«El objetivo es que la música fluya y que no suene como una máquina»


El guitarrista José Antonio Rodríguez cumplió en primavera 60 primaveras. Lo hizo en Córdoba, ciudad a la que regresó durante la pandemia tras más de tres décadas viviendo fuera, en Sevilla y en Estados Unidos. Ahora tiene su estudio en los aledaños de San Andrés, donde se realiza esta entrevista en la que repasa el año intenso que está viviendo y que se cerrará en otoño con la aparición de su nuevo disco.

De paso además se reflexiona sobre una carrera asombrosa, un itinerario pleno de creatividad desde sus inicios en los 80 -en los que triunfó en el Concurso Franquista de Córdoba, en Las Minas y en Jerez- hasta las siguientes décadas marcadas por sus constantes giras y colaboraciones.

-Ha pasado un mes del estreno en el Gran Teatro de su espectáculo ‘La inspección de Romero de Torres’. ¿Qué sensación tiene pasadas unas semanas?

-Muy satisfactoria, aunque todavía me siento cansado, porque ha sido un plan en el que he trabajado mucho tiempo. Juan Carlos Limia, con el que tenía amistad, me comentó hace dos primaveras que se acercaba el 150 aniversario de Romero de Torres y me dijo que fuese pensando poco. Cuando poco me interesa tiro en torno a delante. Ha sido un trabajo de composición, pero además un proceso para ver cómo podía reverberar a Romero de Torres. A menudo se abusa del tópico, y yo quería salir de eso. El espectáculo se titula ‘La inspección de Romero de Torres’ porque refleja lo que él veía para pintar. Imaginé lo que pensó, lo que miró, lo que sintió. Como yo a nivel compositivo soy impresionista, intenté reverberar diferentes momentos del día en los lugares en los que él se inspiró. Luego me fui complicando, porque siempre intento sorprenderme. Ahí fue cuando entraron nociones como la danza y distintas voces. El flamenco con José Valencia, pero además otra voz que para mí es Córdoba, como la de Randy López. O un trovador como Javier Ruibal.

«Mi nuevo disco si está pegado a algún tipo de música es al smooth jazz, o a lo que denominamos smooth flamenco jazz»

-Este estreno le llegó poco luego de su 60 cumpleaños. ¿Hace movimiento o no se para a eso?

-Siempre he sido hiperactivo y ahora mucho más. Por eso creo que veo todo con extrañeza, porque tengo esa vida, es cierto, pero no la siento. Cuando paseo por Córdoba me vienen muchos memorias de cuando era pequeño, del Conservatorio, de los trayectos por el puente a la casa de mis padres. Me impresiona cómo pasa el tiempo y cómo cambia todo. Ahora miras detrás y ves lo que has hecho en lo personal y lo profesional, pero ya digo que la sensación primordial que siento es la extrañeza. Igualmente siento que al final mi profesión es mi vida y ahora estoy ilusionado porque en octubre saldrá el nuevo disco.

-Hemos escuchado el primer sencillo, ‘Qué más da’. ¿Qué puede avanzar?

-Es un disco que si está pegado a algún tipo de música es al smooth jazz, o a lo que denominamos smooth flamenco jazz. En este disco ha influido que en 2023 hice un crucero que organiza el saxofonista Dave Cox, al que conocí cuando uno y otro grabamos un disco con Ringo Starr. No era un crucero distintivo, sino con decenas de teatros y grandes músicos con espectáculos. Estaban el propio Dave Cox, el compositor Marc Antoine o Sheila E., la baterista de Prince. Éramos 300 entre músicos y artistas. Había teatros grandes para los espectáculos, pero en mi caso lo que tenía era un pequeño teatro para 50 personas. Tocaba dos días en el teatro y el resto de días colaboraba con otros espectáculos. Estuve tres semanas e hice grandes amigos. Cuando vine me puse a inculcar y muchos de estos artistas colaboran. Es el caso de Michael Lington, de Cox, de Antoine, de la cantante Sara Devine o de Michael Nagy, de Scorpions. Es un disco con muchas colaboraciones y que completa un año en el que he pasado del flamenco a lo sinfónico y luego al smooth jazz. Por eso estoy más cansado de lo habitual [risas].

«Hay tanta música que casi nadie cree que se pueda hacer poco nuevo. Lo que se necesita es tiempo y paciencia»

-Supongo que ese mundo universal en el que se mueve es ejemplo de lo mucho que ha cambiado la música. ¿Cómo ve la proceso desde sus inicios?

-Mi primer disco lo grabé en el 83 en cercano y ahora estamos en lo digital, en excluir la información en la cúmulo. El flamenco no es indiferente a la vida. Antiguamente se movía en un entorno rural y ahora es urbano, y el estilismo siquiera es el que había. Las influencias llegan ahora al segundo, pero cuando nosotros éramos jóvenes nos comprábamos Paco Serrano, Vicente Amigo y yo un disco de Paco de Lucía y nos lo pasábamos de mano en mano. Ahora con un teléfono baste. Toda esa información es muy buena, pero además creo que coarta la intención, la creatividad. Hay tanta música que casi nadie cree que se pueda hacer poco nuevo. Lo que se necesita es tiempo y paciencia. La música que nosotros hacemos es civilización, poco muy desigual a la industria musical. Lo habitual es que poco que yo componga no se entienda de primeras. Se entiende cuando pasa un tiempo, y necesitamos ese tiempo.


José Antonio Rodríguz, tocando en su estudio


valerio merino

-Usted, pese a ser un músico flamenco, ha sido siempre muy independiente y raro. ¿Cómo le ha influido?

-No ha sido provocado. Con 16 primaveras tenía varios discos de cabezal. Por ejemplo, ‘Almoraima’, de Paco de Lucía, que es precioso. Pero, a esa misma vida, ya escuchaba otras músicas. Entonces no lo contaba, pero Barón Rojo o Tronco me encantaban. Retentiva que en aquella época fui a tocar a Suiza y allí pude ver ensayando a Motorhead, poco que me impresionó. Igualmente escuchaba música clásica. Cuando me llegó la oportunidad de colaborar con músicos diversos y orquestas siempre lo vi con buenos fanales. Retentiva con cariño cuando tuve la oportunidad de hacer la tournée con el asociación Acustic Fever, que creó Herman Rarebell, el baterista de Scorpions. Fue una de las ilusiones de mi vida.

-Otra etapa importante fue su periodo en Los Ángeles.

-Desde hacía tiempo yo grababa en Miami, con Alejandro Sanz, Pimpinela o Los del Río entre muchos otros. Sucedió además que en unos Grammy Latinos en Las Vegas conocí a la que luego sería mi manager, Cristina Abaroa. Ella vivía en Los Ángeles y al final me alquilé allí un alojamiento. Era para dos meses, pero me quedé. Me interesaba conocer cómo trabajan y cómo se mueven allí los artistas. Pude trabajar para productores del cine y además conocer cómo se relacionan los músicos entre ellos. Yo vivía en Hollywood frente al Catalina Jazz Club, y allí actuaban multitud como Chick Corea, Steve Gadd o el actor Andy García, que toca la percusión. La relación entre artistas era muy cercana. Es muy particular.

«El Covid me trajo de reverso y me reencontré con Córdoba, que poco tenía que ver con la de 30 primaveras detrás. Me ha sorprendido su vida cultural»

-Otro de sus grandes retos ha sido conseguir una expresión propia, que es poco que va mucho más allá de la técnica. ¿Cómo se consigue?

-He pasado muchas etapas. Cuando tenía 14 primaveras mi adiestrado me corregía en el Conservatorio y luego no me sonaba acertadamente. Mis manos largas no son las mejores para tocar la guitarra, pero de ahí se pueden sacar virtudes. Por ejemplo, hago ciertos acordes muy fácilmente. Excepto de eso, trabajé mucho el sonido, que no es solo la velocidad. En eso he trabajado mucho, que si la uña más larga o más corta, que si un aparato con una madera o con otra, que si más tensión o menos. Al final logré sonar como a mí me gustaba. Mi coexistentes además tuvo la suerte de coincidir con las grandes figuras como Serranito, Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar. Ellos iban a los grandes festivales y ahí además nos contrataban. Eso nos permitió conocer muy jóvenes a multitud como Astor Piazzolla, Leo Brouwer, David Russell… Esas semanas en las que coincidía con todos ellos por Europa aprendía muchísimo. Todo eso lo destilé. En cuanto a la expresión, siempre digo que soy guitarrista pero lo que en verdad soy es músico. Quiero darle tanta importancia a la sonoridad como a la velocidad. En muchos conciertos creo que conseguí despojarme del guitarrista. El objetivo final es que la música fluya y que no suene como una máquina.

-En lo personal, ¿qué impresión tiene de Córdoba y de este judería en el que vive, que poco a poco se está llenando de artistas?

-Me fui en 1993 a Sevilla. Luego me fui a Utrera, más tranquilo, pero la inquietud me mataba. De ahí me fui a Los Ángeles. El Covid me trajo de reverso y me hizo reencontrarme con Córdoba, que había cambiado muchísimo y poco tenía que ver con la de 30 primaveras detrás. Me sentí muy acertadamente. Y en San Andrés me siento quimérico. Igualmente me ha sorprendido la vida cultural. Nunca he ido a exposiciones, quizá por deformación profesional, pero ahora voy a la Diputación, al Cómico, a la Fuenseca, a la Fundación Gracia, a pequeños conciertos. Quizá sea porque estoy en el Centro y está todo muy concentrado, pero esto que vivo en Córdoba no lo viví en Sevilla y me ha sorprendido.]

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *