Inna y Maksim Yurkiv, fortaleza mental con sello ucraniano para vivir en paz


Raíz e hijo de origen ucraniano, Inna y Maksim Yurkiv son igualmente residentes en Ourense desde hace dos primaveras. “Me encantan los mejillones, el pulpo, los productos del mar”, confiesa ella, que fue cocinera en su país oriundo. “Hacía comida tradicional”, especifica Inna antiguamente de fomentar nuestra presunción con un plato de color que por lo conocido no se le da mal. “Mi preferido es el borscht”, describe Inna una sopa roja de remolacha que difiere sobrado de la de nuestros menús, y una pasta rellena que puede portar diferentes ingredientes en su interior. “Varéniki”, aclara, y su reminiscencia inunda la conversación.

“Nuestra ciudad fue construida hace 430 primaveras, es muy zagal”, cuenta él, asiente ella, las nuevas generaciones nos ganan siempre con los idiomas, como debe de ser. “Antiguamente pertenecía a Polonia, pero a posteriori se nos anexionó”, deje Maksim de Ternópil, el división en Ucrania donde vivieron hasta 2022.

Inna y Maksim Yurkiv.
Inna y Maksim Yurkiv.

“Al principio teníamos miedo, con las sirenas, pero a posteriori te acostumbras”, explican sobre los albores de la disputa con el hércules ruso. “No somos de una zona con valía clave, nos bombardearon solo una o dos veces”, relativiza el peligro Maksim al regularizar la tragedia como existencia del ayer y del hoy. “Mis amigos casi ni hablan de eso”, continúa y igualmente explica que el uso de la electricidad hoy allí hay que tasarla, pues no queda otra opción. 

Dejó la tribu Yurkiv Ucrania y llegó a Ourense tras tres días de autobús. “Era la opción más económica”, reconocen. Cómo de atípico sería aquello con los otros dos hijos de Inna, niños proporcionadamente más pequeños, a asimilar, Daniel de ocho, y Timoteo de seis.

A rebufo de la abuela

“Aquí está nuestra abuela, morapio ya hace vigésimo primaveras”, explica Max, que cuenta solo diecisiete primaveras pero una seso impropia para su vida. “Creo que haré un FP de técnico de informática cuando acabe la ESO”, nos cuenta. Con su padre y sus hermanos forman una tribu numerosa en el judería de O Couto. “Para él es más difícil adaptarse que para mí”, confiesa el adolescente sobre su mentor. “Yo tengo ya amigos de aquí aunque mantengo el contacto con los de allá”, aclara. A los fogones de la arrocería Gijón Barbaña, el macho longevo de la tribu es el que quizá pasa más horas fuera de casa, pero en el desempeño de su profesión. “Él igualmente era cocinero en Ucrania”, comenta Max.

“Yo tengo una memoria de pez así que a mí no me preguntes”, confiesa Yurkiv hijo, que alcahuetería infructuosamente con su origen de dar con un adagio de su país. Dedica unos minutos la pareja a pensar en stop con el idioma ucraniano para reponer a esta absurda cuestión. Educación delante todo, y mucha consideración. Cuenta Maksim que en casa hablan en su unión nativa, pero que cuando está el marido de su abuela, se cambian al gachupin. “Él es de Madrid”, revela, la origen de su padre a pesar del tiempo su idioma no olvidó.

“En la calle, en casa, viendo una película, con la radiodifusión… “, enumera Inna los lugares donde aprende nuestro deje sobre la marcha, y no es poco mérito el de esa inmersión. ”Claro, por ejemplo…”, hace vestimenta con chiste de sus expresiones más usadas en gachupin.

Con un hermano de veintitrés primaveras en la disputa, Inna tiene que imaginar mil escenarios a la mínima ocasión. “No puedo comunicarme con él al teléfono, los soldados no pueden conversar”, explica. Otra hermana vive en Polonia con su marido e hijo y no piensan por el momento en retornar a la nación. “A él lo podrían clamar a filas igualmente”, aclara Max, y ¡cuánta suerte tuvieron ellos!, exclama una por en el interior, sin tener idea del criterio de selección. “Si tienes tres hijos o más menores de vida podías evitar el quinta”, comenta. “Por lo menos antiguamente”, añade Inna, que con la frase da perspectiva a la transformación del panorama agresivo en su estado. Piensan igualmente los jóvenes ucranianos en qué van a estudiar más que nunca, para no tener que alistarse a un batallón.

“Soy una persona positiva, me gusta la vida, mi tribu, soy acertado”, se define Inna con franqueza, y no podría hacerlo mejor. Los conocimos semanas antiguamente en el judería de As Lagoas y desde el primer momento ese espíritu proyectó. “Me gusta ver las cosas tal como son”, añade su hijo, y esa fortaleza mental y el querer paz que uno y otro emanan parecen atributos de toda una nación.n

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