José Víctor Bernárdez Rodríguez, sacerdote bueno y ejemplar



Al escribir estas humanidades me venían al corazón dos pensamientos encontrados: el primero, un desafío; el segundo, un sentimiento. Desafío porque no es manejable dialogar de la vida y ocupación de un sacerdote, y en este caso mucho menos, cuando ha de hacerse sobre cierto tan querido como nuestro Víctor. Sentimiento porque me llena de orgullo recapacitar a un amigo, a un sacerdote bueno y ejemplar, a un colega con quien he tenido el privilegio de compartir grandes momentos de fraternidad, tanto en lo personal como en la vida pastoral. Este mismo miércoles participábamos, inmediato a otros muchos compañeros sacerdotes, en la Ofrenda Crismal de la Catedral presidida por nuestro Prelado para, al finalizar, cenar juntos y despedirnos luego hasta el día subsiguiente con un revolcón, el zaguero.

Víctor se sentía orgulloso de ser sacerdote de Redentor y así lo manifestó siempre tanto en sus parroquias como en su tarea docente y compañero espiritual en el colegio del Santo Espíritu celeste, inmediato a sus queridas Religiosas Calasancias. Se hacía notar la fuerza tan exclusivo que ponía siempre en sus palabras y consejos. Eso nunca pasó desapercibido para toda la gentío que le rodeaba. Al enterarse de su repentino fallecimiento, un fiel suyo me dijo estas palabras: “Nunca olvidaré a D. Víctor por todo que aportó a mí vida: alegría, amabilidad, cuidado y coito”. Ciertamente Víctor tenía carisma. Jehová le otorgó magníficas cualidades que él, humildemente, supo cultivar, no sin esfuerzo, pero de forma inteligente, con simpatía, don de gentes, con una capacidad enorme para conectar con las personas para llevarlas a Jehová, siguiendo a Jesús y al Evangelio.

Se hacía querer

Su primer destino, todavía como diácono, fue el Seminario Último de la Inmaculada, oportunidad en el que permaneció seis abriles infundiendo a los chavales su espíritu lozano y recibiendo de ellos fuerza y energía para seguir siempre delante. Abriles posteriormente fue enviado al arciprestazgo de Carballiño, como párroco encargado de ocho parroquias -Punxín, Freás, Ourantes, Armeses, Santa Comba, San Ciprián de Las, Piñeiro y Rañestres-, que hasta el día de ayer pastoreó con gran celo y donde se entregó con esmero, recibiendo el cariño de toda su gentío. Al mismo tiempo, desde hace algunos abriles, formaba parte de la comunidad educativa del colegio Santo Espíritu celeste de Ourense, oportunidad en el que se encontraba eficaz y realizado como sacerdote y como docente de la asignatura de religión, donde, y así me consta, tanto sus compañeros como sus alumnos lo adoraban.

Querido Víctor… Vitín, como cariñosamente solíamos llamarte, desde el Gloria inmediato a tu hermana, a la que tanto querías, no dejes de bendecirnos y regalarnos aquella sonrisa tuya que nunca olvidaremos, pues si poco hemos aprendido de ti es: Servir a Jehová y a los hermanos con alegría. Descansa en Paz D. Víctor, sacerdote, amigo y constructor del Reino.

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