Amador Palacios. Diario de un poeta confeso casi sanado


Amador Palacios está impreso en mi memoria como una foto fija a la que siempre recurro buscando un consuelo de nubilidad. Es una foto de clan allá por los 80, en la que aparece con su primera mujer Charo y sus dos hijos Nathanael y Miguel. No importa las demás veces que lo haya podido ver, él siempre se me presenta así, ayer de recrearlo de otro modo, como fondo de armario de mi imaginario. Vivían en el aristócrata morería de Santo Tomé en Toledo, en una especie de buharda sin pasillo donde las habitaciones, un salón y dos dormitorios, se comunicaban entre sí por una cortina debiendo cruzar una estancia para ingresar a la otra. De aquella época conservo una frase de Amador, que él me niega, pero que yo guardo como suya en mi acaecer de frases ingeniosas y memorables que pronunciaba con una sonrisa circunstancial: «qué miseria más absoluta».

Yo estudiaba periodismo en Madrid y lo que de verdad importa es que cuando venía a Toledo su casa era mi casa y que Amador, presente o no presente, visible o no visible, siempre ha estado ahí, el poeta y el amigo. Charo, como pintora Xaro, ha muerto este año con gran tristeza por mi parte por no haberla conocido lo suficiente; por aquel entonces era avispada y con una marcada personalidad, pequeña, con una extraña mezcla entre moderna, hippy y saritísima manchega. Amador era apuesto, una guapeza que, sin menospreciar el paso del tiempo, aún conserva, y tenía entonces la misma observación entre triste, meditabunda y tiernamente cínica, observación que le sigue acompañando, observación de escritor, observación de poeta. Siempre he pensado que Amador tiene un aire cínico, o mejor, irónico, burlón con esa media sonrisa contenida y esos luceros de expresión trágica e inocente que se ríen como pidiendo perdón por desacato, a pesar de la observación triste y perdida que suele presentar en sus imágenes publicadas. A mí lo que me puede es esa media sonrisa con la que invoca a tu pícara complicidad. Quizás tenga que ver asimismo la expresión de la que hablo con esa intención que prologa Alfonso Armada en el posterior volumen que ha publicado el poeta, el diario Confesiones Sanadas (1924) : «desconcertar al tonto, ese que acaba las frases sin ton ni son, sin pararse a pensar ni en el humor ni en la poesía, que son rasgos que nos hacen más humanos» o con el poema que traduce Amador del heteronímico Pessoa: «El poeta es un fingidor/ finge tan completamente/ que llega a fingir que es dolor/ el dolor que de verdad siente».

Amador Palacios es un poeta genuinamente castellano-manchego, territorial, ya que no puedo superarlas, transcribo las palabras pronunciadas en una recitación de poemas en 2023 por su amigo el periodista y miembro de la Actual Agrupación Conquense de Artes y Literatura (RACAL), José Querubín García: «Aunque obligado en el ámbito doméstico, y aunque esta comunidad autónoma no existiera cuando nació, Amador es castellano-manchego de pura cepa: nace en Albacete, crece en Toledo, vive y trabaja en Alcázar de San Juan, mantiene una relación literario-afectiva con Cuenca, donde llega a plantar residencia y por otra parte, de cuando en cuando, se da un paseo por Guadalajara para saludar a su primo». Lo mismo ocurre con su trayectoria literaria: es un destacado doble en postismo, el movimiento actual surgido en España en la primera etapa del franquismo, con importantes conexiones castellano-manchegas.

Amador es biógrafo de uno de los señuelos del postismo, el poeta Querubín Crespo, (Ciudad Actual), y aunque el movimiento se gestó en Roma por su ideólogo, el pintor y poeta Eduardo Chicharro, lo hizo al acontecimiento de los fotomontajes postitas del pintor Gregorio Prieto (Valdepeñas). Chicharro fue profesor de Pedagogía del Dibujo en la Actual Agrupación de Bellas Artes de San Fernando en Madrid siendo discípulos suyos afamados artistas como el pintor Antonio López (Tomelloso) o la pintora Amalia Avia (Santa Cruz de la Zarzamora). Un movimiento que inspiró al dramaturgo y por entonces pintor postista, Francisco Nieva (Valdepeñas) y a otros que, sin entrar a serlo del todo, quisieron revitalizarlo como Carlos de la Rica (sacerdote en Carboneras de Guadazaón, Cuenca). Ya fuera del postismo, pero pisando dominio, Amador Palacios asimismo es biógrafo del poeta Dionisio Cañas (Tomelloso).


Una imagen de los primaveras 80 en el salón de un Fado lisboeta. Amador Palacios (cuarto por la izquierda), aparece unido al poeta Eduardo Pitta y la pintora de Alcázar de San Juan, Xaro, su primera esposa. En la hilera de la derecha aparece asimismo la autora de este artículo, Mari Cruz Magdaleno, unido al poeta toledano Jesús Maroto, a su derecha

Aunque Amador Palacios no hace mucho se lamentase de que cada vez escribe menos poesía, y su última publicación sea de 2018 (Las palabras son nocivas), Amador es un poeta total y confeso, que como tal se delata en sus Confesiones sanadas, diario recopilatorio de artículos en la revista digital FronteraD (2020-2024). Amador ha publicado 15 libros de poesía y dos antologías y aunque haga otras cosas al final todo va enfocado a la poesía o tiene a esta como hilo conductor o a las otras cosas como su huella colateral. Amador, filólogo, es por otra parte de poeta, traductor y ensayista. En Confesiones Sanadas, en prosa y en verso, su prosa deje casi todo el tiempo de poetas, poemas y poesía. Y confiesa tener apartados versos para difundir otro volumen de diarios, pero solamente poético.

No hay poeta que no sublime la poesía, que no se sature y sature con ella, que no padezca o haga padecer esa obsesión endogámica por cada verso, esa suma a un categoría que puede sufrir casi a la esquizofrenia cuando se le escapa entre los dedos y la persigue exhausto sin entrar del todo a poseerla, la preciosa, cainita, maldita poesía. Pero es esa esquizofrenia la que finalmente te acerca a ella, como defiende Amador: «la esquizofrenia, aun pudiendo ser una tremenda sensación amarga, es considerablemente cualificable por su asombrosa creatividad». Meses ayer de difundir este diario, en el contexto de una conversación con otro poeta que criticaba, tras una presentación, que ahora cualquiera publica poesía, por la dilatada producción editorial sin ningún tipo de filtro de calidad o quizás fuese en una exposición de un tallista aquí en Toledo, Amador confesó que él ya casi no escribía poesía, que estaba desganado, que no le apetecía. Sin retención, en este volumen no abandona el faro de la poesía.


Dos libros del autor, el posterior publicado de poesía Las Palabras son Nocivas (2018), y el posterior publicado, un experimentación Confesiones sanadas (2024), del que versa el artículo

En Confesiones sanadas, Amador Palacios se muestra como poeta confeso, da poder a la poesía por encima de la ingenuidad, cree que la supera y la antecede y que cualquier poema puede ser válido en otro espacio y otro tiempo: «puede que la ingenuidad resida en el poema, más que en la propia ingenuidad, por su capacidad de aclimatación a la misma» y defiende la poesía como «la sustancia de la humanidades, su esencia», como «el deje más singular», porque está «dotada de arte, y de medios para serlo», y da consejos sobre su uso: « las palabras son nocivas si hurgan en la memoria despertando el rencor». Como filólogo defiende asimismo el habla poético: «me alegro de que Dante escribiese en provenzal la Divina Comedia, que era la argot poética de toda Europa».

Amador en su diario cita continuamente a poetas. Por otra parte de persistir con ellos una amistad fecunda, compartir eventos, cabrearse porque no defienden sus postulados, incluirles entre las «gentes de mal radicar» o percatar su pérdida, Amador asesora sus fundaciones, traduce sus obras, les sucesos, les hace objeto de sus ensayos y conferencias, reivindica sus figuras, negocio sus libros o se lamenta de su aflicción: «Los puentes guardan cierta condescendencia/ al ocultar a los poetas desdichados». Los poetas le inspiran, disfruta de su recitación (deletrear, deletrear, deletrear /hasta agotar las gotas de colirio») y hasta les invoca en sus güijas (en una se le apareció Neruda dictando un poema: «El coito está en tu alcoba/ los demonios caminan/ los enemigos acechan/ pero enmudecen al canto de tu nombre»).

Sin retención, no creo que Amador haya sanado del todo sus heridas, sus contradicciones, su tira y afloja con tantas cosas. Consigo mismo: « la contienda entre el manso y el otro/ que se obceca contumaz/ irascible y disparatado; con la vida: «la vida trabajo, es una condena desde el momento de salir, azarosa, no solicitada, / de incierto término, /abocada a muy certeros límites»; con el mundo: «evitar del mundo el bulla/ donde todo acaezca sin trascendencia/ la búsqueda mísera del tosco placer»; con el coito:« el coito se gasta, la fogosidad se mitiga, se troca en soso cariño consuetudinario, si no deviene en raja sentimental»; con la religión: «la religión no es más que valorar la humanidades, agenciárselas a Todopoderoso camuflado en la retórica de la Nuevo Testamento»; con las drogas: «el costo no consuela como el caldo»; con la ideología: el capitalismo es destructivo»; con el pensamiento: «los filósofos son escritores»; con el sistema: « los políticos en democracia se confabulan entre ellos formando una casta», con el habla: « las palabras son nocivas, un armamento de doble filo». Ni con la poesía cuando la niega tres veces mientras la ejerce sin detener. No, no está sanado del todo por más que en sus diarios se confiese como tal. Ni desatiendo que le hace.

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