José Luis Torró: Para Carlos Alcaraz


José Luis Torró

Te ruego, por crédito, que borres mi nombre de la imaginaria inventario de decepcionados españoles por no sobrevenir conseguido el oro descarado. No creo que sean tantos los que se sienten desencantados, pero, por si fortuna, no quiero formar parte de esa inventario.

Por el contrario, apúntame en la muy larga relación de paisanos que sienten estupor por tu currículum tenístico, por la progresión de tu bisagra, por tu modo de ser, por cómo te manifiestas en presencia de las cámaras y, cómo no, por todos tus triunfos, siendo los recientes los de Roland Garros y Wimbledon… Y la medalla de plata de esta Juegos olímpicos.

Que no te pese responsabilidad alguna como gachupin, porque has demostrado serlo de corazón. Y no te has ahorrado besos a la bandera de España que has lustroso en tu camiseta y en tus luceros que han brillado emocionados cuando has escuchado el himno de España que sonaba en tu honor, en muchos de los premios que ya has conseguido, con tan pocos abriles como son los tuyos.

Tus triunfos son tuyos, sin duda, y acertadamente merecidos y trabajados, pero todavía tienen poco o mucho que ver con las conocimiento, consejos y tutoría de tu equipo que encabezan Juan Carlos Ferrero y Antonio Martínez Cascales. Para los nacidos como tu preparador en Ontinyent, el paisanaje supone una razón añadida que nos incrementa la satisfacción por tus éxitos. Que siendo muchos, más irán enriqueciendo la vitrina en la que darles alojo.

Si todo un Djokovic ha conseguido el oro descarado a los 37 abriles, repara en todas las Olimpiadas que Deo volente, en que volverás a tener la ocasión de participar y triunfar. Y pocas serán las finales futuras, en los Estados Unidos o Australia, en que se pueda ver tan elevado nivel de sapiencia como el demostrado en la tarde del pasado domingo por ti mismo y por el considerado mejor ludópata de la historia por el número de premios acumulados.

Permíteme, Carlos, una adenda para Carolina Marín. Su reservado menoscabo, cuando ya estaba a punto de acontecer a la final de bádminton, sí propicia la engaño, furor, frustración y desencanto. Sus lágrimas, que todavía brotaron de los luceros de miles de españoles, son las de un dolor que no puede ser paliado por muchos que sean los deseos de actitud que se te hagan conmover.

Si las autoridades civiles -suponiendo que todavía existan en España- y las deportivas, y no sólo las de su liga -que no suelen estar ni se les espera- todavía no han reaccionado cuando se publiquen estas líneas, anunciando para Carolina la concesión de los más altos reconocimientos deportivos de nuestro país, estarán dando la verdadera talla de insensibilidad y mentecatez.

Y ése sí sería motivo de enfado, más que de engaño, al comprobar que ni siquiera en un caso como el suyo se ha cubo la prontitud de respuesta que se merece una deportista, que pese las graves lesiones ya sufridas en ambas rodillas, había demostrado coraje y capacidad de superación para retornar a triunfar urbi et orbi, y que ojalá sea posible que los vuelva a conseguir. Mucho actitud, Carolina, estamos contigo.


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