Pasaje a la posteridad


Son legión -en cierto modo, todos lo somos- quienes buscan “el acceso a esa fama que trasciende la muerte y se conoce como posteridad”. Con esta frase entre comillas termina un libro de reciente publicación, ‘Ecos de París en la Vieja Castilla’, del prolífico autor Clemente de Pablos, dedicado a esclarecer el origen del Pasaje Gutiérrez de Valladolid. Magníficamente editado por ‘Domus Pucelae’, con un gran despliegue iconográfico y una prosa ágil y elegante, sus páginas contienen muchas cosas: historia, literatura, arte, biografías, pero sobre todo una curiosa combinación de memoria y olvido. Pues lo cierto es que nada se sabía del padre de la más bella de los pasajes comerciales españoles, hasta el punto de que ni siquiera se conocía el segundo apellido de Eusebio Gutiérrez, personaje cuya biografía era un misterio.

Este primer centro comercial en la entonces Castilla Vieja Llegó de la mano de un montañero, emulador de otros como Juan de Herrera, Jerónimo de la Gándara o los Praves, que tuvieron un papel clave en la construcción de monumentos como la catedral, los teatros Calderón y Lope de Vega, iglesias , palacios y monasterios. Así, Eusebio Gutiérrez Díez, natural de un pequeño pueblo del valle del Nansa, escena inmortalizada por Pereda en ‘Peñas Arriba’, fue uno de estos montañeses que contribuyeron a hacer grande la ciudad de Pisuerga. En 1862, tras su boda con Petra de Cosío -quien le aportó un capital que invertiría con notable éxito- ya se encontraba en la ciudad. Emprendió proyectos de éxito, especialmente con su socio guipuzcoano Miguel Yurrita, entre los que se encontraban dos fábricas de harina en Villagarcía de Campos y Tudela de Duero, una de resinas, otra de jabones y una ferretería en Valladolid, además de concesiones de balnearios. y hoteles en Santander y Panticosa.

Aunque su familia era liberal, militó en las filas del carlismo, por lo que incluso fue encarcelado en Santander en 1874. De profundas convicciones religiosas, estaba muy comprometido socialmente. Sus negocios adquirirían tal volumen que en 1880 fundó la Banca Gutiérrez, no perdió tiempo buscando un nombre. La misma marca elegida para su proyecto más especial: Pasaje Gutiérrez, que le dio acceso a la élite de la sociedad vallisoletana. El 24 de septiembre de 1886 se produjo su inauguración, en plenas Ferias de San Mateo, con tal afluencia que el público no podía circular. Pablos destaca la admiración de “la gente -a la luz de sus globos de gas- de tanta belleza y buen gusto”, posiblemente arrogante con “cierta soberbia, porque sabían que ese espacio los situaba mucho más cerca de Europa” que el resto. de las localidades de la región.

Y este barco que el arquitecto Jerónimo Ortiz de Urbina supo varar de forma tan portentosa entre dos edificios y convertir lo que iba a ser un lúgubre patio interior en una de las maravillas de la ciudad, este testigo silencioso de la historia, desmantela aquel «Visión tradicional de Castilla como un lugar aislado, atrasado y sin iniciativas. Es obra de una burguesía moderna y europea que, parafraseando a Enrique Berzal, “se enorgullecía de ser protagonista del auténtico progreso económico”.

Su hijo primogénito, Francisco Javier Gutiérrez Cossío, también contribuyó al irresistible encanto de este paraíso para ‘flâneurs’, que aún hoy seduce a quienes se sumergen en él. Probablemente fue él quien, durante un viaje a París, eligió las lámparas, esculturas y otros elementos decorativos que convierten este espacio en un lugar casi mágico. Todo estaba calculado para que este rincón parisino, trasplantado al corazón de Castilla, sorprendiera a sus visitantes -para usar un galicismo muy apropiado-, con los herrajes de las mejores fundiciones vizcaínas, el revestimiento vítreo original inglés o las pequeñas baldosas hidráulicas del suelo. Llegó de Bélgica.

El pasaje catapultó a Eusebio Gutiérrez y a su hijo, quienes alcanzarían un éxito aún mayor. En efecto, Francisco Javier, vallisoletano de nacimiento, emprendió proyectos mucho más ambiciosos. Desde el pequeño almacén que su padre tenía en Las Delicias fundó La Unión Resinera Española. Dueño de la fábrica de alcohol La Rubia, transformaría la Banca Gutiérrez en una importante entidad financiera, el Banco Castellano, con sede en el palacete Ortiz de Vega de la calle Duque de la Victoria. Sería uno de los artífices de la Sociedad Industrial Castellana, que puso en marcha los ingenios azucareros de Santa Victoria, en Valladolid, y Santa Elvira, en León, e impulsó el cultivo de la remolacha como sustituto de la caña de azúcar cubana. Se podría decir que era la salsa de todos los guisos. En compañía de Santiago Alba trajo el tranvía electrificado a la ciudad a través de la Sociedad Española de Automovilismo de Valladolid. Fue presidente provincial de Cruz Roja, de la Cámara de Comercio, miembro de la junta directiva de ‘El Norte de Castilla’, socio destacado del Círculo Mercantil, representante al Senado o militante de la Unión Nacional fundada por Alba.

Pese a todo, el recuerdo de ambos se fue diluyendo como un azúcar hasta hundirse en un olvido casi absoluto. Ya nadie se acordaba de ellos. Tenían, sin embargo, un as bajo la manga para desafiar el implacable paso del tiempo: su obra más querida, la que les dio fama y éxito y que, ahora, de la mano de investigadores como Clemente de Pablos, les ha proporcionado un paso a esa posteridad que ansiaban.

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