un misterioso ritual por el que se devoran tras aparearse


El reino animal está repleto de criaturas mágicas y cautivadoras, seres que siguen sorprendiéndonos y que más nos parecen sacados de una fantástica cartel. Por muy impensables que los veamos, ahí están, desde las gigantescas especies a las más minúsculas, cada una con sus ‘extrañas’ costumbres, contribuyendo todas ellas a que la Tierra pueda presumir de una riquísima biodiversidad. La mantis religiosa es uno de estos ‘raros’ animales: con una cara que parece que venga de otro planeta, con esas dos guadañas por manos y, por supuesto, con esa manía (reservada a las hembras) de comerse a la pareja tras aparearse. Pero por sorprendente que parezca, la mantis no es la única especie que practica el canibalismo tras el acto sexual, sino que es una praxis más frecuente de lo que parece y que igualmente llevan a lengua, por ejemplo, las cucarachas.

Al balbucir de canibalismo sexual, a uno rápidamente le viene a la persona el caso de la mantis religiosa. Quizás, desde el punto de presencia de la especie humana, este examen nos resulte tanto desagradable como despreciable, pero la verdad es que es un traje que se repite entre varias especies animales y que tiene sus ventajas: la comestibles de conespecíficos (término que se emplea en bilogía para designar a animales que pertenecen a una misma especie) provoca cambios positivos en el cuerpo de la hembra. Así lo expuso un estudio publicado en la revista ‘The American Naturalist’, en el cual, con el pez mosquito como objeto de estudio, se demostró que la ingesta de conespecíficos proporciona ciertas ventajas nutricionales al caníbal, como anciano crecimiento o reproducción.

Se turnan para comerse las alas

La Salganea taiwanensis es una especie de barata que se alimenta de madera, por lo que suele estar bajo la corteza de árboles muertos, y que copula con una sola pareja durante toda la vida. Un vínculo que, según los científicos, es el que podría haberle llevado a desarrollar este comportamiento único: las parejas recién apareadas de Salganea taiwanensis se turnan para morderse las alas hasta convertirlas en trozos. Una praxis que realizan una vez que se encuentran en el ‘hogar’ donde criarán juntos a su descendencia.

La japonesa Haruka Osaki ha liderado esta investigación cuyos resultados se han publicado en ‘Ethology’. Tras analizar el comportamiento de estas cucarachas en un laboratorio durante varios días, descubrieron que se comían las alas unas a otras por etapas: uno de los dos insectos se subía a la espalda del otro y las mordía mientras el otro permanecía inmóvil. Luego, uno y otro se tomaban un alivio ayer de reanudar la tarea, a veces intercambiando sus posiciones.

Asimismo comprobaron que la barata que estaba siendo ‘devorada’ daba una violenta sacudida tras la cual el caníbal se tomaba un alivio. Sin retención, a pesar de este momentáneo toque de atención, a la barata no parecía importarle lo más pequeño que le mordisquearan sus apéndices voladores.

Una motivación única

Las cucarachas Salganea taiwanensis no son las únicas criaturas que se alimentan de sus compañeros, pero sus motivaciones sí que podrían ser singulares.

“Hasta la época, la observación de estos comportamientos (comestibles de conespecíficos) ha identificado solo yantar unilateralmente un sexo. La única excepción es internamente de las parejas de apareamiento de la barata que se alimenta de madera, Salganea taiwanensis, donde los machos y las hembras se comen las alas de su pareja”, reza el estudio. “En el consumo mutuo de alas, la hembra y el hombre comen solo alas no carnosas, que pueden tener un valía nutricional bajo o inepto, y se aparean con el individuo cuyas alas se comieron. Por lo tanto, S. taiwanensis no puede obtener beneficios de la misma forma que los casos reportados de canibalismo sexual”, continúa.

Es este uno de los puntos esencia del estudio, que señala que esos beneficios que obtienen de yantar las alas no sean nutricionales, ya que estas no son carnosas. Las ventajas habría que buscarlas, pues, en otros aspectos: probablemente sí se benefician al perder sus alas, porque las alas son engorrosas cuando viven en espacios reducidos, por otra parte de que pueden acumular moho o ácaros, explican los autores del estudio.

Una vez instaladas, estas cucarachas ya no abandonan su tronco podrido (su hogar de cría) ni se encontrarán con otras parejas: uno y otro miembros comparten intereses y su objetivo vitalista es el de cuidar de las crías. De ahí que los padres se lancen a ayudarse mutuamente para deshacerse de sus alas. Una reciprocidad que ha sorprendido sobremanera a la comunidad científica.

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