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El festival comienza el jueves, pero los asistentes comienzan a llenar el campamento gratuito junto al río durante todo el miércoles. El objetivo: ocupar el mejor lugar a la sombra para garantizar el descanso sin freírse dentro de la carpa a la clausura del festival, sobre las 9 de la mañana (los primeros días). Desde que se montaron las primeras tiendas empezaron a sonar los altavoces portátiles para avisar a los vecinos de que venían a bailar. Los idiomas que se escuchan son variados (portugués, inglés, francés), pero predomina el acento gallego. Valentín Gondar y Francisco de Borja Rey, dos jóvenes de Vilagarcía de Arousa están sentados en una mesa preparando la previa junto a otros seis amigos con lo imprescindible para embarcarse en una aventura: gafas de sol, ropa cómoda y tenis. Adelante, para los más fuertes, 10 horas de música electrónica europea sin parar. Francisco asegura que lo que más le gusta del techno son “las sensaciones que generan los DJs con los cambios y cómo dirigen al público”. Es difícil de explicar la sensación de euforia que genera el “drop”, es decir, cuando la música se rompe tras un momento de tensión. Francisco es el amigo que repite la experiencia, la mayoría de su grupo viene por primera vez pero piensan repetir. “El techno es un estilo de vida”.
En el momento en que se traspasan las puertas del festival, los bombos hacen retumbar el pecho. El escenario principal tiene 15 parlantes en cada lado, cuadrados colgantes hechos de luces y una pantalla con imágenes para garantizar una experiencia inmersiva. En el secundario, el “antistage”, una carpa alargada funciona como túnel. La tribu está lista: cadenas, trenzas y mucho negro para sumergirte en el ambiente y dejarte llevar al ritmo del bajo.
El viernes, el techno siguió un estilo industrial, una tendencia muy fuerte en Europa, y que se caracteriza por sonidos estridentes, pesados y lúgubres. El dúo berlinés FJAAK fue el plato fuerte de la noche, con sus característicos cortes antes del descanso de la canción. Aunque, siguiendo la tendencia, y jugando con los inicios de la música electrónica, el madrileño Héctor Oaks cerró la mañana del sábado con un equipo que le ayudó a cambiar el vinilo entre ritmos de infarto.
Sábado ellos fueron los protagonistas: La belga Charlotte de Witte y la rusa Nina Kravitz agotaron entradas de día. En los platós ondean banderas colombianas o australianas frente al escenario, que catapultó a la audiencia a ritmos pesados al estilo HardTech. Tiago Nunes es de Guimaraes, un municipio al sur de Braga, viene aquí desde la primera edición, hace 12 años. Asegura que Charlotte “fue una de las mejores actuaciones que he visto aquí, si no la mejor, era la única DJ de las que venían que no había visto”. La sensación es generalmente buena. Clara Fernández viene de Foz con su amiga Uxía, están en el área de descanso el sábado por la mañana: “Está súper bien ambientado, en cuanto a organización y servicios. Hay muchos baños, no hay que esperar en la cola. Hoy, como es sábado, hubo papel. No suele pasar en los grandes festivales y en toda galicia no hay nada asi”. Finalmente, los más valientes aguantaron hasta casi el mediodía del domingo. Despedida de Viana do Castelo hasta el próximo año.
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