«Me han puesto como el rey de los psicópatas»


«No salía de indeterminación a cazar, no era un depredador como me decían incluso cuando repetía las pautas… Yo había podido tener muchas más oportunidades, incluso conocí a chicas nuevas. Iba borracho, a lo mejor, y no pasó ausencia. Lo que hacía saltar esa tecla no lo sé. Yo quizás he llegado a conocerme un poco mejor a mí mismo a través de los psicólogos, pero si una persona te dice que tienes cáncer y otra una enfermedad del riñón, pues uno acaba un poco desorientado porque a mí me han puesto como el rey de los psicópatas y, sin secuestro, yo he hecho test y todo y no me han dicho que sea psicópata. Yo ya me había acostumbrado a sostener que tengo que aceptar mi problema para pasar que soy un psicópata y luego me vienen a sostener que no lo soy. Pero bueno, ¡qué cachondeo es este! Y por eso, cuando sale poco de mí en la tele, no la veo, la apago porque me pongo enfermo».

Joaquín Ferrándiz llevaba doce primaveras encerrado en una celda. Había pasado por la mazmorra de Castellón, luego por la de Meco en Madrid y su destino final era Herrera de la Mancha, en Ciudad Positivo, una prisión diseñada en los primaveras ochenta con las medidas de seguridad más estrictas para conservar a etarras sanguinarios y asesinos despiadados. Poco a poco fue acogiendo a los peores asesinos y violadores múltiples como Miguel Carcaño (maligno de Marta del Castillo), Tony King (autor de la asesinato de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes), Patrick Nogueira (que mató a sus tíos y sus primos en Pioz), el maligno de la Baraja o José Bretón. Por Herrera pasó Miguel Ricart (coautor del crimen de Alcàsser) y sigue allí el pederasta de Ciudad Seguido (violador en serie de niñas) o Nanysex, depredador sexual de bebés.

Joaquín seguía siendo el preso modélico de la primera vez, cuando lo condenaron por violar a María José. Pero todos sabían que era el maligno de cinco mujeres. Siempre estuvo en segundo categoría. No se peleaba con otros internos ni tenía problemas con los funcionarios.

Aun así, era consciente de que cumpliría a pulso su condena. «No creo que me den el tercer categoría. Los medios de comunicación se echarían encima. Yo podría pedir permisos, pero soy el primero que no los pide… Es que es muy jodido. Si tuviera que obedecer de mí, cualquiera como yo, estaría acojonado. Mi problema es subjetivo. El psicólogo puede dar su opinión, pero la seguridad del cien por cien no se ve…, ¿cómo lo hacemos entonces?».

En 2010, aceptó participar en un software de la Universidad Camilo José Cela, una investigación de criminología encaminada a la prevención delincuencial, que tomó como muestra a dieciséis asesinos y violadores, entre ellos Ferrándiz. Durante varias sesiones lo entrevistaron y lo sometieron a cuestionarios los criminólogos Paco Pérez Abellán y Carmen Balfagón, encima de la psicóloga. Los resultados nunca se hicieron públicos pese a su evidente interés. La larga conversación inédita es el retrato valentísimo de la mente de un depredador aunque él lo niega.


Imagen del inteligencia celebrado en la Audiencia de Castellón en noviembre de 1999


EFE

Lo primero que les soltó el preso fue que le daba repugnancia lo que salía de él por la tele. «Eso es morbo», les dijo.

Repasan toda su vida desde la infancia, de la carencia de su padre que murió cuando él tenía quince primaveras y al que define como «ese gran desconocido»: «No lo he tumbado de menos, él estaba trabajando en el extranjero. No sé si me ha perjudicado; para cometer un delito, no». Igualmente de la adolescencia, esa que plasmó en sus diarios, con sus primeros cabriolas amorosos, y en la que sí le afectó la asesinato del padre porque tuvo que dejar los estudios y ponerse a trabajar. Y de la envero, cuando cometió su primer delito.

Su época más crítica

«Uno se da cuenta de que el mundo se lo come a él. Lo que más regalo de esa época son fracasos amorosos, tuve una novia de ocho primaveras y fue un tormento. La relación no funcionaba y yo quería que funcionara, pero ella no. De los vigésimo a los veinticinco primaveras es la época más crítica, los saludos más negativos. «Me marcó negativamente. Ella siempre estaba más predispuesta que yo a romper, yo tenía más paciencia, ella tenía más mala crema. A veces hablábamos de futuro, pero a la más mínima discusión ella decía que cortábamos. Sabía que yo me acojonaba, me tenía cogido el tranquillo. Lo dejaba, luego volvíamos. Yo siempre llevaba la iniciativa para retornar. La llamaba por teléfono, le regalaba un montón de veces flores, regalos, estuvimos ocho primaveras… Al final ella cortó».

Acento y palabra de Beatriz, la que parece ser el sexo de su vida, pero no menciona su nombre ni una sola vez. Cuando violó a María José, Beatriz ya no era su novia; «Yo entré por primera vez en la mazmorra, la primera vez por así decirlo que se me cruzan los cables, que me cambia el chip, en el 89, que ataqué a una chica. Yo tenía veinticinco primaveras y ya no salía con ella. Ella había cortado, pero al enterarse de que estaba en la mazmorra volvió conmigo y estuvimos tres primaveras más, venía a gusano, vis a vis y todo…, pero luego se volvió a cansar y ya lo dejó definitivamente».


Imagen de Joaquín Ferrándiz a las puertas de la mazmorra de Herrera de la Mancha


Jesús Signes

Las preguntas que tienen que ver con sus saludos más íntimos, los positivos y los negativos, giran en torno a esa mujer. Les palabra de sentirse querido y dice que es lo que más echa de menos, «el sexo de pareja, más que la franqueza». Igualmente que lo nubla la amargura de ese final escarpado. «Me hizo mucho daño, me hizo reparar muy mal». El hombre que le quitó la vida a cinco mujeres se ablanda con su propio mal de amores: «Fue un tiberio, poco puedo sostener positivo de esa época. Lo único positivo es que yo siempre he estado trabajando. En la mazmorra tenía los mejores destinos, luego cuando salí en tercer categoría me dieron trabajo mis vecinos. Siempre me han alabado porque he cumplido como trabajador».

Tenía veinticinco primaveras cuando violó a María José. Carencia en su trayectoria preparatorio anticipó la bucle de asesinato que vendría luego. De ningún modo había delinquido. Le preguntaron por qué, qué le llevó a hacerlo.

La primera violación

La primera vez por así decirlo que se me cruzan los cables, que me cambia el chip, en el 89, que ataqué a una chica. Yo tenía 25 primaveras

—Estaba como amargado, siempre lo he hablado con los psicólogos que me han tratado…

—¿Lo haces porque sí? —insisten.

—Esa es la pregunta del millón.

—¿No recuerdas qué te dispara?

—A lo mejor ese sentimiento de amargura me hace explotar de repente, pero eso es una sugerencia mía. No me gusta echar culpas a nadie, quizá la amargura o un defecto en mí de principio o que yo tengo, que explotó en ese momento.

Estaba perfectamente de caudal, perfectamente considerado…, el defecto está en mí, no en mi entorno, ni profesional ni deudo ni de relaciones, no lo sé… Si los que están a mi más o menos no tienen la tropiezo, el culpable soy yo. ¿Por qué me explotó en ese momento la explosivo? Eso tendrán que decirlo los psicólogos.

«Un cóctel de pequeñas cosas»

Ferrándiz atribuyó a «un cóctel de pequeñas cosas» que le hicieron explotar en ese momento: «Fue de repente; diez minutos ayer no se me habría pasado por la capital que yo iba a hacer daño a nadie. El anciano problema fue no aceptar que yo tenía ese pronto, ese defecto, porque yo dije que era inocente. Si hubiera pedido ayuda en aquel momento, si hubiera agradecido mi culpabilidad, quizás ahora no estaría aquí».

Habían pasado más de 20 primaveras cuando al fin reconoció que era culpable de la violación de María José, esa adolescente, doble víctima, que sufrió el escarnio de que la llamaran mentirosa, aprovechada y mil desatinos más. «Yo tengo voluntad, creo que sí. Mi anciano defecto es lo que me llevó a delinquir. El defecto, con la epíteto que se le quiera poner, es el que me llevó a la mazmorra».

Le preguntaron cómo lo sintió en ese momento, cómo lo vivió. «Cambié el chip, una cosa de hacer daño. No se piensa…, es como una deseo de hacer daño. Una cosa troglodita que uno pasa de ser del siglo XXI a ser un cavernícola. Es como si una persona no tuviera inteligencia. En esos momentos no me importaba ausencia un pimiento, ni hay inteligencia ni ausencia. A posteriori sí, luego un acojono total, ¡matriz mía, la que he liado! Y luego viene la hipocresía y el cinismo de sostener ‘yo no he hecho ausencia, yo no he hecho ausencia y no quiero asimilar ausencia’, incluso cuando escuchaba poco, quería meterme en una burbuja e ignorar el problema».

El «problema», como lo fogata, son cinco cadáveres, cinco chicas estranguladas porque sí y dos libradas de sus garras por azar. Y él siguiendo con su vida plomizo o blanca, común o frecuente, como si ausencia. Les aseguró a los autores de la investigación que nunca conoció a ninguna de sus víctimas, pese a que la Centinela Civil concluye poco diferente en su crónica. «Siempre se dicen muchas tonterías». Esa fue su respuesta.

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