Los movimientos sísmicos, cercanos a 700, se venían produciendo con intensidad desde hacía varios días. No fue hasta el domingo 19 de septiembre a las tres y cuarto de la tarde cuando comenzó la erupción.
La tensión se palpaba en todos los rincones de la isla, toneladas de cenizas y gases que el nuevo volcán no dejaba de emitir día y noche. La lava se abrió paso a cada minuto que avanzaba, destruyendo todos y cada uno de los edificios a su paso. Más de 7.000 personas desalojadas y miles de edificios completamente destruidos.
La erupción afectó a 1.676 edificaciones y alcanzó 1.219 hectáreas de coladas de lava. Se crearon seis cráteres y la longitud media de la base del edificio volcánico alcanzó los 700 metros.
Una de las imágenes que nunca podrá borrarse de la memoria de los palmeros es la de aquel 26 de septiembre cuando la lava destruyó por completo la iglesia de Todoque. Las evacuaciones se produjeron a contrarreloj y muchos vecinos tuvieron que refugiarse en sus casas debido a la emisión de gases y la mala calidad del aire. Las cenizas llegaron a toda la isla, llegando incluso al resto del archipiélago.
El catastro estima que unas 1.676 viviendas y edificios resultaron afectados, mientras que el satélite Copernicus estima que cerca de 3.000 edificios fueron destruidos y 138 edificios resultaron dañados. La agricultura también sufrió los efectos, principalmente las plantaciones de plátanos. El aeropuerto de La Villa de Mazo permaneció inoperativo durante 9 días, afectando a unas 500 operaciones aéreas.
Dos años después, La Palma afronta una nueva era. La Bombilla y Puerto Naos siguen teniendo niveles muy altos de gases que impiden el regreso de los residentes; algunos están empezando a reconstruir sus vidas en nuevos hogares. Otros siguen reclamando ayuda mientras más de 70 personas siguen alojadas en hoteles de la isla.