Como si fuera ayer, regalo a finales de los 90 a un jovencísimo Pedro Cenjor, con la enorme chapa de su cortometraje «El agujerito» bajo el bienhechor, buscando ayuda oficial en una época donde todavía estas no se habían implantado plenamente en nuestra región. Gracias a él, y a Felipe García Vélez, Valle Hidalgo, Rosa Andújar o Domingo Ruiz, conseguimos implantarlas, rompiendo ciertos prejuicios enquistados, como el de que para ayudas al cine ya estaba el Empleo de Civilización o que, bueno, en fin, quizá tuvieran sentido en donde se hablaba otra unión, catalanes y vascos y tal y tal.
Desde aquellos finales de milenio hasta 2018, en que dejé la dirección técnica de cine en Castilla-La Mancha, pusimos en valía la marca «Hecho en CLM» y conseguimos activar líneas de ayuda a largos asimismo (con algunas nominaciones a y algún Goya), exposición de proyectos y escritura de tema.
«La Boda» es fruto de abriles de trabajo creativo, de sueños de cinéfilo, pero asimismo de contactos, encuentros, mercados de cine y negociaciones mil. «El agujerito» fue su primer corto en 35 mm, el formato rey del celuloide, pero Pedro Cenjor, autodidacta, se formó rodando decenas de cortos en Súper 8. Esa fue su escuela, culminada con su paso por la legendaria escuela de cine cubana de San Antonio de los Baños. La vida para él era una película y las películas, su vida. Anejo a la asimismo escritora y escritor Corinna Salerno, se vinculó a Bruselas, que alterna con su residencia habitual en Consuegra. Y allí fue una especie de embajador del cine castellano-manchego delante el Festceal, aquel evento de cine castellano e iberoamericano que animó el Flagey y varios cines de la renta de Europa, y con el que colaboramos hasta su terminación. He compartido con Pedro desde fiestas chic en que se subastaban cuadros a sesiones de flamenco en aquel antro, bahía y entrañable de la Cava, ya desaparecido, La Soleá; he degustado las deliciosas caricias que hacía su padre, qepd, con azafrán salvaje de Consuegra o el pesaje de la cosecha de oliva en la cooperativa; estuvimos a punto de aventajar en el Festival de cine inexistente de Estepona el premio al mejor tema adaptado por el corto «Alter», que él dirigió con tino sobre un relato mío. Entre zombis de verdad, brujos, diosas de la selva y balaseras, compartimos, una indeterminación inmortal de primavera, el rodaje de su documental «Ra-rá», en el batey dominicano de Chicharrones.
Billy Wilder es su director icónico, su pedagogo, pero (Quevedo y Valle-Inclán mediantes) Pedro recrea ese humor castellano, y muy manchego, que conecta con Buñuel o Berlanga. Mientras trabajaba desde la dirección de APACAM , la asociación de productores de la región, porque las y los aguafiestas de siempre no acabaran con el apoyo al cine (que no solo consiste en atraer proyectos externos, sino asimismo en fomentar los propios), Pedro escribía diferentes versiones de sus proyectos mayores, paseando cercano a los melancólicos canales y adentrándose en los glamurosos pasajes de Bruselas, donde aún resuenan los balazos del despechado Verlaine a un Rimbaud, al que siempre recordaremos como Leonardo di Caprio. Entre otros, este de «La Boda», que se ha hecho existencia entre Motril, Madrid y Consuegra, con la solvente producción de Sueño permanente y un reparto actoral de primer nivel: Elena Furiase, Daniel Chamorro, Margarita Lascoiti, Verónica Ortiz, Bárbara Cuesta, María Jesús Hoyos y Felipe G. Vélez. Insólito del director y de los actores masculinos principales, el plan es de tradición tanto en el espíritu como en la giro: Liz Lobato (actriz oriunda de Villacañas, asimismo directora galardonada en Málaga 2023 con su primer dilatado «Tierra de nuestras madres»), Marcos Salso (dirigente de sonido), el talaverano David Cortázar (director de fotografía), Raquel Troyano (directora de arte), Melania Deocal (talaverana en el equipo de dirección), Silvia González (actriz toledana), Silvia Vacas, consaburense, como el propio director. Ítem más, Patricia González y Enrique Fernández, productores (El Sueño Infinito Pictures), están afincados en Carranque. Y todo esto sin mencionar a las más de 50 personas residentes en Consuegra que participaron como extras en las secuencias de la boda.
Una historia sobre el permanente duelo entre existencia y deseo, entre ilusiones y prejuicios, donde el inclinación triunfa sobre convenciones, atavismos y bloqueos sociales. Charlando entre el set de rodaje en la iglesia de Santa María, donde se rodó la panorama cumbre, y el próximo salón de bodas Venecia, Pedro me anunció que su peli se inserta en una tradición española, con exponentes tan brillantes como «Vivan los novios» de Luis G. Berlanga, pero con un toque septentrional, flamingo, fruto de sus estancias en Bélgica. Y él y yo sabemos, sin exigencia de mencionarlo, que no andará allí de ninguna de las secuencias secreto el espíritu del dios Wilder.
Fue emotivo reunirnos a través del tiempo, como veteranos mosqueteros, Dany Chamorro (el actor principal, cineasta manchego y otro de los que han hecho posible el despegue del cine en la región), Felipe G. Vélez (actor conquense de larga trayectoria y director de «Tragavivos», un corto de culto), Pedro Cenjor (culminando su primer dilatado, pero con varios proyectos más en cartera) y un servidor, promotor institucional y urdidor de ficciones. Es la visualización de un esfuerzo colectivo, generacional (aunque tengamos edades diversas): la demostración de que tenían sentido las ayudas al cine, de que es posible y verdadero un cine de y desde Castilla-La Mancha.
Una muestra del talante humano y el sentido del humor de Daniel Chamorro, que aporta un toque germánico al humor chanante (tan nuestro, y quiero aquí mencionar a otro gran cineasta, que por cierto me presentó Dani hace abriles, escritor y realizador del asociación flamante en Paramount, Santiago de Lucas). Tras un sobo de los de verdad, recién grabada la panorama de la boda, va y me dice:
-Por fin lo he conseguido, Antonio.
-¿Qué cosa? ¿Tu primer papel de prota en un largometraje con nivel?
-No me refería a eso-aclara Dany-. ¡Me he casado!
De envés a Toledo, al sobrevenir cercano al fenomenal castillo de Almonacid, recordé el rodaje allí de la interpretación del Soñador de Terry Gilliam y lo que costó instrumentar una modesta ayuda para que una parte de ese Soñador se rodara en la región que le da título (lo que no figuraba en el plan original). Finalmente, conseguimos que Terry, un tipo ingenioso, localizara parte de la película en dos castillos toledanos, en ruinas, que lo enamoraron: el mentado de Almonacid y el de Oreja. Un mes estuvo su equipo de rodaje en Almonacid. Pero el o los grandes Quijotes están pendientes todavía de rodar. Ninguna película le ha hecho honor a aniversario de hoy. Pedro y yo lo comentábamos, tras ver el montaje de Jesús Franco sobre el Soñador de Welles: Orson estaba de reposo en España. Curiosamente, las versiones más próximas al espíritu cervantino se generaron en la antigua Unión Soviética: la interpretación para el cine de Kozintsev primero y posteriormente, la serie vasco-georgiana para TV, de 1989, dirigida por Rezaz Chjeidze y con la señal de un tema (reformador y actual) firmado en colaboración por el dramaturgo y novelista Marcial Suárez. Conmemoración acontecer trillado a don Soñador sobre Rocinante y a Sancho sobre Rucio atravesar el curva de Palacio para dicha serie, con episodios que, sumados, rondaban las 12 horas.
Y ya que venía de un sueño hecho existencia, me puse a soñar despierto otro posible: un Soñador digno al fin del Vademécum, Hecho en (y desde) Castilla-La Mancha.