«El que estará aquí el 1 de diciembre seré yo»


«El que estará aquí en diciembre seré yo». Así de convincente se manifestaba el expresidente de Esquerra acordado antiguamente de dejar el cargo y con la idea de retornar a recuperarlo tras el congreso que su partido celebrará el próximo 30 de noviembre, cuando ya habrá gobierno en Cataluña o se habrán celebrado las nuevas elecciones en el caso de que antiguamente del 25 de agosto no se haya investido a un nuevo presidente de la Generalitat.

Junqueras es consciente de que ha perdido la batalla de los generales, es asegurar, de la dirigencia del partido, que comandada por Marta Rovira reto por una renovación total y absoluta, tanto en los cargos como en el mensaje que ERC ha de transmitir a los catalanes. Pero a la vez Junqueras piensa que cuenta con el apoyo de las bases, que de momento no tienen a ningún otro candidato ni para dirigir el partido ni para presentarse a las elecciones a la presidencia de la Generalitat.

Esquerra está en jaleo y con más ganas de cambio que ideas sobre cerca de dónde dirigirlo. El rechazo a pactar con el PSC no tiene como contrapartida el de apañarse un pacto con Junts o el de pactar una candidatura unitaria del independentismo —»esto es el sueño húmedo de Puigdemont», aseguran los dirigentes republicanos consultados—; y los firmantes del documento en gracia de la renovación —más de 300, incluídos el predecesor de Junqueras, Joan Puigcercós, y personas que hasta hoy habían sido de su máxima confianza como la propia Marta Rovira, el presidente en funciones de la Generalitat, Pere Aragonès, y el presidente del familia parlamentario, Josep Maria Jové— responden con ambigüedad cuando se les pregunta sobre qué cambio concreto desean. «Retornar a las esencias», dicen algunos de ellos, que de todos modos no saben qué contestar cuando se les pregunta qué quiere asegurar exactamente su frase.

Entre los que demandan esta renovación están abiertos detractores de Junqueras como el secretario de Asuntos Sociales Oriol Amorós, pero igualmente dirigentes menos agresivos que verían con buenos luceros la fórmula mixta de que Junqueras fuera el candidato de ERC a la Generalitat pero que dejara la presidencia del partido. Junqueras no quiere una candidatura vacía de contenido y no está dispuesto a renunciar a la presidencia del partido «para hacer mío el plan».

Este manifiesto, el destapado rechazo a la investidura de Illa en la que los dirigentes del partido parecen estar instalados, deber entregado la presidencia del Parlament al convergente Josep Rull o la anulación de la consulta a las bases para entrar en gobierno del concejo de Barcelona, tienen el hilo conductor de ser hostilidades a lo que Oriol Junqueras es y representa en Esquerra.

El fin de ciclo político que detectan los que reclaman renovación choca con la situación personal de quien fue «voluntariamente» a la prisión durante tres primaveras para construirse un santoral que le llevara en volandas a la presidencia de la Generalitat. Tanto en el caso de Junqueras como en el de Puigdemont –con la diferencia de que el expresidente fugado cuenta con el apoyo de su partido–, si no consiguen sus objetivos inmediatos, será el final de su carrera.

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