Luis Peñalver Alhambra: Tatuajes


Pocos fenómenos son más representativos y sintomáticos de esta civilización epidérmica que nos ha tocado estar que la moda de los tatuajes. Asistimos a una auténtica oleada de estos ornamentos incorporados a la propia piel. Con ellos sucede lo mismo que con los retoques que nos proporciona la cirugía estética: una vez que se comienza resulta difícil detener. Uno empieza con un relleno facial o un pequeño tatuaje en el hombro, pero luego sigue retocando o adornando el resto de su cuerpo. Los héroes de nuestro tiempo, nuestros máximos referentes, es proponer, los futbolistas y los famosos a los que seguimos (cantantes, influencers, youtubers, etc.), constituyen el espejo en el que mirarnos. La explicación de los motivos sociológicos y psicológicos de esta moda daría para varias relación doctorales.

Los tatuajes siempre existieron en las culturas tradicionales. Dicen que fue el capitán Cook quien, en 1769, usó por primera vez la palabra «tatto» (una derivación del verbo polinesio ta, «zurrar») para referirse a estas marcas que pudo observar en la piel de los habitantes de las islas de la Polinesia. En muchas de las sociedades llamadas «salvajes» o «primitivas», una figura tatuada era un modo de invocar a las potencias celestes o de suministrar la comunicación con las fuerzas cósmicas. Al mismo tiempo, las marcas en la piel constituían un «rito de pasaje» o de iniciación en los cambios de etapa o de estado, pero asimismo un signo de función o rango social y, en militar, de pertenencia a un orden o a una tribu con la que el individuo mantenía una relación inalterable. Tatuarse un animal, por otra parte, era un modo mágico de identificarse con él, a fin de aprovechar sus cualidades y apropiarse de sus virtudes. Así el toro atraía la fecundidad o aseguraba buenos rebaños, el oso o el bizarro, la fuerza, etc. Pero asimismo podía servir (tatuarse una serpiente o un escorpión, por ejemplo) para inmunizarnos contra el tóxico de los animales peligrosos. Asimismo se utilizaban los tatuajes para sellar una alianza con los espíritus de los antepasados y las diferentes divinidades. Y para la conflicto. En las razas negras, los tatuajes eran sustituidos por incisiones o escarificaciones de la piel. En cualquier caso, ya fuese por la presentación de colorantes en el tejido insustancial o por la formación de relieves cutáneos, el poder mágico y piadoso de los tatuajes no podía tomarse a la ligera, sino que requería una compleja iniciación del individuo adentro del orden o el clan al que pertenecía.

Si nos preguntamos ahora (quien escribe estas líneas se ha parado más de una vez a preguntárselo a sus alumnos) por los motivos por los que un muchacha, y no tan muchacha, se tatúa un animal o un monstruo increíble en la espalda o en cualquier otra parte de su cuerpo, en numerosas ocasiones no encontraremos otra respuesta que «porque es atún» o (apunten esta compleja categoría estética) «porque es guay». No nos gustaría trivializar ni afirmar que estas pinturas o grafías cutáneas se encuentran vacías de todo significado. Nuestra piel no solamente es el entraña más extenso del cuerpo (en un adulto posee una superficie aproximada de dos metros cuadrados y pesa cinco kilos); es asimismo ese final que intermedia entre nuestro interior oculto y el foráneo, donde los procesos internos dejan un rastrillo visible a nuestros fanales y a los de nuestros semejantes.

Constituye, adicionalmente, el circunstancia del contacto, de la caricia, del colisión con el otro. El que se marca su propia piel desea señalar una propiedad o una dependencia respecto a aquello a lo que el signo alude (por ejemplo, el remembranza de una persona amada). Sin secuestro, en esta época en la que veneramos a los dioses del consumo (o de la moda), las razones por las que tatuarse este o cualquier otro motivo en esta o cualquier otra zona de la cutícula suelen ser tan superficiales como las que nos llevan a nominar el circunstancia de nuestra organismo donde colocarnos el piercing.

No decimos que no existan motivos, claro que no, algunos muy serios, pero éstos con frecuencia son tan débiles que rozan la indiferencia. Embellecer el cuerpo podría ser un motivo, desde luego, pero harto escueto y equívoco. El puro hecho de cambiar y de hacer poco con tu cuerpo (pero sólo si la mayoría de la familia hace lo propio) puede ser asimismo otra de estas pobres motivaciones. El caso es que el cuerpo ya no es, como ayer, un objeto de poder sino una especie de árbol de Navidad en el que se cuelgan de guisa permanente adornos, los cuales están sujetos a las modas y a las oscilaciones del mercado. Se estima que este negocio mueve al año en España más de 220 millones de euros de guisa legítimo (a los que habría que añadir unos cuantos millones más no declarados). Dependiendo de su poder adquisitivo, uno puede diseñarse sus propios tatuajes de acuerdo con las últimas tendencias en técnicas, temáticas y áreas del cuerpo.


Tatuaje irezumi realizado con tebori. Japón, finales del siglo XIX

El catálogo donde nominar es casi infinito: tatuajes 3D en los que las luces y las sombras se integran de guisa que consiguen una impresión de profundidad; tatuajes realistas de animales, lugares y rostros casi fotográficos; tatuajes blancos, tatuajes-acuarela, tatuajes minimalistas, puntillistas, abstractos y asimismo los clásicos tatuajes «old school» con motivos marineros… Cada vez se llevan más los tatuajes «blackwork», consistentes en cubrir grandes zonas de la piel con el adverso (una buena opción para taparse los tatuajes que ya no nos gustan), adecuadamente diseñando figuras geométricas con reminiscencias maoríes, adecuadamente fundiendo completamente en adverso un mecenas, una pierna o el cuello (debo confesar que en presencia de esta última moda naufraga mi capacidad de argumentación). Si uno está enamorado y cree que su inclinación va a durar siempre puede tatuarse en pareja. Y no hablemos de la micropigmentación facial o capilar, muy en novedad entre hombres y mujeres, consistente en fingir mediante la tinta la presencia de pelo en la habitante, la barba o las cejas. La fase favorita para exhibir estos tatuajes es, lógicamente, el verano; y el circunstancia propicio, el campo, la piscina o la playa.

La moda de los tatuajes ilustra un nuevo capítulo de lo tratado en artículos anteriores, cuando hablábamos de cómo esta civilización de la simulación y el simulación, que nunca acaba de tomarse a sí misma demasiado en serio, se encuentra condenada a la frivolidad. Asistimos al imperio de lo superfluo, o de lo efímero. Sin secuestro, no deja de ser irónico que en una sociedad tan cambiante e inconsistente como la nuestra, en la que resulta cada vez más difícil sentir poco sólido a lo que ratificarse, lo único indeleble sean los insubstanciales tatuajes.

SOBRE EL AUTOR

Luis Peñalver alhambra

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid

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