Heras-Casado se consagra en el Festival de Bayreuth con un memorable Parsifal


La venida a la verde colina, tiene poco, o mucho, de un peregrinaje que se inicia en los más variados, y alejados, lugares del mundo, trazando cada cual su camino particular. El único tramo que comparten todos los «peregrinos» de la causa wagneriana es el de la recta que, entre frondosa manto vegetal, asciende suavemente desde las últimas casas del casco urbano de la pequeña ciudad del finalidad de Baviera hasta el Festspielhaus.

Es este un teatro y un festival al que no le caben más peculiaridades, que lo convierten en un espacio único: construido a partir de una idea de cierta rigidez, según designios del propio Wagner y sufragado por las arcas del estado de Baviera reinado por aquel entonces por Luis II, fue inaugurado en 1876 precisamente con la ópera Parsifal. Su gran platea es ya toda una revelación de intenciones del factótum de todo esto: sin palcos, recuerda a los teatros griegos con la pronunciada inclinación, perfecta para una visión total del proscenio por los aproximadamente 1.900 asistentes. Las butacas, por llamarlas de alguna forma, de madera, con un respaldo que finaliza a medio de la espalda, son legendariamente incómodas por lo que mantienen el cuerpo rígido y en tensión durante las cuatro horas que dura este Parsifal, evitando cualquier síntoma de laxitud. Igualmente es peculiar la tarima flamante de la sala, de finales del siglo XIX, que tradicionalmente es taconeada por el conocido cuando la representación lo merece y las palmas y los vítores se quedan cortos. Quien quiera seguir el trama en alguna pantalla, verá frustrado su deseo puesto que aquí todo el mundo viene aprendido. Capítulo por separado merece el profundo y vago foso de la fanfarria cubierto parcialmente con una concha que impide que el ojo del espectador se distraiga con los movimientos del director y con los músicos de la fanfarria. Incluso esto estaba pergeñado por Wagner. Un foso desde el que es muy difícil dirigir puesto que la conexión del sonido con los cantantes es especialmente complicada, sin secuestro, constituye parte del fenómeno sonoro que es esta sala que, fuera de error, nunca ha sido imitada en otros teatros del mundo. El peculiar y envolvente sonido no es especialmente extenso pero el pabellón se acostumbra en unos minutos y se adapta. Si adecuadamente las voces sabemos de dónde son proyectadas, con admirable legitimidad, el sonido orquestal, si cerramos los fanales podríamos concluir que proviene de cualquier parte de la gran sala o, quizás, de todas a la vez.

Otra peculiaridad es que no hay pasillo central y las treinta filas son corridas de un extremo a otro, por lo que transmite una sensación de abigarramiento como en ningún otro teatro y el calor y la sensación de dificultad es forzoso. Como se dice popularmente, sólo en caso de emergencia médica un espectador puede presionar a levantarse a toda su fila para dejar, o que le saquen de allí antiguamente de arruinar el acto. Al respecto, sirva como chascarrillo de mi función, que esto sucedió hasta en cuatro ocasiones pues tuvieron que ser evacuados sendos en el primer acto en el que entre otras cosas se nos acento de la «herida que nunca se cierra» de Amfortas. El director de decorado nos ofrece un primer plano proyectado en todo el fondo del proscenio de una intervención quirúrgica positivo en la que una herida se sutura. Ello dio sitio a varias lipotimias entre el conocido y a la abandono de los afectados. Todo ello con un orden y silencio germánico admirable. Los descansos de casi una hora son suficientemente amplios en tiempo como para avituallarse convenientemente en los restaurantes y cervecerías colindantes. Si adecuadamente la gran mayoría va de las más variadas formas de protocolo, se puede ver toda clase de «outfits», algunos incluso verdaderamente personales por no sostener directamente estrafalarios.

De la decorado firmada por Jay Scheib, ambientada en un mundo distópico de sobreexplotación de la naturaleza, alterna instantes logrados con otros menos felices a través de una trascendental dirección de actores eso sí, en genérico provistos de un vestuario olvidable. Por lo demás no hay instantes especialmente molestos y es interesante el solicitud de proyectar la acto en una gran pantalla en el fondo de la caja escénica, (al igual que sucediera en una recienta Flauta Mágica en el Palau de les Arts) lo que ayuda a penetrar más en el espacio teatral y percibir detalles que nos pasan desapercibidos. Sin duda, lo más novedoso es el uso por parte de los espectadores de unas lentes 3D. Al parecer, fui uno de los seleccionados y he de sostener que como tecnología de futuro podría tener interesantes posibilidades, aunque la ergonomía de los artilugios en esta producción no es la mejor posible. No obstante, quizás en un futuro próximo sirva para enriquecer lo que sucede en el proscenio, aunque en esta concreta producción siquiera la idea tecnológica exhibiera logros verdaderamente memorables. Un instante atractivo, por ejemplo, fue la venida del cisne fielmente volando por la platea, al menos para los que llevábamos las lentes poco antiguamente de ser atravesado, mortalmente, por la flecha de Parsifal. Posiblemente el acto más dinámico sea el segundo con una atractiva y colorista decorado de las muchachas piropo.

La sala se envuelve en una casi total oscuridad, se hace el silencio, se supone que el director gachupin hace presencia en el foso donde le esperan los músicos, aunque nunca los vemos por lo que decíamos anteriormente. Directamente la cuerda canta la célebre y etérea frase del inicio del preludio y el momento es más propio una celebración de que una representación operística. Respecto al Parsifal de comienzo en 2023, que pude escuchar el año pasado en la retrasmisión de la Radiodifusión de Baviera y seguidamente gracias la reproducción que acaba de sacar al mercado Deustche Gramophone, segundo hito del director gachupin tras el comienzo en el festival, el Parsifal de Heras Casado se está volviendo paulatinamente más transparente, refinado y plagado de detalles, muchos de estos de enorme belleza. Una dirección respirada, con los expresivos silencios que demanda la obra, profunda y auténtica y con momentos verdaderamente conmovedores como la Música de la transformación, el coro posterior y todos los Encantamientos de Viernes Santo hasta el final de la obra. Parsifal es esa ópera en que muchas cosas se disuelven, incluido el tiempo, y luego la percepción de una representación es de alguna forma «total» y sensaciones que son complejas de convertir en palabras. Da la sensación de que en la dirección de Heras-Casado todo se va volviendo cada vez más esencial a través de una evidente profundizando en la partitura y de lo que hay detrás de esta y logrando así, a través del empleo de una infinidad de dinámicas, el fenómeno de constituir un todo inseparable con las voces, lo que, en Parsifal, musicalmente es parte de su intriga. El granadino, como no podía ser de otra forma, fue agasajado, en el turno de saludos, una de las grandes ovaciones de la tarde, ruido y pataleo, tanto cuando salió en solitario como cuando lo hizo próximo a los músicos de la fabulosafanfarria del festival que al estar en todo momento ocultos a la visión del conocido se les permite vestir tal como vienen de casa. Una fanfarria que demostró una capacidad de concentración y de respuesta a las indicaciones del músico, verdaderamente encomiable. Fabulosas las maderas, la imponente cuerda y unos metales de otro mundo. Los asistentes a esta última representación del festival tuvimos la ocasión -un tanto triste, de asistir a la última representación en Bayreuth del gran director del coro Eberhard Friedrich. Qué sostener de esa formación coral impresionante que es el coro del festival, cuyo futuro es un tanto incierto, y que en el primero y el tercer acto.

Voces para el presente

En cuanto al índice vocal el cuarteto-si añadimos a Klingsor– estuvo pletórico en la función del día 24 de agosto. Parsifal es un rol cuyas exigencias quizás en estar un punto por debajo de Tristan y Sigfrido en cuanto a las prestaciones que exige pero está plagado de escollos puesto que no solo hilván con contar con un tenor heroico de cierto fuste sino que ha de demostrar incluso una vis elegía remarcable. En este sentido es admirable como llega Andreas Schager a esta función de candado del festival teniendo en cuenta que alterna Parsifal con, carencia menos que Tristán. Todo un tour de force. No se le puede poner ni un solo pero pues el tenor austriaco demuestra arrojo, sin trucos, encomiable, frescura atrayente, innegable potencia cuando la partitura lo requiere y incluso matices en la regulación de las más variadas dinámicas. Posiblemente la naturaleza no le ha regalado el herramienta más bello sobre la faz de la tierra, pero cada intervención suya vale oro por autenticidad wagneriana, y así se lo premian los aficionados más exigentes. A Schager se le ama incondicionalmente, sin disenso, por su canto en el más auténtico sentido del término, su fraseo y por su incuestionable carisma sobre el proscenio. Mantiene el tipo, y de qué guisa, la mezzo rusa Ekaterina Gubanova, que al igual que Schager lo da todo sin trampa ni cartón encima de poseer una vis dramática que eleva todavía más su Kundry, uno de los roles más complejos de la letras operística. Siquiera es una Meier en cuanto a la belleza del herramienta, pero suple alguna carencia con una entrega que nos atrapa llevando al delirio a todo el teatro sobre todo al finalizar el temible segundo acto de forma inolvidable por parte de los dos protagonistas.

Sin duda, si hubo un canto apolíneo, excelso en todos los sentidos fue el del bajo germánico Georg Zeppenfeld, cuyo arte canoro mira de tú a tú a los históricos Gurnemanz que han pasado por este teatro durante más de un siglo. Encima de simbolizar un caritativo del cáliz absolutamente ideal desde el punto de paisaje dramático por la interiorización que desarrolla, su timbre exhibe belleza a borbotones, la belleza de un canto que llega con cristalina legitimidad hasta el más alejado rincón de la sala. De Zeppenfeld, sólo se puede desear que dure muchos primaveras más en este estado vocal. La sala se caldo debajo, fielmente, cuando le llegó el turno para saludar. El barítono norteamericano Jordan Shanahan compone un Klingsor ideal vocalmente por medio de una emanación natural excelente y por lo turbio más que siniestro de su caracterización, en la idea teatral de Scheib. Asimismo, Derek Welton protagoniza un Amfortas satisfecho de matices e irreprochable en el fraseo rimbombante. Finalmente, el bajo germánico Tobias Kehrer allá de representar un anciano Tirurel de voz ajada por la antigüedad muestra un herramienta de gran presencia, muchacho en valentísimo estado de revista. Muy adecuadamente todas las muchachas piropo tanto en sus intervenciones vocales como en su presencia escénica. Una tarde de imborrable presente.

Ficha artística

24 de agosto de 2024

Festival de Bayreuth

Parsifal, festival noble para la decorado

Andreas Schagen, Georg Zeppenfeld, Ekaterina Gubanova, Jordan Shanahan

Derek Welton, Tobias Kehrer, Siyabonga Maqungo Matthew Newlin

Comparsa y coros del Festival

Jay Scheib, dirección escénica

Eberhard Friedrich, director del coro

Pablo Heras-Casado, dirección musical

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