Eva, historia de una víctima de trata y tráfico de migrantes en Ourense


“Soy de una comunidad indígena maya, nos dedicamos a la agricultura, de pupila ya empiezas a trabajar”, explica Eva López (nombre ficticio para proteger su identidad) sobre sus orígenes. Natural de un país de Centroamérica y residente en Galicia desde hace siete primaveras comparte su historia ya entrada la oscuridad entre el asiento de un coche y un rincón de la plaza del Hierro. 

Deja a su mamá, su sobrina y sus cinco hermanos por la promesa de un futuro en España en el que previamente no estaba interesada. “Si fuera valor mía estaría contenta”, esboza reticente Eva López el inicio de un relato difícil de contar. “No sé nadie de él desde los siete primaveras”, dice sobre su padre. Más delante compartirá un relato de desamparo, pobreza y maltratos con destino a su raíz, que acaban en el magistratura.

Honramos momentos del pasado. Acento una pipiolo de un circunstancia donde “se hacen ceremonias para devolver a la raíz tierra todo lo que da”, se acento un idioma que no es el nuestro y conseguimos sacarle una sonrisa al compartir sus sonidos nativos en una frase muy del habitual que se oía mucho en su casa. “Uno tiene que ir al río, otro a por tarugos y el tercero hacer la tortilla”, dice en su jerigonza que suena primoroso, y escrito parecen gotas de chubasco sobre metal. “Cuando yo llegué se me hacía complicadísimo el castellano, me ayudaron mucho las monjitas”, explica sobre un tiempo en una casa de acogida antiguamente de educarse el idioma en la calle y en el Ingabad. Cuenta Eva López que hasta que llegó a Europa no le habían hecho una fotografía. “Me daban miedo los edificios”, ilustra el contraste de mundos con una fobia sencilla.

Lloramos las pérdidas. “Ese sueño hace tiempo que voló, yo quería graduarme”, no se transporta la mente al futuro sino a la parte más difícil de su vida y al origen de su migración. “Estaba terminando el cole cuando me dijeron que estaba todo preparado para desplazarse, teníamos una casa de paja, una choza y por eso se aprovecharon mucho de esa situación”, explica Eva entre lágrimas el disimulo del que fue víctima.

Cuenta que su raíz desembolsa el equivalente a 60.000 euros para enviarla aquí con la promesa de la oportunidad. “Tres primaveras estuve pagando el préstamo más los intereses”, puntualiza sobre su deuda con una tercera persona. Incide, por el desconocimiento a la época del castellano, en que nunca logró entender perfectamente cómo se produjo tal situación, y aún hoy no tiene muy claro si su raíz es consciente de su historia. “Aunque esté pasando cosas que no debería, le digo las mentiras más grandes del mundo, para que ella esté perfectamente”, explica una Eva generosa que incluso recuerda sin rencor a su verduga. ”Yo sé lo que es crecer sin un padre, ella tiene hijas y a mí no me gusta que separen a una comunidad”, apunta su talante frente a lo acontecido.

“Era una mujer de la región, no entiendo cómo pudo hacerlo”, revela acerca de su interlocutora en una red que la trajo a Vigo y la tuvo en varios pisos encerrada para cultivar la prostitución. “Imagínate tú cuando llegas y no has estado con un pequeño en toda tu vida y te ofrecen una cantidad de pasta para estar con un señor de sesenta primaveras, yo no paraba de lamentar”, narra. Una redada policial descubre la trama y gracias a Dios es rescatada de esta pesadilla en vida.

Recupera Eva su autonomía y es trasladada a Ourense. Aquí anduvo de camarera sin horarios fijos. “Me dió el covid y la jefa me echó”, dice sobre un período en el que las pasó canutas y decide retornar a su tierra. “Pensé que me iba a adaptar de nuevo pero ya no”, revelan sus palabras que nuestra sociedad es como una droga, y por una cosa u otra te va atrapando. “De niños íbamos a agenciárselas tarugos, a sembrar milpa, frijoles… si me en voz baja aquí, volveremos a acaecer anhelo”, piensa en detención Eva a la par que hace las cuentas de las remesas que todavía hoy envía. Y ya con su reluciente móvil en el poblado, hace esa foto cogiendo leños con su hermana en una tarde de calor, que le impulsa a tomar la valor que hoy comparte. “Ahora tengo un trabajo estable”, dice sobre su ocupación como dependienta en un establecimiento nave. La asociación Alumar, referente ourensano en el apoyo y compañía a mujeres en situación de extrema vulnerabilidad, le ayudó de nuevo a establecerse.

“No soy mucho de amigos, es desconfianza por la experiencia que viví ”, comenta. Eva pregunta adónde vamos cuando ciertas contingencias obligan a coger un elevador, y solicita que se la deje al principio de su calle para prolongar en secreto su morada. Vive en O Couto sola y en sus escasos ratos libres le dedica tiempo a la autoescuela. 

“Yo ya pasé de todo, no creo que muera tan pronto”, cierra una pipiolo maya secciones de la charla con ironía y sentido del humor, aunque no es esa la frase que le puebla el alma. Transmite Eva López, pese a todo lo que ha vivido, una imagen entrañable, nostálgica y clara. “Nosotros los emigrantes, no importa la permanencia que tengamos, siempre vamos a escasear ese revolcón de mamá”, a errata de hechos sus palabras, que sanan el mal y resuelven la clave que le ha impuesto la verdad.

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