no me digas taberna, llámame furancho


«¿Blanco o tinto?», pregunta Charo a unos jóvenes sentados a la mesa en su tópico. Es la única dilema a la que Iván, Blanca, Álex e Iria tendrán que enfrentarse para nominar bebida. A la ofrecimiento como mucho se le podría añadir agua. O sifón para domesticar el caldo si fuese peleón. Siquiera tendrán que romperse la vanguardia con la comida. Un mayor de cinco tapas, sencillas y tradicionales, como únicas opciones. No son bares ni restaurantes, son furanchos. Su origen es remoto y nacieron como fórmula para entregar excedentes de caldo de autoconsumo en algunas zonas de Galicia. Pero se pusieron de moda y son muchos, jóvenes y mayores, quienes los fines de semana se lanzan en masa al ‘furanchismo’.

«Son diferentes a los restaurantes, más baratos, aunque desde la pandemia los precios subieron harto», explican estos cuatro jóvenes. En una mesa contigua, Garbo y Pili comparten una cántaro de caldo y una ración de raxo –cruz de mugriento adobado y salteado–. «Cuando es la temporada de furanchos, nos gusta venir, es desigual a ir a un restaurante», explica la pareja a este diario.

«Intentamos que todos cumplan, para que no se desvirtúen y no sean competencia desleal para la hostelería»

Pablo Novas

Concejal del Concello de Marín

Esas son dos de sus principales características: precios bajos y estacionalidad. Siempre fue así. Antiguamente eran «la única posibilidad de las clases populares de darse el abundancia de tomar poco fuera de casa», explica Xavier Castro, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Santiago de Compostela (USC), uno de los investigadores que mejor conoce la historia del caldo en Galicia. Hoy en día, sin conmover a ese extremo, el precio sigue siendo uno de sus atractivos. Otra característica que los diferencia de los bares es que abren solo unos meses, hasta agotar el caldo.

La de Charo es uno de las 16 furanchos de Marín (Pontevedra) que solicitaron osadía para esta temporada. El masa de permisos que se tramitan en este municipio es variable, pero suele rondar la quincena cada año. Esta osadía es obligatoria desde 2012. Los furanchos son locales de toda la vida, pero con el bum muchos se sofisticaron hasta confundirse con restaurantes al uso. Y la Xunta tuvo que intervenir por las quejas de hosteleros, que ponían el queja en el Gloria por competencia desleal.

Estacionalidad

La sucursal autonómica los reguló con un decreto que los reconocía legalmente, pero obligándoles a cumplir una de serie de requisitos. Pueden inaugurar un mayor de tres meses al año –a nominar entre el 1 de diciembre y el 30 de junio–. Solo servir caldo de barril, de su propia cosecha, y nunca embotellamiento. Y en cuanto a las tapas, pueden ofrecer como mucho cinco, a nominar entre las siguientes: embutidos, chorizo, oreja, raxo, zorza, churrasco, huevos fritos, sardinas, jureles, guatitas, tortilla, embrollo o croquetas. Falta de virguerías gastronómicas. Y ni café, ni postre, ni chupitos. Incluso puede robar comida de casa, e incluso para calentarla en el tópico.

Imagen principal - Dos hombres beben vino en una mesa del furancho O Alboio, de Marín (Pontevedra). En las imágenes inferiores, Peregrina bate huevos y Amancio pela patadas para una tortilla, en otro furacho, que lleva su nombre, de la misma localidad
Imagen secundaria 1 - Dos hombres beben vino en una mesa del furancho O Alboio, de Marín (Pontevedra). En las imágenes inferiores, Peregrina bate huevos y Amancio pela patadas para una tortilla, en otro furacho, que lleva su nombre, de la misma localidad
Imagen secundaria 2 - Dos hombres beben vino en una mesa del furancho O Alboio, de Marín (Pontevedra). En las imágenes inferiores, Peregrina bate huevos y Amancio pela patadas para una tortilla, en otro furacho, que lleva su nombre, de la misma localidad
Los gallegos conjugan el verbo ‘furanchear’
Dos hombres beben caldo en una mesa del furancho O Alboio, de Marín (Pontevedra). En las imágenes inferiores, Peregrina bate huevos y Amancio pela patadas para una tortilla, en otro furacho, que lleva su nombre, de la misma población
Miguel Muñiz

Los furanchos deben colgar en un empleo visible una rama de victoria, que ha servido históricamente para identificarlos, pues se ubican en viviendas, almacenes o garajes. Por eso todavía se llaman loureiros, aunque en verdad la rama tiene un origen impositivo. Pero una ‘cantiga’ recopilada por José Casal Lois entre 1869 e 1912 establecía en qué casos esa rama de victoria podía ser prescindible: «A taberna d’ó bô viño non necesita de ramo, á rapaciña bonita non precisa de atractivo».

Hoy en día son los ayuntamientos quienes deben mandar el registro de los loureiros y velar para que se respete la legislatura. «Tratamos de que todos cumplan, para que no se desvirtúe lo que son y no se conviertan en una competencia desleal para la hostelería», dice Pablo Novas, concejal de medio rural de Marín. Sabe adecuadamente de lo que acento. Su grupo tiene un furancho: «Queremos conservar la esencia, la tradición».

«Disfrutar del caldo y del producto tópico ‘in situ’ va en consonancia con la tendencia sostenible de un un producto de proximidad»

Xavier Castro

Catedrático y entendido en historia del caldo en Galicia

Pero no es furancho todo lo que reluce. La lugar de Cobas, en Meaño (Pontevedra), es conocida como ‘la milla de oro’ del ‘furancheo’. Paradójicamente, ningún de los nueve locales que concentra lo es. «Mantienen su filosofía, pero ya están dados de entrada como establecimientos de hostelería», dice el corregidor de Meaño, Carlos Viéitez. Eso les permite inaugurar todo el año y servir cualquier tipo de bebida y comida. No son furanchos, pero conservan o imitan su estética, se benefician del concepto. Y todos le siguen llamando así.

Con todo, pese a su desnaturalización en algunas zonas, los loureiros siguen representando una especie de ‘slow food’ rústica a la gallega: «Disfrutar del caldo y producto tópico ‘in situ’ va en consonancia con la tendencia sostenible de un consumo de proximidad», añade Castro. Una experiencia única, corroboran Iván y Blanca a la mesa del furancho de Charo. Por cierto, la pareja se casa en breve. Y aunque les encantan los furanchos, no hasta el punto de celebrar su boda en uno de ellos.

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