De guardia en uno de los peores juzgados de España: «Parecemos las madres»


Sorprende la cantidad de personas que paciencia interiormente del audiencia de control de Illescas a las merienda de la mañana, con tres coches de la Guardián Civil aparcados en la puerta de antes, por donde entran los detenidos. Es 15 de agosto, fiesta doméstico, y hace una hora que ha campechano al conocido. A la jueza Cristina Merlo Llanadas, titular del número 4 de Instrucción y Primera Instancia desde enero de 2023, le esperan ocho días, con sus siete noches, en los que se mezclarán los asuntos diarios con los que entrarán por estar de control. «Cobraremos 339,39 euros brutos por toda la semana», desvela.

Cristina tiene 42 abriles y comenzó a concursar a los 30, luego de haberlo intentando en Hacienda -«me quedé dos veces en el botellín examen»- y trabajar en la empresa privada. «Le pregunté a mi hermana si me mantenía mientras las estudiaba, porque esto es dedicación plena. Me dijo que sí y aprobé», recuerda. «Yo lo que tengo es afición de funcionaria; lo de mediador caldo por añadidura», sonríe esta hermana de dos broches muy pequeños que no soltará el teléfono móvil en toda la semana.

«Tráete el perico»

Pero Cristina, aficionada del Deportivo de Madrid, no está sola. «He caído en un audiencia maravilloso. Hay muy buen círculo», elogia a sus compañeras. Son cuatro funcionarias, encima del culto de la Dependencia de Imparcialidad, las que la apoyan en esta laboriosa tarea. Trabajan en uno de los peores partidos judiciales de España por su colosal comba de asuntos, con ocho juzgados sobresaturados y algunos en unos edificios ruinosos. «Esto no es el boreal de Toledo; es el sur de Madrid. Aquí hay conveniente mambo y necesitamos más juzgados; podría tener doce o trece…», calcula Cristina, que tiene la decisión: «¿Cómo se mejoran las cosas? Con pasta». Porque en su audiencia, pone de ejemplo, van a prescribir asuntos leves de 2022 al no tener personal suficiente para tantísimo curro.

La marcha ha empezado regular. Sin un meta de seguridad en la entrada, han tenido que avisar a la empresa de vigilantes, que hoy no ha enviado ningún. Precisamente ocurre un día en el que pasará mucha multitud que tiene la obligación de firmar los 1 y 15 de cada mes (si es festivo, incluso podrán hacerlo al día futuro). «La media es de cien», dice la auxilio legal, que lleva de interina cerca de dos décadas.

Aunque las altas temperaturas han remitido, a Dios gracias, el calor promete interiormente del audiencia, que tramita asuntos de violencia de tipo los fines de semana y los festivos, como sucede este 15 de agosto, que se celebra la Aceptación de la Doncella María. «Tráete el perico, que no tenemos elegancia acondicionado», advirtió la jueza al periodista por WhatsApp antiguamente de que saliese de su casa. Y la sugerencia se agradece al ascender porque el perico va a trabajar.

Cristina, en cambio, tiene la ventana de su despacho abierta de par en par, por donde a menudo se cuela el olor a comida de los pisos que están acoplado encima. Las cuatro compañeras, mientras, se alivian con ventiladores pequeños entre torres de carpetas y estanterías llenas de expedientes en una habitación de unos 30 metros cuadrados. «La semana pasada estuvo roto, lo arreglaron y funcionó un día», recuerda Cristina, quien se incorpora luego de unas reposo.

Las cinco se tutean. «Cuando llegué, les dije que me trataran de tú si les parecía proporcionadamente», cuenta la jueza, a la que interrumpe una funcionaria que abre la puerta del despacho: «Está perspicaz el de violencia doméstica». Dos hermanos que rondan los vigésimo abriles se han pegado, aunque incluso paciencia otro caso de presunta violencia de tipo: «Un declarante dice que ha conocido a la pareja de una chica cómo la pegaba en la calle. Pero ella dice que es una pelea corriente», informa otra funcionaria.

«¡Ostras, una pelea corriente!», se sobresalta la jueza, que lee en voz reincorporación la comunicación del declarante recogida en el atestado: «… llegando a cogerla del cuello intensamente, empujándola violentamente contra la valla de un pared, agarrándola del bienhechor y propinándole unas bofetadas en el rostro a las cuatro de la mañana». «Ella no va a denunciar y no quiere abogado», tercia la funcionaria. La fiscal, que prefiere el anonimato, está teletrabajando y Cristina la avisa por el teléfono fijo porque su dispositivo móvil no tiene cobertura en el despacho.

Una chica se niega a resolver contra su novio, que supuestamente la ha pegado: «Yo no tengo ninguna marca»

Posteriormente de atravesar un patio interior, pasamos a la sala de vistas del audiencia número 5, que comparte con el 4, y a veces con el 2 y el 8, dependiendo de cómo esté la cosa en las salas de otros juzgados de Illescas. Es un oasis de placer porque sí funciona el elegancia acondicionado. «Dan ganas de quedarte», anima la jueza a la abogada del maltratado turno de oficio por parte del Servicio de Imparcialidad. Rosa María Rosa defiende al detenido por pegar presuntamente a su hermano y incluso al arrestado, un marcial a la paciencia de destino, perceptible de atacar supuestamente a su pareja, con la que no convive.

Primero va el asunto de los hermanos. El agredido entra con el ojo derecho hinchado y morado, pero alega a la jueza que no va a resolver. «A mi hermano lo quiero mucho y siempre se lo he dicho», audición la fiscal, quien comparece por videoconferencia a través de una enorme pantalla a la espalda del agredido. «Quiero dejarlo aquí», testifica la hermana de los dos chavales.

Acompañado de dos guardias civiles, el arrestado entra en la sala calzando chanclas y vistiendo una camiseta del Positivo Madrid; es la de Mbappé, con el número 9. «No quiero resolver», contesta brevemente. «Pues hemos terminado. Sobreseimiento provisional», sentencia Cristina.

Luego entra el declarante de la supuesta acometida, la aurora pasada, a una señorita por parte de su pareja en las fiestas de un pueblo cercano. Relata detalladamente lo que vio, pero ella, que es la futuro en advenir, alega que no va a resolver contra su novio. «Si me va a contar cualquier cosa, a lo mejor me sirve para tomar alguna medida. ¿Me quiere contar lo que pasó?», insiste la jueza. Y la chica acento, pero para desmentir lo que había relatado el declarante. «Yo no tengo ninguna marca», alega a la fiscal, quien recuerda que un parte médico indica que tiene algunas rojeces. «No discutimos asiduamente; si no, no llevaríamos casi 15 abriles juntos», insiste antiguamente de romper a gimotear.

«¿No le puedo ver?», suplica la señorita entre lágrimas a la jueza. «Yo voy a hacer todo lo que esté en mi mano por ayudarla. Voy a hacer todo lo posible para que usted esté proporcionadamente. Se lo prometo. Pero no le puedo consolidar lo que voy a hacer», alega Cristina, quien le informa de que no se puede cruzar con él en el pasillo. La supuesta víctima se marcha sollozando y se hace el silencio en la sala de olfato un par de minutos.

«Espero no lamentarme»

La jueza y la fiscal se quedan un rato a solas antiguamente de que entre el detenido, custodiado por dos guardias civiles, y comience a relatar. «Mientras estábamos de camino alrededor de el coche, empezamos a discutir porque los dos estábamos muy enfadados por nadie (…). Puse la mano en la valla, pero no la toqué. Que yo me acuerde, no la toqué ni la agarré de los brazos ni forcejeamos. Que yo recuerde, no», alega. «Un declarante dice que la cogió del cuello y le dio un bofetón», replica la fiscal por la pantalla superhombre. «Es mentira. Yo no le hice las marcas en el cuello», niega el arrestado.

Sin retención, la fiscal pide como medida cautelar una orden de protección, de 200 metros y la prohibición de comunicarse con ella. Apuntala su reproche en el evidencia firme del declarante. Rosa, la abogada del detenido, se opone.

Finalmente, la jueza no adopta la medida cautelar -es lo único que puede hacer en este asunto-, aunque no está muy convencida. «Lo hago por la chica, porque la veo francamente mal. Espero no lamentarme», admite frente a la abogada, quien añade: «Le voy a proponer [a su detenido] que una y no más; la próxima vez no va a tener tanta suerte».

De todos modos, el caso todavía tiene itinerario. Pasa al Auditoría de Violencia de Productos de Toledo, donde la pareja y el declarante ya están citados para este martes. Allí se podría conciliar una orden de alejamiento, ya que la fiscal va a nutrir la reproche, y seguramente irá a un audiencia de lo Penal y habrá un litigio, avanza la jueza.


Rosa, abogada del turno de oficio, y la jueza Cristina


Manuel dorado

Termina la segunda comparecencia, pero no dejamos la sala de vistas. «Están hablando de crear el audiencia número 9 en Illescas y se llevaron en primavera el de Violencia a Toledo. Se tenía que tener quedado aquí», critica Rosa, la abogada. «El audiencia 3 de Illescas se habría tenido que continuar exclusivamente para violencia de tipo. Habría sido lo ideal», respalda la jueza.

Eso sucede los fines de semana y los festivos, cuando el de Toledo no está de control. Con este panorama, Rosa puede tener en una misma mañana de un día lectivo una comparecencia por otro asunto en Illescas y otra en el audiencia de violencia de tipo en Toledo, exactamente a 36 kilómetros. «Entonces tenemos que pedir favores entre los abogados, si encuentras a cierto», recalca la letrada.

Sin pretenderlo, sale a relucir el número 8, que muchos llaman ‘el audiencia armario’ porque a los funcionarios se les veía desde la calle hasta que torrevieja news today lo denunció. «No se puede crear un audiencia sin sala de vistas ni calabozo», afea la abogada, quien incluso critica el bailete de inmuebles que se quiere hacer con algunos juzgados de Illescas. «Lo que hay que hacer con el edificio donde están el 2 y el 3 es clausurarlo y tirarlo en sitio de reutilizarlo», apostilla la jueza. «O tirarlo y levantarlo de nuevo en condiciones. Pero esa remiendo…», lamenta Rosa, que lo conoce muy proporcionadamente. «Ha caído medio edificio del número 2 y está cerrada la parte de debajo, pero podemos estar encima. Esta remiendo no me da ninguna seguridad», insiste la abogada.

Tratan todo tipo de asuntos: desde un alijo de 165 kilos de cocaína hasta una discusión acostumbrado por una rebanada de pavo

La jueza sale de la fresquita sala de vistas y vuelve a su despacho. «Llevo muy mal los asuntos de tribu, me afectan mucho», se sincera mientras se le van aguando los luceros. Salen a colación sus dos broches de año y medio, y incluso acento maravillas de su marido, funcionario, que se encarga de ellos cuando ella no está en casa.

¿Qué tal se duerme durante una control de ocho días? «Irresoluto de la jueza y de que suene el teléfono», alega una funcionaria y asienten sus tres compañeras. Dos son titulares y las otras dos interinas. Y hablamos de la conciliación del trabajo y de la tribu. «Es irrealizable. Voy a hacer tres abriles aquí porque en Galicia no sacan plazas y allí las comisiones de servicio por un año te las deniegan oportuno a las transferencias de las competencias en Imparcialidad», se queja una a la que su acento delata. Es de Allariz, «en Ourense, del pueblo de Romasanta», un adverso en serie castellano del siglo XIX, y tiene allí a sus dos suegros con cáncer.

«Los concursos de traslados son una mierda y la conciliación acostumbrado está triste», se lamenta otra compañera que tiene a sus dos hijos en Murcia. «Allí no sacan plazas fijas, pero sí para interinos, que las están cubriendo porque se necesita personal», describe. «Toda la multitud de Murcia que hemos ratificado estamos aquí y allí sólo sacaron una plaza. ¡Me tengo que ir al botellín pino cuando sé que hay sindicatos a los que no les interesa sacarlas!», se enerva. Pero no deja el redil. Cuando apruebas la competición -a lo mejor 50 plazas para media España con el ingente número de interinos-, «el tutor es el compañero». «Y necesitas de dos a tres meses para ponerte mínimamente al día», tercia su compañera gallega, a la que se le nota más la procedencia cuando protesta. Es proponer, mucha teoría para los exámenes, pero poca praxis. Un clásico.

El provisional se va a la calle

Dicen que en el partido legal de Illescas no hay multitud suficiente para sacar los procedimientos. Lo cuentan delante de una compañera interina que va de un audiencia a otro. Posteriormente de vigésimo meses trabajando aquí, la cesaron y estuvo dos meses y medio fuera. «En este tiempo mi mesa estuvo completamente parada. No avanzó ningún expediente. Con la nueva ley, cuando llevas tres abriles en el mismo puesto, te cesan aunque tu mesa no la vaya a establecerse nadie. Cuando el provisional ya ha aprendido, lo echan», explica lo inexplicable. «Y, cuando se va, tiene que hacer un testamento de dónde está cada cosa», remata Cristina, apasionado de la germanía española. «Soy una filóloga frustrada», reconoce la jueza, cuyo sueño es trabajar en Fundéu, una fundación cuyo objetivo es el buen uso del castellano en los medios de comunicación.

Se cierra físicamente el audiencia el primer día de control. Cada una se va a su casa, pero irresoluto del teléfono móvil. No obstante, Cristina aprovechará para estudiar otra competición con cien temas porque pretende prosperar en la carrera legal.

La sombra ha transcurrido sin sobresaltos y a la mañana futuro se cumple con la rutina. Las funcionarias llaman a los puestos de la Guardián Civil en Illescas, Seseña, Villaluenga y Valmojado para retener qué detenidos hay, para que les manden los atestados y así ellas puedan ir adelantando tarea.

Buenas informativo por la presencia de un vigilante desde primera hora, pero malas sobre el elegancia acondicionado. Descuido una cámara y tienen que aprobar su adquisición. «No doy crédito», dice la jueza, seguidora y defensora de la reina Letizia Ortiz. «Yo tengo dos fotografías con Don Felipe; una cuando aprobé las oposiciones como letrada de la Dependencia de Imparcialidad, el secretario legal de toda la vida, y otra cuando aprobé las de mediador», lo cuenta mientras las muestra.

Hasta que llegue la cámara, le han colocado un ruidoso maquinaria de elegancia acondicionado portátil en su despacho y otro a las funcionarias en la oficina. Hoy tiene que tramitar el expediente de un detenido por conducir sin puntos en el permiso. «Poco muy habitual en este partido legal, conducir de modo ilegal», revela una de ellas. La cosa queda en una conformidad: una multa de ocho meses a 5 euros por día.

Y incluso se toma comunicación a un hombre al que buscaban para que manifestara su domicilio y que llegó acompañado de la Guardián Civil. Esta vez no ha habido contratiempos. «Siempre hay problemas informáticos. Si no equivocación una cosa, equivocación otra», denuncia una funcionaria.


La pareja de detenidos por los 165 kilos de cocaína llegó en este furgón policial el sábado


Manuel dorado

El tercer día de control promete. «Hay denuncias muy tontas que se resolverían si la multitud hablase entre sí», reflexiona una compañera mientras la jueza está en la sala de vistas con un supuesto caso de violencia doméstica en un domicilio: un cuarentón reincidente ha pegado a su hermana, mucho más anciano, porque le había quitado una rebanada de pavo delante de la hermana.

Luego toca la comparecencia de una pareja detenida por un alijo de 165 kilos de cocaína que habían recogido en el aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid Barajas. Posteriormente de oír una historia difícil de creer para tratar de exculparse, la jueza decreta su ingreso provisional en prisión.

No sucede lo mismo con una ‘inquiokupa’ a la que Cristina deja en franqueza porque, según la fiscal, no ha quedado demostrado que la detenida fuera la dueña de la mariguana hallada en la vivienda. «Estuve un día y medio fuera, unas personas entraron y yo me encontré aquello allí», testifica frente a la jueza, quien a menudo echa mano de una frase que oyó a su compañero de promoción Felipe Maza: «Parecemos las madres de todos». Y esa es la impresión que a uno le queda luego de tener pasado por su audiencia.

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