ngel camina con su mujer agarrada de la mano por una ostentosa calle madrilea. Pasea por el barriada de Salamanca, concretamente. Se fija en los viandantes que se cruzan en su camino, a pesar de ver cientos de rostros, pero centra su inspección en las muecas. Observa minuciosamente el temporalizador que portan. “Al final es como el que conduce un Mercedes. Si tienes efectivo, pues te lo puedes permitir y lo llevas puesto por la calle”.
Este es el testificación de
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