Manifiesto contra los prejuicios antitaurinos


Victorino Félix Zapatero Gómez (Toledo, 1949), nombre de granjero, ingeniero en Informática por la Universidad Politécnica de Madrid, retirado ya desde hace unos primaveras, ha escrito el obra ‘Meditaciones Taurómacas. Sobre la justificación de la tauromaquia como arte’, editado por Círculo Rojo y dividido en dos volúmenes, el segundo de ellos adornado con más de 700 fotografías. Su exposición principal es que «la única defensa de la tauromaquia en el siglo XXI pasa por considerarla un arte».

La idea germinó en su comienzo cuando su hijo, además gran apegado, se casó con una ciudadana turca y Victorino estimó oportuno aclarar que «no somos una comunidad de bárbaros, incultos y sádicos». Parece obvio, pero la ignorancia puede datar sobrado remotamente.

«La tauromaquia es un antivalor y no está muy considerada. La niñera de mi nieto, que es de un pueblo perdido de las montañas de Kazajistán, hablando con mi consuegra y conmigo del obra, nos dijo que el torero era muy fuerte, pero un maligno. ¡Y no ha conocido una corrida en su vida! Si esa mujer supiera que es un arte, probablemente esta contestación no la habría donado. A todos los extranjeros, con poco que les expliques, se quedan alucinados y quieren retener más del tema», cuenta como particularidad.

Encuadra la tauromaquia «entre las artes primigenias, que son las primeras que existieron y están ligadas a la expresión de sentimientos». Afirma, eso sí, que «no todo lo que se hace en la tauromaquia es arte» y fija el cambio fundamental en la época de Joselito y Belmonte, hace ahora poco más de 100 primaveras, donde «se empieza a dominar la embestida del animal en vez de torear a la defensiva».

Dejando al beneficio la cuestión de «la sensibilidad» y, por supuesto, a los antitaurinos, «que son muchedumbre con la que no se puede murmurar», Victorino cree que apoyar la tauromaquia desde el punto de paisaje de la tradición es «nefasto» y prefiere enfocarla «en la relación de los humanos con los animales».

A lo holgado del obra desarrolla «el sistema estético de la tauromaquia, entendiendo la estética como la ciencia que se dedica a estudiar la belleza y todas sus vinculaciones». Menciona, a su vez, el reglamento taurino, «que no tienen otras artes» y cuyos «beneficios» son «inmensos». «Es un maniquí a seguir para cualquier otro espectáculo de masas. Hoy días vas a una colección de arte y no sabes lo que estás comprando. Esto significa que el toreo tiene un sentido, que no consiste en ir a la plaza y hacer las cosas de forma caprichosa», expone. Ética, estética y aventura, he aquí los tres componentes que definen «la belleza táurica».

—¿Todos los toreros son artistas o, por el contrario, cuándo surge el arte?

—No todos lo son. El torero intérprete tiene que tener unos talentos especiales. Si uno no tiene capacidad profesional no tendrá mínimo por muy estético que se ponga. Hay que tener sentido. El toro es materia actos viva que cambia y adaptarse a eso no es capaz de hacerlo cualquiera.

—¿Los toreros son conscientes cuando están creando arte o su propia obra les supera?

—El torero es consciente de que está creando arte cuando tiene sentimiento, cuando se olvida de su cuerpo, cuando se gusta. Cuando hay arte serio se nota.

Patrimonio de España

Sobre los prejuicios que abundan en torno a la tauromaquia, singular del manido «maltrato» o «tortura» del animal, Victorino alude a «la manipulación política que se hace, pero no por el concepto del arte, sino por ser patrimonio de España». Y pone los ejemplos de Cataluña o los más recientes de México y Colombia.

—¿Tiene alguna razonamiento identificar la tauromaquia con una ideología?

—Uno de los contrastes que ofrece es el de un señor que está solo en el ruedo con el animal y todo lo demás es una masa de muchedumbre en el tendido. En esa masa social no se distingue a nadie: ni a un político, ni a un rey, ni a un tío de izquierdas, ni a uno de derechas. Luego, es ilógico.

En estas ‘Meditaciones Taurómacas’, Victorino elabora finalmente una especie de manifiesto: «Hoy por hoy, la corrida de toros puede servir de referente frente a las muchas mermas que paulatinamente se van produciendo en la sociedad contemporáneo: pérdida del sentido de los ritos, desenfoque de cómo debe ser nuestra relación con los animales, pérdida generalizada de títulos personales, conformismo, tendencia a ocultar todo aquello que tiene relación con la crimen, obsesión por la seguridad, pérdida del sentido de lo humano y su esencia -dominar los instintos, dominio de la naturaleza hostil…-; alejamiento del medio rural y, por consiguiente, del mundo verdadero».

—Por posterior, ¿quién le merece más respeto: un torero formidable o un condición de la informática como, por ejemplo, Bill Gates?

—Sin lado a dudas, un torero. Y más en el mundo tan globalizado en el que vivimos, lo que implica una semejanza de gustos y costumbres. De ahí que sea fundamental conservar la tauromaquia.

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