My Fucking Restaurant, cocina de fusión italobarcelonesa, creativa, verde e informal


El chef Matteo Bertozzi tiene dos establecimientos en la barcelonesa calle Nou de la Rambla: My Fucking Restaurant desde 2017 y el más fresco Assalto Bar de Vins, «spin-off» del primero pero que comparte con el hermano maduro las señas de identidad de su creador. Y es que la puesta por la sostenibilidad, que se traduce en numerosas acciones que pasan fundamentalmente por no gestar residuos y el uso de materias primas procedentes en su mayoría del Parc Agrari del Baix Llobregat, en el caso de las verduras y hortalizas, y de pequeños proveedores de confianza para el resto, son el hecho diferencial de uno y otro establecimientos cercano con la elaboración de platos libres de gluten.

My Fucking Restaurant se ha convertido en pocos primaveras en un restaurante simbólico del Raval. Y lo ha hecho gracias a su propuesta diferencial sin ser un establecimiento vegetariano. Una opción que ha sido recompensada con un Cargolet por parte del movimiento Slow Food, en registro a la faena de aquellos restaurantes que trabajan por y para el entorno, comprometidos con la sostenibilidad, la biodeversidad y la responsabilidad. En el caso de My Fucking Restaurant, el Cargolet se ha otorgado en el apartado de verduras, premiando el compromiso del equipo de cocina con los productos del huerto de temporada y proximidad.

Bertozzi todavía ha conseguido dos rábanos en la prestigiosa finalidad internacional We’re Smart Green Guide, que premia a los mejores restaurantes de verduras del mundo. No es para menos, puesto que sin ser un restaurante vegano, la puesta por los productos verdes de proximidad y su ingeniosa elaboracón hacen de este establecimiento una entrevista obligada para los amantes de la cocina mediterránea dónde se mezclan las raíces del meta y del sur de Italia con las bases adquiridas en Cataluña.

Ausencia más contactar con My Fucking Restaurant el interesado se da cuenta de que se negociación de un verso librado en el mundo de la restauración, puesto que no abre todos los días ni en todas las franjas horarias. Para las cenas, los turistas extranjeros son mayoría, mientras que a mediodía y los fines de semana la centro de los comensales son locales.

El restaurante tiene un brillante de neón en la puerta que confunde al visitante al mantenerse escondido con el resto de tiendas de la populasa calle Nou de la Rambla. Ausencia más entrar, se confirma que se negociación de un restaurante distinto que se sumerge en la historia del Raval a posteriori de traspasar la zona de Bar, con una cómoda mostrador y un espacio para el «show cooking». El subsiguiente espacio es un salón con vistas a un huerto urbano. También hay otra zona más secreta, el privado del chef con conexión directa a la cocina para disfrutar de la sinfonía de la preparación de los platos.

El comensal puede nominar entre dos menús degustación: el de diez pases por 42 euros y otro de 11 pases por 52 que se inaugura con una madreperla natural y otra ahumada, con sashi y sésamo. Aunque se pueden pedir tapas o platillos sueltos, es recomendable apreciar las propuestas del chef en su completitud, que se corona con la selección del maridaje por 25 o 35 euros más, según el menú seleccionado.

El cronista probó la zanahoria cous-cous a partir de humus de garbanzos, todo ello regado con zumo de la misma zanahoria con cilantro, menta y pistachos. Un plato exquisito totalmente vegetal y sin gluten. Un puesta en marcha de menú maridado con Espigol de Parés Baltà, un morapio blanco ecológico monovarietal de malvasía de Sitges sin crianza. Sorprendente la sinfonía de espárragos blancos y verdes en textura con piñones y salicornia, otro plato de verduras, como el rossinyol con stracciatella ahumada y nectarina.

El topinambur, tocino de colonnata y parmentier trufada es otro plato que mezcla raíces italianas, mientras el mollete de steak tartar y scamorza ahumada resulta de lo más agradable maridar con un tinto Pla den Joan, otro morapio orgánico a partir de un coupage de garnacha, cariñena y cabernet sauvignon. El shiso en tempura, ají mandarina y miel es un plato intermedio para aceptar el onglet de black angus a la brasa, y un risotto desafortunado de espinacas y gorgonzola que vuelve a sorprender al ser sin gluten. El menú finaliza con un calamar relleno de sobrasada de Mallorca, holandesa de su tinta ayer de la falsa sacher de chocolate blanco, fresa y vinagre balsámico que es el postre.

Nacido en Rimini (Italia), Matteo Bertozzi es un rancio conocido de la cocina barcelonesa desde que se puso al mando del restaurante O’Destello, en la plaza George Orwell, hace una veintena de primaveras. Su sueño fue siempre rajar un nave que, sin desviarse de aquella cocina desenfadada y lúdica que ha afectado su carrera, ofreciese una propuesta más ambiciosa con la paisaje puesta en la incorporación cocina, sin límites ni encorsetamientos. Eso es My Fucking Restaurant, donde no existen las barreras gastronómicas.

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