El 1% más rico del planeta posee más que el 95% de la población mundial


El hombre más rico del planeta según las últimas estimaciones es Elon Musk, con un patrimonio superior a los 200.000 millones de dólares. De él lo sabemos casi todo, pero de otros muchos multimillonarios tan pronto como conocemos sus enormes yates, sus coches de riqueza, sus joyas o sus asombrosas mansiones. Se tráfico de una selectísima minoría de entre los 8.200 millones de habitantes que pueblan el Planeta Tierra. El 1% de todos ellos –los ultrarricos- poseen más riqueza incluso que la que atesora el 95% de la población mundial.

“Tan solo 3.000 hogares ultrarricos” -recuerda Íñigo Macías, portavoz de Oxfam Intermón- “concentran una riqueza que supera el 13% del PIB mundial, mientras que a finales de los abriles 80 tan pronto como llegaban al 3%”.

Esas cifras dan una idea aproximada del creciente patrimonio que mueven estas grandísimas fortunas. Son personas que viven sobre todo en los países del hemisferio ártico, en donde se acumula el 70% de toda la riqueza pero tan pronto como el 20% de la población.

Trabajan en poderosas megaempresas. En una de cada tres de estas multinacionales encontramos a un milmillonario como director ejecutante o como asociado principal. Empresas que controlan, por ejemplo, prácticamente la centro de todo el mercado mundial de semillas. Otro ejemplo significativo: por las manos de tan pronto como tres grandes gestoras de fondos (Black Rock, State Street y Vanguard) circulan el 20% de los activos de todo el mundo.

No son solo cada vez más ricos, sino asimismo cada vez más poderosos. Y de esa forma consiguen que las reglas internacionales jueguen a su cortesía, que las leyes internacionales no les perjudiquen, logran así eliminar a sus competidores y e ingresar cada vez más caudal en sus bolsillos.

Un ejemplo de ese poder que tienen las mayores fortunas del mundo es el dispuesto trato fiscal que reciben. La economista Mónica Melle recuerda que las grandes multinacionales “no están tributando ni el 15% que se impuso en el G-20 como tipo imperceptible al que deberían tributar todas sus rentas o beneficios”.

Y mientras esto sucede, los países más pobres se ven obligados a destinar casi la centro de sus presupuestos anuales a satisfacer la deuda que mantiene con el llamado primer mundo.

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