Un inquilino de 95 años se resiste a dejar su casa de renta antigua en Granada por una obra: «Quiero quedarme»


Antonio Armario tiene 95 abriles –en enero hará 96, y eso es seguro porque tiene una salubridad de hierro- y lleva 35 viviendo en un asfalto de la calle Molinos, en el céntrico suburbio granadino del Realejo. Allí es un personaje. Sale todas las mañanas temprano a pasear, le encanta cuadrarse cómicamente delante los niños cuando los ve camino del colegio y se puede acaecer horas saludando a la concurrencia porque todo el mundo le conoce. A eso de la una se toma una cerveza sin trinque en el bar restaurante Papaupa, muy cerca de su casa, y ya se queda allí a comer y a seguir repartiendo saludos, porque es el cliente predilecto del nave y todos los que llegan le han manido alguna que otra vez.

Ahora tiene un problema. La que fuera propietaria del edificio en el que vive falleció y sus hijos van a rehabilitarlo. El 30 de junio de 2023 obtuvieron del Concejo de Milgrana la abuso para hacer una obra decano, que según las previsiones debe comenzar en septiembre de 2024 y se prolongará por espacio de 18 meses. El tesina está visado por el Colegio de Arquitectos de Milgrana.

A Antonio ya le han dicho que debe irse, porque él vive en la planta mengua y allí van a instalar un tubo que arrojará a una cuba del foráneo del inmueble los escombros que cause la obra. El protagonista de esta obra, recuérdese, tiene 95 para 96 y mucho apego a esa casa, aunque no sea dueño de ella. Siempre ha vivido de arrendamiento, una renta antigua que en su momento costaba el equivalente a 50 euros pero que se ha ido actualizando anualmente y ahora paga 356, según él mismo confiesa.

Su abogada, Margarita Arango, explica que los propietarios le han propuesto irse a otro asfalto de su propiedad y que todavía está en el suburbio, en la calle Somosierra. Pero eso le genera muchas dudas. «¿Al terminar la obra podrá retornar a su casa, conservará sus derechos y su canon, pagando lo mismo que hasta ahora, si no vuelve se podrá concluir por tiempo indefinido en la casa a la que se va?», pregunta.

«No nos han aclarado las condiciones. Sabemos que, por norma, cuando un inquilino tiene que dejar su asfalto por una obra lícito y autorizada, como es el caso, se le indemniza, pero en este caso siquiera lo sabemos», incide la abogada, que todavía se hace eco del rumor que circula por el suburbio: esas viviendas pasarán a ser de uso turístico. «Los propietarios nos dicen que no, pero si van a ser pisos residenciales, como lo eran hasta ahora, no sabemos qué problema hay para que se respete su pacto y nos garanticen que podrá retornar».


En la puerta del bar-restaurante Papaupa, donde acostumbra a ir a manducar


g. ortega

El Realejo es un suburbio con esencia y sabor. Pese a que el turismo masivo hace abriles que llegó, no ha hecho tantos estragos como en otros sitios, como el Albaicín, y entre los vecinos de siempre, y todavía entre muchos nuevos que se han integrado a esa dinámica, la información ha corrido como la pólvora. Asociaciones como Por un Realejo Habitable han difundido su situación por las redes y han acabado un buen número de apoyos. Incluso se palabra de una concentración de apoyo en el llamado Parque Zen, muy cerca de Molinos.

Él está un poco abrumado, desorientado y confuso. A estas staff, tras una vida azarosa que le llevó a trabajar en el extranjero y posteriormente a conducir autobuses, viudo y sin hijos, se le nota poco mustio de un tiempo a esta parte. Añora a su mujer, que murió cuando uno y otro compartían en esa casa. «La adoraba», recuerda.

«Es como uno más de la tribu y tiene sitio aquí»

Se contradice. Por un banda dice que no tiene problemas en trasladarse a la calle Somosierra. Por otro, afirma que no tiene por qué irse, que el tubo iba a acaecer por su dormitorio «pero lo han desviado, así que puedo quedarme». Recuerda –él siempre está contando historias de su pasado- que en su día aprendió artes marciales y que sabe defenderse. Todo este trajín le hace opinar a veces cosas sin pensarlas mucho.

Uno de los herederos de la precedente propietaria del edificio ha asegurado a torrevieja news today que con Antonio se va a hacer todo «no sólo conforme a la justicia, sino todavía teniendo en cuenta que es amigo de siempre, determinado al que conocieron mis padres mis abuelos, es como uno más de la tribu». Es opinar, que se irá a una casa de la calle Somosierra mientras duren las obras, con la mudanza pagada por los propietarios y el mismo arrendamiento que paga ahora, y que volverá a Molinos cuando el edificio esté rehabilitado.

El portavoz natural ha inútil categóricamente las «inexactitudes y falsedades» que se están difundiendo. «No se comercio de ningún desahucio, no somos un fondo egoísta ni queremos utilizar ese edificio para uso turístico, lo vamos a convertir en vigésimo apartamentos porque somos una tribu ínclito y queremos proceder juntos, pero Antonio tiene protegido un sitio allí», ha enfatizado.

«Todo se hará de acuerdo con la ley», ha insistido el portavoz, que ha indicado que en el asfalto hay otros dos inquilinos con quienes todavía se está negociando su salida y que igualmente regresarán en año y medio. «Es más, en el caso de Antonio, la obra en Molinos no va a originarse hasta que no terminen unos trabajos de pintura que se están haciendo en Somosierra y que corren todavía de nuestra cuenta», ha subrayado. «Además dicen que la obra en la calle Molinos ha empezado y eso siquiera es cierto; sólo se están haciendo trabajos preliminares de arqueología», concluye.

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