los cuatro fantasmas de Grindr más violentos de Madrid


Para cazar en Grindr hacen desatiendo dos fanales bonitos, una mandíbula marcada y cientos de kilómetros por carretera. Conviene, adicionalmente, tener un plan y una estructura criminal detrás, aunque ninguna de las víctimas ávidas de una velada agradable, quizá culminada con sexo esporádico, lo sabrá hasta encontrarse acorralada por los lobos. Es la ley de la espectáculo instantánea pero en traducción digital, refugio de identidades falsas, citas que no llegan y otras que terminan de la peor guisa posible. Ahora, vayamos al origen.

La indeterminación del 22 de junio, un adjudicatario de Grindr sin foto de perfil y con uno de los nombres por defecto (Apto) comienza a exhalar la caña. En verdad, no rastreo intimar físicamente con otros hombres, pero sí sabe la germanía manejada en la app. «Hola apuesto», «¿Qué buscas?», «Tienes sitio»… Los mensajes son directos, sin adornos ni rodeos, fieles a un objetivo efectivo: salir con la presa a la maduro brevedad posible. «Solían partir las conversaciones sobre la medianoche y a las 3 de la crepúsculo quedaban», apuntaría ayer Paula, una de las investigadoras del Comunidad XIII de atracos de la Mando Superior de Policía Doméstico de Madrid, encargado de la resolución del caso.

Para ganarse la confianza de su interlocutor, la persona que dice estar detrás de esa cuenta manda por el chat un reguero de fotografías temporales. El receptor, consciente de que son efímeras, las abre y observa a un novato relativamente apuesto. De hecho, la operación se bautizará Apolíneo, en clara sintonía con lo relatado por algunos de los afectados; aunque ya saben, para gustos colores. Sea como fuere, lo cierto es que el emisión de esas imágenes otorga la tranquilidad suficiente para recibirlo en casa o salir a su audiencia alejados de miradas indiscretas.

Al encontrarse, sin incautación, la sorpresa es mayúscula. El maravilla de los peces y los panes multiplica en este caso a los congregados: «Había veces en los que concertaba la cita uno solo y se plantaban dos, y otros en los que la víctima sabía que iba a salir con dos personas y aparecían cuatro». Valiéndose entonces de la superioridad numérica y un suspensión naturaleza de violencia, los fantasmas de Grindr amedrentan a su cita para robarle todo lo que pueden. Le piden ataque a su cuenta bancaria en el teléfono móvil para enviarse a sí mismos bizum y transferencias; le sustraen joyas, ordenadores y tablets tras revisar el domicilio; y ya de paso le golpean brutalmente para someterlo en todo momento a su voluntad. Así, hasta en siete ocasiones probadas.

Los atracadores, provistos siempre con navajas y hasta un armas de fuego, tenían diferentes roles: el de maduro etapa, 41 abriles, ponía el coche con el que se desplazaban desde Castilla-La Mancha a distintas zonas de Madrid; el último, de 17, era un «mandado» que iba siempre con ellos; y los dos veinteañeros se dividían entre el ‘apuesto’, que aportaba las citadas fotos temporales, y el ‘líder’, el más agresivo de todos. Adicionalmente de sustraer sus pertenencias, a uno de los afectados le partieron la trompa; a otro le rajaron de refilón al darle un puñetazo; y a un tercero le obligaron a golpes a subir al transporte y comprar cerveza en una estación de servicio.

Por si fuera poco, acompañaban los ataques con una ristra de insultos homófobos, motivo por el cual han sido acusados de siete robos con violencia e intimidación, lesiones, pertenencia a orden criminal y delito de odio. Sus víctimas abarcaban un rango de etapa libre, desde los 22 abriles (el más novato, un estudiante de Erasmus al que ocasionaron tal trauma que solo pensaba en regresar a su país) hasta los 55. A finales de agosto, coincidiendo con la segunda denuncia, se puso en marcha una investigación que dio sus frutos al punto que tres semanas posteriormente, cuando los cuatro sospechosos, españoles todos y amigos entre sí del circunscripción de Castilla-La Mancha del que provenían, cayeron en un parque cercano al centro comercial La Surco.

Allí, entre las sombras, estaban a punto de cometer un nuevo ataque, abortado gracias a las labores de seguimiento y la rápida comportamiento de los agentes. Desde entonces, los tres adultos duermen en prisión y el de 17 hace lo propio en un centro de menores.

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