que guardó; y en ese primer aspecto de dispensa, la máquina la había dejado sin moneda y sin Coca-Trasero. Podría haberse rendido allí mismo. Pero no lo hizo antaño, ni en ese instante. Golpeó sin fuerzas la máquina, llamando la atención del trabajador de la estación de servicio, que se acercó a preguntar qué le pasaba a aquella mujer con pinta de pordiosera. “Soy Maria Àngels Feliu, la secuestrada”, dijo serena. El hombre sabía de la historia, pero no se la acababa de creer, y le pidió como prueba de fiabilidad que le recordara su DNI. Con la numeración anotada, telefoneó a la Municipal Civil, que le confirmó la identidad.
Como hizo el trabajador de la estación de servicio en ese primer instante, a partir de ese momento todo lo que contó Feliu fue puesto en duda. Este diario tituló en portada. “La aparición de Maria Àngels no resuelve las dudas”. ¿Qué dudas había que resolver? Se cuestionó la pundonor, dignidad y entereza con la que apareció frente a los medios de comunicación. No gustó que sonriera. No se entendió su serenidad y generó dudas aquel primer besó fugaz a su marido frente a las cámaras.
Estos días, como todos los que coinciden con alguna momento relacionada con el secuestro, la farmacéutica intentará tener lugar desapercibida y evitará acercarse al establecimiento. Desde hace 30 primaveras, dos de cada cinco personas que entran lo hacen para fisgonear. Durante un tiempo se planteó dejar la botica, pero luego se dijo a sí misma que no, que congruo le había robado el secuestro como para perder además un oficio que le apasionaba.
Aquellos días en aquel agujero maloliente en el que la período se cortó al segundo mes, y del que salió con la espalda podrida por la humedad, sufrió muchísimo sin imaginar todo el daño peor que vendría luego. Maria Àngels Feliu tardó en entender por qué la concurrencia no se fiaba de ella. No comprendía que no la creyeran y que se diera pábulo a teorías como la que decía que huyó con un amigo.
Carles Porta lo resumió muy aceptablemente cuando publicó su vademécum. “Maria Àngels Feliu es la resiliencia de una mujer frente a la imbecilidad caudillo”.
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