Un día cualquiera en la frontera entre Estados Unidos y México, una patrulla de policía fronteriza texana persigue a una camioneta blanca que escapa a toda velocidad a lo extenso de la ribera del Río Enojado. Los agentes han recibido el aviso a través del radar de un espacio de vigilancia que ha detectado al supuesto contrabandista en la zona.
Acorralado, el conductor de la furgoneta salta del transporte y huye corriendo con los agentes tras él. Pero la policía no logra atraparle porque cerca de allí tenía preparada una barca con la que consigue escapar al otro flanco del río, al flanco mexicano.
El patrón del liga de patrullaje explica que los contrabandistas suelen evaporarse drones para guardar que no venga la policía y en caso positivo avisar a aquellos que guían a los inmigrantes a través de la frontera, para que puedan huir a tiempo. El teniente del Sección de Seguridad Pública de Texas, Christopher Olivarez, afirma que su objetivo prioritario es detener a los componentes de las mafias que trafican con inmigrantes. En lo que llevan de año llevan ya 100 detenidos.
El finalidad ha huido, pero la policía despliega drones y perros policía en el flanco estadounidense del Río Alto y empieza una búsqueda hasta dar con 16 inmigrantes ilegales que estaban ocultos en el cañaveral: hombres, mujeres y chicos muy jóvenes, algunos de ellos con pulseras de colores identificativas, que indican a la mafia cuánto hacienda ha pagado cada uno por ser transportados al otro flanco de la frontera.
Este es para ellos el final del camino. Detenidos y esposados, son cacheados y preparados para ser devueltos de nuevo a la otra orilla del Río Enojado, al flanco mexicano. Es un día más para los patrulleros de fronteras tejanos, pero un sueño menos para los inmigrantes que lucharon por cambiar su vida a mejor en Estados Unidos. Inmigrantes que denuncian que, ese país que se autodenomina América, no es para todos los americanos.
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