Cogolludo y su Palacio Ducal, donde Francisco de Quevedo se retiraba con su protector el Duque de Medinaceli


Francisco de Quevedo es uno de los mayores genios del Siglo de Oro español. Sin embargo, era el segundo hijo varón de una familia de funcionarios de palacio. Su padre fue secretario del rey Felipe III y su madre dama de la Reina.. Nació el 14 de septiembre de 1580, hace este mes 443 años.

Estudió con los jesuitas en Ocaña y posteriormente en Alcalá de Henares y Valladolid donde residió durante los años de la Corte (1600-1606). Una década más tarde, se convirtió agente secreto a las órdenes del duque de Osuna.

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Esta obra le hizo sufrir un breve destierro a la Torre de Juan Abad, a unos 20 kilómetros de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real). Después, Quevedo regresó a la Corte como un magnífico escritor y figura pública, al servicio del Conde-Duque de Olivares.Válido para el rey Felipe IV.

Su carácter indomable hizo que fuera nuevamente detenido tras haber mantenido durante años diferencias con la Corona y enviado a la cárcel de San Marcos, en León, de la Orden de Santiago de la que era caballero.

Fue detenido en Madrid, mientras dormía en las Casas del Duque de Alba, alquiladas por el Duque de Medinaceli la noche del 7 de noviembre de 1639 después de que el Rey Felipe IV recibiera un infame memorial dirigido “A Su Católica, Sagrada y Real Majestad” y que, pese a ser anónima, fue considerada obra de Quevedo.

Quevedo fue un escritor excepcional, como es bien sabido. Pero lo que quizás no sea tan conocido es que mantuvo una gran amistad con el VII Duque de Medinaceli, y por ello, Pasó largas temporadas en Cogolludo, como lo demuestra su larga relación epistolar..

Y precisamente, en 1643, meses después de la caída del conde duque de Olivares, recuperó la libertad. A su salida de la prisión le esperaba el VII Duque de Medinaceli, don Antonio Juan Luis de la Cerda, que le llevó a su lujoso palacio de Cogolludo.

La relación entre el VII Duque y Quevedo debió establecerse a finales de 1629 o principios de 1630. Quevedo solía describir al hidalgo como uno de los hombres más sabios, distinguidos, magnánimos y generosos de su siglo.

Incluso dijo de él que era un iluminado porque era Doctor en Ciencias y Letras, un profundo erudito y dominaba el latín, el griego y el hebreo, además de convertirse en una autoridad como teólogo y escritor. En varias ocasiones, el Duque invitó al célebre escritor madrileño a su palacio de Cogolludo, del que dice “fue su casa muchas veces, donde apagó, mientras permaneció allí, penas que el Duque y su esposa supieron relegar para que no me carcomería las entrañas (… )». El escritor afirmó que «con esto disfruté de momentos muy divertidos, entrañables, que hacen que la vida valga la pena», ya que «el Duque es un amante de la cultura, un admirador del ingenio dondequiera que esté». es un gran conocedor de los clásicos”.

Así, en el impresionante Sala Mudéjar del Palacio Cogolludoambos urdieron diversas operaciones, muchas de ellas especulativas, para mejorar las cosas en el Reino.

También sobre el primer monumento erigido en estilo renacentista en España, Quevedo dijo que “el soberbio palacio de estilo renacentista-florentino representa un lujo para los sentidos y es un lugar de disfrute”.

Escribió sobre Cogolludo que fue “el lugar donde pasé los mejores momentos con los duques de Medinaceli” y lo calificó como un lugar maravilloso no muy lejos de Madrid y que es “ideal para retirarse, quedarse olvidado y ver las cosas con la cabeza”. “. calma”. Y además, “si era necesario, en el convento del Carmen y en el Monasterio de San Francisco, se encontraba consuelo para el espíritu”. Quevedo ayudó con la adquisición de libros para aumentar la biblioteca que el VII Duque tenía en el Cogolludo. Palacio.

Aunque no sólo son amigos, Quevedo también ejerció el papel de informante del Duque. Para él escribe nuevas noticias o le advierte sobre temas importantes dadas las diversas fuentes de las que el escritor madrileño obtuvo información.

Desde Cogolludo, Quevedo envió varias cartas como la fechada en la villa ducal el 29 de junio de 1643, dirigida al Duque del Infantado.

Don Antonio Juan Luis de la Cerda os mantendrá siempre al corriente de sus asuntos. Y Quevedo se preocupará de que su correspondencia pueda ser leída, interceptada o perdida y de esta manera se comunica con el VII Duque de Medinaceli con ocultación de identidades o busca alternativas al envío de correo ordinario.

En esta correspondencia entre ambos vemos la amistad entre ambos y el papel de intermediario de Quevedo, ya que en 1644 las cartas tratan del nombramiento del VI Marqués de Cogolludo como capitán general del océano y de las costas y ejércitos de Andalucía.

En algunas de estas cartas, Quevedo se encargaba de los trámites relacionados con una colonia. En otras ocasiones se convierte en el asesor o corredor de apuestas del Duque.

Y en el último año de su vida, a pesar de su delicada salud, nunca abandonó las órdenes que tenía del Duque. Lo que intercambiaron fueron cartas que respondían a la actualidad, la novedad y la confidencialidad, ya que el escritor contaba con una amplia red de informantes en la Corte y en diversos lugares de la península.

También es curiosa la petición que el Duque le hace en más de una ocasión para que le consiga perros, como en la carta del 21 de diciembre de 1631 dirigida a Medinaceli.

Y tanta fue su confianza con la duquesa, doña Ana María Luisa Enríquez de Ribera y Portocarrero, hija de don Pedro Enríquez de Ribera y sobrina del Virrey de Nápoles, que se encargó de buscar esposa a don Francisco.

Fue Doña Inés de Zúñiga y Velasco, Condesa de Olivares, quien tuvo una especial consideración y cariño hacia la Duquesa de Medinaceli quien eligió a la candidata.

El duque quedó facultado para firmar los capítulos matrimoniales tanto de Quevedo como de su futura esposa: Esperanza de Mendoza, viuda, señora de Cetina en Aragón, con quien se casó en 1634, matrimonio que duró muy poco tiempo.

Pero a pesar de este nefasto matrimonio, Quevedo quiso agradecer a la Duquesa su confianza y como prueba de su cariño y amistad, al morir don Pedro Enríquez de Ribera, padre de la VII Duquesa de Medinaceli, Quevedo le dedicó el soneto ‘Ilustre Alabanza en el Muerte del Marqués de Alcalá’, padre de la Excelentísima Señora de Medinaceli, en su libro de poesía ‘El Parnaso Español’.

Y mediante el matrimonio de don Antonio Juan Luis de la Cerda con doña Ana María Luisa Enríquez de Ribera y Portocarrero, Quevedo utilizaría el título de duque de Alcalá para referirse al de de la Cerda.

Por tanto, Cogolludo fue para Quevedo la arcadia para abandonarse de la mano de los duques. Lo que antes parecía superfluo se volvió imprescindible para el descanso o para encontrarse con uno mismo.

De esta manera, pasear por el pueblo, bajo unos humildes chopos, le daba una dimensión diferente de lo que consideraba sus preocupaciones, volviéndolas relativas y menos importantes.

Quevedo murió el 9 de noviembre de 1645 en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) y es uno de los grandes personajes históricos relacionados con Cogolludo y los duques de Medinaceli.

Su presencia en Cogolludo es uno de los atractivos de las visitas turísticas a la localidad tapatía, en las que además de conocer los lugares donde Quevedo encontró consuelo, se recitan algunos de sus poemas más famosos.

Las citas de Quevedo son recogidas por el periodista y escritor Baltasar Magro en su libro ‘La hora de Quevedo’ de acuerdo con el trabajo de la biógrafa, periodista, ensayista y traductora Astrana Marín para las cartas escritas antes de la prisión de Quevedo (1639). . Baltasar Magro cita las cartas posteriores a su liberación (julio de 1643) de F. de Quevedo: Nuevas cartas desde la última cárcel de Quevedo, estudio, ed. Crítica y anotación de JO Crosby, Woodbridge 2005.

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