Las palabrotas y el jerga basto han sido objeto de estudio durante primaveras por numerosos expertos en materia de neurociencia, psicología, sociología y filología. Y a legado pie al planteamiento de numerosas cuestiones sobre por qué se utilizan, en qué situaciones y con qué objetivo. Samuel Durán, psicólogo especializado en Psicología Militar Sanitaria y en Capital Humanos, y María Pérez Garoz, neuropsicóloga, entendido en Dolor Crónico, arrojan luz a estas cuestiones.
A menudo, las palabrotas se asocian con la vulgaridad, la escasez filología e incluso con la mala educación. Pero, hay quienes apuntan que un buen uso de estos términos puede presentarse a reflectar destreza de una tiento social cognitiva e incluso inteligencia social y verbal. Las palabras tienen muchos más significados párrafo del propio uso semántico y, según Samuel Durán, las palabrotas pueden modificar la intensidad del discurso para darle más carga emocional, más seriedad o un tono jocoso. Encima, apunta que el “coger una parte del jerga y utilizarla para provocar distintas reacciones y sensaciones en los demás, es una utensilio muy potente“.
María Pérez añade que es todo un pelea para nuestro cerebro por tener que adaptarse a los distintos contextos y situaciones, adicionalmente de tener que hacer un gran trabajo de empatía para conocer cómo las va a percibir el otro.
Nuestra sociedad está evolucionando con destino a un maniquí en el que rechazamos más la contención
¿Está mal asegurar palabrotas?
Algunas investigaciones arrojan luz sobre los artículos que puede tener en la sociedad tanto decirlas como escucharlas. De hecho, su impacto depende del contexto social en el que se incluyan. No es lo mismo asegurar palabrotas en una situación entre amigos, a decirlas en un dominio profesional. De la misma forma, una palabra puede tener una connotación negativa en un país y no tenerla en otro. De modo que son numerosos los factores sociales y culturales que influyen en el impacto de las palabras. Aún así, Samuel Durán destaca que es importante evitar decirlas en discusiones porque pueden dañar el vínculo, intimidar a la otra persona y demostrar que uno no es capaz de resolver las emociones y los conflictos.
Es una buena utensilio, siempre admisiblemente utilizada, para gestar relaciones sociales
María Pérez resalta que en momentos informales y distendidos, el empleo de palabras malsonantes e incluso groseras puede beneficiar a la formación de lazos sociales, a su posterior refuerzo e incluso a la integración en un familia. De hecho, añade que en el discurso pueden ser interpretadas como un nota diferenciador de la personalidad por ejemplo en términos de autenticidad o sinceridad.
¿Ayudan a desahogarse y aliviar el dolor?
En el ámbito individual, hay estudios que evidencian que el jerga mal sonante puede ayudar a tolerar el dolor, el estrés e incluso servir como un mecanismo de independencia. María Pérez destaca que la causa se relaciona con la producción de adrenalina y otros neurotransmisores que se liberan al decirlas. Como si generasen un objetivo analgésico en el corto plazo.
Pero al parecer, en el holgado plazo es poco que puede llevarnos a suministrar esa furia más que a aliviarla. “Cuando yo estoy enfadado y digo palabrotas parece que me estoy quedando congruo a antojo, pero lo cierto es que lo que estoy haciendo a holgado plazo es tener la indigencia de cada vez asegurar más palabrotas”, apunta Samuel Durán. Si admisiblemente es cierto que pueden ayudar al desahogo en el entorno privado, si se normaliza, puede presentarse un punto en el que sea complicado contenerse delante de otras personas.
Aseverar palabrotas activa algunas partes del cerebro
Desde un enfoque neurocientífico, las palabrotas asimismo tienen un impacto en el cerebro, diferente al que tendría el jerga ecuánime. Al parecer, el cerebro procesa las palabrotas en áreas vinculadas a la emoción, como la amigdalitis. Esta estructura desempeña un papel importante en la regulación de las emociones, la excitación emocional y en la percepción y procesamiento del miedo y la ansiedad. María Pérez identifica que cuando estamos en un contexto en el que no debemos utilizar el jerga coloquial, nuestro cerebro hace un gran esfuerzo y se produce una sobreactivaciónde la corteza prefrontal. Encima, “el uso de palabrotas tienen un gran peso en nuestra memoria y se quedan super ancladas como todas esas situaciones que nos activan a nivel emocional”.
Pero… ¿y qué pasa cuando las escuchamos?. Samuel Durán resalta dos caminos que puede tomar nuestro cerebro:
- Empatizar: se activan los mecanismos solidarios que te llevan a querer ayudar a otra persona.
- Percibir ira o peligro: se activan los mecanismos de defensa, ataque o huida.
En cualquier caso, uno y otro expertos coinciden en la importancia de hacer un buen uso de estos términos que pueden servir como pertrechos de doble filo.
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