Un estudio científico sitúa la mítica ciudad de Tartessos cerca de la desembocadura del Guadalquivir en Doñana


Un estudio del CSIC, la Universidad de Huelva y la Fundación del Hogar del Empleado (Fuhem) ha comparado las evidencias científicas con las indicaciones del poema latino de Avieno ‘Ora maritima’ para analizar la posible ubicación del centro político de Tartessos en la desembocadura del río Guadalquivir, en el flagrante Espacio Natural de Doñana.

El danés G. Schöning, en el siglo XVIII, fue el primero en mostrar que entre los textos de que se sirvió Avieno se hallaba un probable derrotero de un navegante o mercader ininteligible del siglo VI a C, cuando Tartessos existía y su rey, Argantonio mantenía relaciones comerciales con la ciudad griega jonia de Focea, según ha recogido el CSIC en un comunicado.

De esa antigua fuente procedería información como que Tartessos era un país relativamente extenso, étnicamente diverso y con presencia de comunidades de fenicios, cartagineses y griegos. Abarcaba, por la costa peninsular, desde el bajo Guadiana hasta el flagrante costero de la provincia de Alicante, con un pie en la costa de Marruecos. La ciudad se hallaba en una isla convocatoria Cartare, ubicada entre dos brazos de un río, llamado todavía Tartessos, tras salir éste de un charcal cuyo nombre era Lacus ligustinus. La desembocadura de ese río era múltiple: del bienhechor uruguayo surgían tres rías o esteros que penetraban en el interior del país por el este y, aguas debajo, al sur de la isla, cerca ya de la desembocadura, el mismo bienhechor uruguayo confluía con el occidental a través de una doble división de su curso.

Un tsunami en el Pillo de Cádiz

Este y otros pasajes han desconcertado hasta ahora a los investigadores de la historia de Tartessos, puesto que hacen remisión a paleogeografías costeras del sur de la Península que no se corresponden con ningún paisaje flagrante. Los recientes estudios permiten explicar esta discordancia y se ha sabido que pasados los bienes de un episodio marino de oleaje extremo en el Pillo de Cádiz en dirección a el año 1.150 a. C., probablemente un tsunami que llegó a inundar buena parte de las marismas de Doñana, la zona volvió a parir extensiones de tierra firme y marismas sobre una falta costera en la que desembocaban antiguos cauces de los ríos Guadiamar y Guadalquivir.

La zona volvió a repoblarse, llegando sus habitantes a radicar de la agricultura del cereal, la vacada y el pastoreo anciano, así como de la pesca y el marisqueo, según un disección del subsuelo dirigido por José Antonio López-Sáez, del Instituto de Historia (IH-CSIC) y coautor del artículo publicado en la revista ‘Frontiers in Marine Science’. Por el oeste, la flecha costero de Doñana separaba la falta del océano Atlántico. Por el suroeste y el sur, la falta desaguaba en el océano, a la vez que se nutría de sus aportaciones mareales, por medio de dos amplias bocas, entre las que había una isla de unos 10 kilómetros cuadrados, que es hoy la flecha costero de La Algaida.

Bajo sus suelos arenosos subyace un paleo-relieve profundo del Plioceno y el Pleistoceno, parte del borde tectónico elevado de un sistema de fallas inversas en la Desestimación Andalucía, de alineamiento suroeste-noreste, cuyo componente más sobresaliente es la convocatoria Descompostura del Bajo Guadalquivir, según señala el geólogo Antonio Rodríguez-Ramírez, del Unidad de Ciencias de La Tierra y Centro de Investigación Comprobado-Tecnológica (CCTH) de la Universidad de Huelva, coautor del artículo y autor innovador de la hipótesis sobre el emplazamiento de la ciudad de Tartessos.

Los antiguos cursos bajos de los ríos Guadiamar y Guadalquivir, así como la falta costera y el costero oceánico, han dejado huellas de su posición que son identificables en el paisaje de Doñana. Se tráfico de meandros y malecones fluviales sepultados bajo tierra o inactivos, marcas de deterioro y sedimentación en las flechas litorales y cheniers.

El estudio de estas formaciones permiten rehacer los paisajes de Doñana desde hace 5.500 abriles. Para el periodo de Tartessos, se ha concluido que el río Guadiamar desembocaba en la falta por medio del caño Travieso y que el bienhechor perdido del Guadalquivir, de los dos que tuvo en época romana, estaba al este del flagrante y no al oeste del mismo, como pensaron Adolf Schulten y George E. Bonsor en su búsqueda de Tartessos en la lapso de 1920. El trabajo da así la razón, apunta Juan J. Villarías-Robles, del Instituto de Unión, Humanidades y Antropología (ILLA-CSIC) y primer firmante del artículo, a quienes desde el siglo XVI habían propuesto que era por el este y no por el oeste por donde había que averiguar el cauce perdido del río.

En la lapso de 1960, la frustración acumulada de siglos de estudio llegó a tal extremo que se dudó de la credibilidad del poema de Avieno como fuente histórica. El mejora de la arqueología en el sur de la Península desde los abriles 50, del que se hace eco Sebastián Celestino Pérez, del Instituto de Arqueología de Mérida (IAM-CSIC) y coautor del artículo, no hizo sino acrecentar esta desconfianza.

No obstante, el disección del poema por Schöning, seguido de los disección de otros filólogos del siglo XIX, permitieron deslindar en el poema varios estratos narrativos sobre los que se desarrollaba la contribución personal del poeta latino. Por otro banda, el geógrafo e historiador Antonio Blázquez planteó pronto, a principios del siglo XX, que el paisaje de Doñana habría sido dispar en el siglo VI a. C. y, en consecuencia, había que reconstruirlo virtualmente si se quería encontrar la ciudad de Tartessos. El geólogo e ingeniero de minas Juan de Gavala y Laborde haría suyo tal planteamiento y publicaría su impresión anotada del poema de Avieno en 1959.

Aunque las conclusiones de Gavala y de otros investigadores no se vieron corroboradas materialmente, la perspectiva adoptada era la correcta. La revolución del Carbono 14 como método de datación en la lapso de 1940 y la brío de la Teoría de la Tectónica de Placas en la de 1960 impulsaron los estudios de la petrografía y geodesía del sur peninsular, confirmando con el tiempo las transformaciones de los paisajes costeros durante el Holoceno. Cerca de resaltar en esta ringlera de investigación las aportaciones de investigadores de la UHU y del Museo Doméstico de Ciencias Naturales, del CSIC.

Tales contribuciones están en la saco de la reconstrucción publicada para la primera centro del I milenio a.C., que viene a corresponder con enfoque al contenido del derrotero o derroteros citados por Avieno. Respecto al pasaje sobre la ubicación de la ciudad de Tartessos, el río del mismo nombre sería el flagrante Guadiamar en su postrero tramo por el caño Travieso. Tras desembocar en el Estanque Ligustino, que sería la falta costera, el río saldría de ésta para rodear La Algaida —-una isla entonces—- y luego desembocar en el Atlántico mediante dos brazos. Las tres corrientes que partían del bienhechor uruguayo y penetraban en las tierras al este del antiguo estuario podrían ser los esteros hoy prácticamente secos Agudo de Lebrija, Caño de Jerez y Marisma de Rajaldabas.

Tartessos se hallaría en la isla de La Algaida, hoy flecha costero en el ganancia izquierdo del río Guadalquivir. Como han señalado numerosos investigadores, Cartare pudiera ser un apelativo fenicio o púnico que haría remisión a una ciudad relacionada con la isla; al igual que sugieren los topónimos de ciudad Cartago, Cartagena, Cartaya (en la provincia de Huelva) y Carteya (en la provincia de Cádiz).

José Antonio López-Sáez, Antonio Rodríguez-Ramírez, Juan J. Villarías-Robles y Sebastián Celestino-Pérez participan en el Esquema Hinojos, iniciado en 2005 por el historiador Aquel Bizarro, de la Fundación del Hogar del Empleado (Fuhem), que estudia la posible correlación dialéctica entre transformaciones del medio e historia cultural en el suroeste de la Península en el curso del Holoceno Medio y el Holoceno Nuevo.

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