“Se me hacía un mundo llevarlo al colegio”



María Ángeles Villabril tiene un hijo con autismo que iba todos los días adecuado al CEIP As Mercedes, aunque a finales de 2019 todo cambió. “Él estaba siempre contento y correteando mientras esperaba que su padre lo recogiese en el cole, pero luego estaba sentado en un asiento a la entrada sereno y llorando”, cuenta la raíz.

Ella sospechaba que poco pasaba porque su hijo, de tres abriles, volvía a casa todos los días con la muda orina. Él había empezado ese año a ir al colegio sin pañal y durante el primer mes no se hacía pis encima, por eso le sorprendía un cambio tan drástico.

Por ello, le pidió a su marido que preguntase en el colegio donde el pequeño se hacía pis y le informaron de que era en el comedor. Frente a la sospecha de que poco pasaba, mandó a la ANPA un correo avisando de que, a raíz de esta situación, temporalmente iba a retirar a su hijo del comedor.

“Se me hacía un mundo llevarlo al colegio, se tiraba al suelo y tenía que cogerlo en brazos y llevarlo a la fuerza”, explica Villabril. Todo cambió cuando las madres del ANPA fueron al comedor y observaron la situación. El pequeño sufría malos tratos por parte de la cuidadora, que utilizaba la fuerza para conseguir que comiese.

“Quedé con las madres del ANPA que me informaron de lo que pasaba, frente a esto fui al colegio a cuchichear con la encargada del comedor, con la monitora y con otros alumnos, todos ellos me contaban la misma situación”, cuenta la raíz. Según indica, llegó a cuchichear con la cuidadora de su hijo y esta le dijo “paseime, non lle volvo a pe…, non volverá a sobrevenir”.

Frente a estos hechos, Villabril decidió sacar a su hijo del colegio y le pidió a una inspectora de educación que fuese designada otra cuidadora, pero, tras dos meses sin novedades, decidió cambiar al pequeño de centro educativo.

Poco luego de conservarse al nuevo colegio, llegó la pandemia por coronavirus. “Nos caldo acertadamente porque el criatura no quería vestirse porque lo asociaba con ir a clase, entonces, como no salió, al curso posterior ya iba sin problema y a día de hoy le encanta ir”, señala la raíz.

Tras muchos meses de lucha, finalmente el Penal 1 de Ourense condenó a la cuidadora a un año de prisión y a la inhabilitación durante dos abriles para trabajar en un empleo sabido o relacionado con menores por un delito contra la integridad honrado.

“Con la sentencia me quité un peso de encima porque para mí fue muy duro conveniente a que te sientes impotente, el comedor era compartido con estudiantes universitarios y había mucha gentío adulta que a mí no me decía nulo, entonces piensas ¿Cómo una persona adulta viendo esa situación puede mirar cerca de otro banda?”, confiesa.

En este sentido, reflexiona que los otros alumnos ya se habían acostumbrado porque “al verlo todos los días llegaron a normalizarlo”.

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