los jóvenes que viven en entornos urbanos


Al musitar de soledad, asumen los expertos, el patronímico es importante. No es lo mismo una soledad, a secas, en muchas ocasiones necesaria e incluso perseguida, que una no deseada. Esta última es la más dañina y todavía la que empieza a tumbarse, tentacularmente, entre la población más chavea. Los datos los aporta un barómetro detallado por la Fundación AXA y la Fundación ONCE en pulvínulo a cientos de entrevistas realizadas a lo derrochador y pancho de Galicia, que pone el foco en una fotografía preocupante.

El 20 por ciento de los gallegos reconoce sentirse solo sin desearlo, y la mayoría de ellos son personas de entre 18 y 34 abriles. Ahondando en su situación, calculan transigir más de dos abriles arrastrando este sentimiento y en muchos de los casos lo relacionan directamente con el uso de las redes sociales. Esas que, valga la paradoja, parecen distanciar más que hermanar.

La indagación advierte de que el porcentaje de solitarios es viejo entre los que se comunican principalmente por medios digitales, y un 88,7 por ciento de los consultados considera que las redes sociales «aislan» cada vez más a los individuos. El circunstancia se completa con otra verdad incontestable: la soledad no deseada afecta más a las personas que viven en poblaciones de más de 50.000 habitantes (un 28,2 por ciento); seguidas por los municipios de menos de 10.000 habitantes (un 18,8), y por los de entre 10.000 y 50.000 habitantes. Es sostener, una chirlo más urbana que rural.

Para la psicóloga Iria Gándara, del Comunidad de Trabajo de Psicología del envejecimiento, los datos dejan claro que en las ciudades las relaciones no son tan profundas como cabría esperar. Estar rodeado de familia, a veces, no implica carencia. «Cuanta más población, más superficiales son las relaciones que se establecen, menos conoces a tus vecinos… carencia que ver con el campo, donde hay más preocupación por el de al banda y las conversaciones se realizan cara a cara» introduce. La socialización, tradicionalmente ligada a las franjas de existencia más jóvenes, es uno de los factores a tener en cuenta. Cae en picado entre quienes dedican más horas a su imagen digital, desatendiendo el resto de facetas de la vida diaria.

«Los jóvenes ya no están en la calle. Hay muchos factores que influyen, como el contexto cultural, el cambio de títulos sociales, el individualismo… con una viejo incidencia entre la familia chavea. El problema de las redes a las que se enganchan es que en ellas hay una viejo cantidad de personas, pero las relaciones son vacías. Puedes tener doscientos amigos, pero a la hora de la verdad no tener a nadie al que acentuar si tienes un problema» reflexiona Gándara sobre la consecuencias del cambio de canon.

«Ya lo vimos en pandemia»

Los mayores, asegura, no se relacionan a través de las redes, o al menos no lo hacen de un modo tan intenso, lo que favorece las interacciones físicas. A la postre, asegura la experta, los seres humanos necesitamos que exista ese contacto verdadero. «Esto ya lo vimos en la pandemia, cuando quedó demostrado que los humanos, por muchas redes y tecnología de la que dispongamos, necesitamos vernos y tocarnos, y eso es lo que está faltando en el sector más chavea de la sociedad» aduce.

Esta desconexión de sus iguales fomentan unos vínculos «menos íntimos y menos profundos» que incluso pueden derivar en problemas de tipo psicológico y psiquiátrico. Los más comunes, la consabida ansiedad y la depresión. «Cada vez hay más estudios que encuentran que la soledad es causa de estas patologías e incluso se vincula esa soledad no deseada con el aislamiento y las demencias», explica Gándara. Un estudio publicado el año pasado fue un paso más allá y todavía dejó de manifiesto que el aislamiento se llega a asociar con el aumento de la mortalidad al mismo nivel que el tabaquismo o la obesidad. «Es un problema silencioso, del que no se deje lo suficiente, pero que es más severo de lo que pensamos» completa la experta.

En viejo peligro están, según el barómetro presentado, no solo los que residen en poblaciones grandes sino los que tienen un nivel de estudios más bajo. La incidencia de la soledad no deseada, recoge, es viejo entre quienes carecen de educación superior: un 22,7 por ciento frente al 13,1 por ciento de los que sí tienen esos estudios. Poco parecido ocurre con el nivel de ingresos. A más dificultad para lograr a fin de mes, viejo sentimiento de hueco. Por otra parte, casi un 40 por ciento de los afectados reconocen que su sanidad no es buena, lo que refrenda los lazos entre las relaciones sociales sanas y el bienestar a todos los niveles. El mensaje todavía expone que la inmensa mayoría de los gallegos (un 98,7 por ciento) considera que cualquiera es débil frente a la soledad no deseada. Y que dos de cada tres consultados, completa, conocen a cierto en esta situación. Una batalla que, por el momento, ganan las pantallas.

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