La Nueva Ourensanía | Kevin Van Wijk, pasiño a pasiño se hace una vida en Galicia (y una entrada)


Palabra Kevin Van Wijk (Haarlem, Países Bajos, 1989) un gachupin con un atípico popurrí de acentos. “Primero estuve en Canarias, luego empecé mi aventura en Oviedo, luego Lugo, otra vez Oviedo, cuarto año Melilla, Huesca y ahora aquí”, explica. Cuando se le pregunta por el dominio del idioma justifica sus conocimientos con un curso al que asistía en el archipiélago, “la vida aquí, las relaciones y esas cosas”. Más tarde sabremos de sus estudios en comunicación y filología española en EEUU, país que adicionalmente de una carrera, le dio una esposa. “Me quedaban cinco meses para irme, así que le dije, no perdamos el tiempo, ni la energía, ni el plata, ¿vamos en serio?”, explica sin pudores sobre sus conquistas americanas. Harto estaba de andarse prodigando para ausencia.

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Empezamos con estos asuntos el relato y no sobre su conocida forma como baloncestista, porque de eso ya se sabe y se seguirá hablando. “Pasiño a pasiño… se hace una entrada”, juntos damos título a la charla a la par que él demuestra su dominio de nuestra jerigonza en su traducción hablada. Un paisano pasa, y del murmullo al quejido, y del quejido al taco, profiere lo que le da la apetencia y Kevin lo sigue con chiste, sin dejar de ponerle oreja a la entrevista y a la divertida trama. “¡Cona!”, dice en gallego, no porque sea un mal hablado, sino porque se asimila al anciano que en esas anda.

Luce Kevin un rama tatuado con un cántico, homenaje de apego en dirección a sus padres, residentes en Coles desde hace cuatro meses. “Aquí no practico”, dice sobre sus creencias, aunque se reconoce cristiano. “En EEUU era diferente, ibas a culto, y luego había un concierto”, explica sobre la religión de modo campechana. No acertamos a balbucir de Calvino en Holanda porque no dimos con la traducción en holandés pero sí rozamos con el verbo a Salomón y leímos en su dermis un cantar de los cantares.

Más allá del deporte

Baloncestista insomne deja fluir unos cuantos bostezos de la que deje. “Trabajo de panadero de oscuridad, me acosté a las cinco y media de la mañana”, confiesa. Pero de estar dormido ausencia, cuando hablamos de su paso de pívot a ala-pívot y las cinco posiciones en pista percibe Kevin que la ignorancia asoma en su interlocutora y rápido le dice “te has quedado blanca”. Hablemos de qué juegas en la vida Van Wijk, que conoces a medio distrito, compartes con el mundo tus bizcochos y te paseas con tu hijo por los parques. “Del supermercado a casa, vigésimo minutos son pocos”, por lo manido le dice su mujer sobre su ritmo para los recados. Muy rápido corre el deportista a la canasta pero para ir a por goma toda la mañana de cháchara. “Hablador, parlanchín, falar con todo o mundo”, se reconoce Kevin en la descripción ajena, a leguas se le percibe sociable.

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Le gusta Ourense por su tranquilidad, aunque reconoce que convendría modernizarla. “Faltan cosas para masa novato”, puntualiza.

Encima de juguetear en el Club Baloncesto Peixefresco Marín, instruye a niños en el deporte y da clases de inglés. Decidió quedarse por estas tierras por petición de su vástago de ocho abriles que no quería trasladarse más de coreografía. “En 2018 estuve en el COB, quedamos dos abriles más, pasó el covid y hasta hoy”, concreta.

Su sueño el de todo buen padre. “Que mi hijo lo haga mejor que yo”, comenta. No se arrepiente del pasado pero la reflexión le ha aportado formación sobre la vida y la profesión.

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No sabe nominar Van Wijk entre croquetas o kroquetten, ni entre gaitas de allá o las de fole, pero no hay quien le cuele una galantería do toxo, por amarilla que sea, se queda con sus tulipanes. Dorados son todavía los girasoles de Van Gogh que antepone a nuestro Guernica, y con su diccionario territorial se pone sofisticado. “Schereenmachine”, un término por él inventado que por lo manido todo el mundo entiende. “Yo quería por mi cumpleaños una máquina de afeitar y como volvía luego de tiempo en España algunas palabras me las inventaba”, explica. Palabra gachupin e inglés en casa y reconoce que el holandés lo tiene más aparcado. De Molinos del Soñador no quiere memorizar porque considera que los holandeses siempre van a ser más bonitos, y quién se atreve a culparle de preferir a los que drenan marismas frente a los terribles gigantes.

Apunta el mentón de Van Wijk en dirección a hacia lo alto por deformación profesional para el retrato. Así se pone firme el deportista antaño del himno, así se yergue el hombre para coordinar el cuadro (así le pedimos que reasiente la mosca a Kevin, y se sube la fotógrafa a una empuñadura para comprender la ojeada honesta del holandés ourensano).

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