el poema que denostó al conquistador de Toledo


Ahondar en la Etapa Media de la península ibérica es harto complicado, supone sumergirse en un mar de batallas, intrincadas genealogías y múltiples alianzas, encima de una mezcolanza de culturas, dando área todo ello a un entramado de hechos y personajes que sólo los experimentados historiadores y algún meticuloso escritor de novelística histórica, son capaces de discernir. Pero merece la pena si con ello ponemos un piedra de arena en el preciso pedestal de popularidad que merece Alfonso VI (1040-1109), el rey que conquistó Toledo, una habitación secreto en la posterior toma de toda la península ibérica a los musulmanes y que, sin requisa, llegó a sobrevenir a la historia como un mal señor: — ¡Todopoderoso, qué buen vassallo, si oviesse buen señor! — por el Cantar del Mío Cid, un poema que convirtió a uno de sus vasallos en un mito, un héroe fabuloso hasta la exageración, de la mano de su ignorado autor, que iletrado no era, si fortuna un tanto jornalero y fronterizo (paraje cristiano-musulmán).

En el siglo XI, Toledo era una taifa musulmana gobernada por Al Mamún. Alfonso VI había sido acogido allí por el rey moro tras ser desterrado por su hermano Sancho de Castilla (1038-1072), que quería hacerse con su reino, el de Bizarro. Su padre, Fernando I de Bizarro y conde de Castilla había repartido su herencia al vencer (1065) entre los tres hijos varones: Castilla para Sancho, Bizarro para Alfonso y Galicia para García, pero Sancho, el primogénito, creía tener derecho al reino de Bizarro, que por entonces constituía el principal poder político de la península y que daba derecho al título de Imperator Totius Hispaniae. La trifulca entre hermanos se dirimió, como no, con una batalla que ganó Sancho (1072), y Alfonso fue desterrado, un destierro que le permitió conocer desde adentro los puntos vulnerables de los andalusíes. Las hermanas recibieron dos plazas, Picaza Zamora y Elvira Toro. Picaza resistió valientemente un asedio de 7 meses a la ciudad por parte de Sancho, pero finalmente éste murió allí, asesinado, con lo que Alfonso se quedó con todo: Bizarro, Castilla y Galicia.

Aquello fue un mazazo para el burgalés Rodrigo Díaz de Madriguera, fiel feudatario de Sancho, con el que se había formado en la Corte en su infancia, que le había reputado su alférez efectivo (cabecilla de tropas) y al que había defendido en el enfrentamiento con Alfonso. Rodrigo, infanzón de la herido generosidad, incuestionable esgrimidor, sería el mítico y fabuloso personaje de la primera obra novelística (en verso) de la humanidades española, El Cantar del Mío Cid. El homicidio de Sancho dio área a una relación de interés teñida de desconfianza por parte de uno y otro y emponzoñada por el continuo malmeter de la entrada generosidad. Certificación popular de ello es el romance de la Juramento de Santa Gadea (1072), por la que el Cid hizo garantizar al rey no suceder matado a su hermano, una letrero impracticable en el estamental medievo.

Alfonso VI le dio su confianza al Cid, soldado de gran mérito que quiso tener en sus filas y para demostrárselo le casó con su sobrina Doña Jimena, emparentándole con la realeza leonesa. Una de las primeras encomiendas de Alfonso a su feudatario, fue enviarle a cobrar las parias (tributos) de Sevilla (1079), una de las taifas moras en que se dividía Al-Ándalus. Correctamente, pues el burgalés se enzarzó en una batalla con García Ordoñez, primo de rey, que había ido a cobrar las parias de Bomba, batalla que ganó. El estimable le acusó de comportamiento desleal con el rey, de saqueos innecesarios y de quedarse con parte del trofeo. No contento con esto, el Cid incursionó después en el reino moro de Toledo (1081) cuando el rey estaba en una tregua, poniendo en peligro su vida y la negociación. Su imprudencia mereció el primer destierro de Rodrigo.


Antonio Pérez Henares, autor de ‘El Bardo’, en la firma de su novelística, que presentó en el Alcázar de Toledo


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Qué hizo Rodrigo pues irse a Zaragoza y querellarse del costado de los moros. Mientras tanto, Alfonso VI ganaba la gran Toledo (1085) sin la décimo del Cid (aunque algunas leyendas así lo digan), un hito para la cristiandad, que motivó que los almorávides africanos entraran en la península con intención de recuperar la ciudad. Alfonso VI, que quería reanimar sus posiciones en Valencia, se olvida de todo y caloya al Cid en sus filas. En ese momento Alfonso VI le reclama para la batalla de Aledo en Murcia además contra los almorávides (1089). Pero el Cid no aparece, una yerro de traición, con lo que vuelve el destierro, esta vez acompañado de la confiscación de capital. El castellano pasa de moros y de cristianos y se hace autónomo, quiere ser señor de Valencia y lo consigue (1094), muriendo allí (1099). Jimena sigue liderando tres abriles la resistor, pero finalmente es Alfonso VI el que la ayuda a huir.

Alfonso VI, que murió en 1109, fue, por consiguiente, un buen rey, buen soldado, y buen gobernante. Y en su trayectoria, hubo un hito importantísimo, la toma de Toledo en mayo de 1085, por su posición estratégica en la península y por su poder simbólico como hacienda de la Hispania Visigoda, nunca más sería musulmana. Si determinado piensa que tomando Toledo fue desleal con el rey moro Al Mamún, que lo había acogido en su destierro, no fue así. Cuando Al Mamún murió contaminado y heredó su taifa su nieto Al Qadir, éste se revolvió contra el rey cristiano, aprovechando Alfonso la ocasión: envía todo su ejército, consigue el apoyo de judíos, cristianos y algún musulmán y toma la ciudad. Pero es que, encima, fue un rey que supo integrar y repoblar sus territorios, ejemplo de ello es su comportamiento alrededor de los mozárabes de Toledo, respetando su rito, para lo que se tuvo que enemistar al papa del momento, Gregorio VII, los necesitaba. Apoyó además a los judíos a pesar de que el Cantar los ridiculizó, e intentó una reforma administrativa para ganarle ámbito a la aristocracia.

Toledo es reconquistada tras más de tres siglos y medio de ocupación musulmana, repicaron las campanas de todas las iglesias y toda la Europa cristiana se llenó de felicidad, lo que fue la almohadilla para que sus nobles se decidiesen a exhalar la Santa Cruzada. Alfonso tenía una tarea y una encomienda por parte de su padre, que por eso le dejó a él el Reino de Bizarro y no a Sancho. Y lo consiguió: eliminar a todos sus rivales políticos, y coronarse emperador de todas las Españas, para reconquistarla en un único reino con la integración y el respeto por bandera. Por primera vez desde la invasión árabe en el 711, la península era más cristiana que musulmana, y los cristianos ya no se conformaban con cobrar las parias.


Histórica Puerta de Alfonso VI en la ahora, por donde el rey entró a Toledo tras su tras su conquista en mayo de 1085


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El periodista y escritor de novelística histórica Antonio Pérez Henares, que hace poco presentó ‘El Bardo’ (del Cid), en el Alcázar de Toledo flama al rey «inicio privilegiada» y versifica así en su novelística la toma de la gran ciudad en el cantar del poeta medieval: Toledo a punto de caer estaba/ y los moros para entrarla/por la puerta de Almoguera./ Minaya con cien valientes/con la mano en las espadas/ salieron a pie por ella…/ Las máquinas infernales/ al averno se volvieron/derrumbadas en sus fuegos/por el valía de Minaya. /Así se salvó Toledo, /la tesoro del rey Alfonso, / la corona del río Tajo/ y el orgullo castellano. Es preciso mencionar a Minaya, Álvar Fáñez, primo hermano del Cid, que sí tuvo que ver en la toma de Toledo, gallardo soldado, fiel feudatario de Alfonso VI y que sería alcaide de Toledo a la homicidio del rey, por su defensa de la ciudad de los almorávides, un gran capitán, oscurecido además como Alfonso VI por la desmesura épica proyectada sobre el Cid en el Cantar.

El Cantar de Mío Cid aparece por primera vez en una copia firmada por Per Abbat en 1207, aunque se cree fue compuesto ochenta abriles antiguamente. Los cantares de gesta castellanos son un modo antiguo de propaganda para ensalzar a determinado del paraje. Son muchos los desajustes históricos: el Cid no tuvo solo dos hijas, que no se llamaron ni Sol ni Elvira, no se casaron con los maltratadores infantes de Carrión, que no fueron juzgados por ello en Toledo, no tuvo sólo un destierro, ni pudo tener una espada Tizona. Pero eso es lo de menos, el poeta hizo humanidades, lo peor fue considerar al Cantar un documento histórico, un referente franquista, introducirlo en una Crónica de España o enseñarlo como historia en los libros de texto. Siquiera es preciso el tratamiento al rey como acosador, malvado, injusto e incapaz, cuando el Cid fue a su hipérbole y el rey le trató con una paciencia infinita. No me parece preciso siquiera que se haya perpetuado esa imagen del rey que conquistó la gran Toledo en la memoria colectiva, donde murió luchando contra la embestida almorávide en la frontera, cuando encima fue un gobernante brillantísimo, un gran estratega, y un robusto soldado, según los concienzudos prospección de historiadores y cronistas. Pero su mensaje no penetra tanto en el popular, como el de la algarabía festiva y pícara de los juglares de la época. A Alfonso VI le sobraron méritos, pero le faltó un poeta.

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