Y la ‘Champions’ de lo jondo tomó la Plaza Mayor de Madrid


La Plaza Mayor es el epicentro del flamenco y nunca lo sabías; o no quería saberlo. No lo supo, decimos, hasta ayer, cuando, ‘al anochecer’, por Hispanidad, la fiesta fue organizada por la Comunidad y apoyada por el Ayuntamiento de Madrid y bajo la dirección del Corral de la Morería, el flamenco saltó a la calles. 4.000 o más personas se dieron cita en ese epicentro de la capital donde quizás, en otra época, se encontraría ‘Camarón Nuestro’ con Paco de Lucía subiendo el primero en Cascorro y buscando, ambos, el futbolín.

La cuestión fue que seis artistas, seis, Jesús Carmona, Eduardo Guerrero, María Moreno, Olga Pericet, Antonio Rey y Belén López, junto con sus compañías, llevaron la diversión al corazón de Madrid. Corazón que, en vísperas, le salió a Carmona, quien dijo que era “muy bonito poder bailar a todo Madrid” desde esa plaza. Y, además, “tener una excusa” para juntarnos. Para unir el arte, porque de esas articulaciones nunca sale una guerra.

Carmona, que ofreció un inédito aperitivo de ‘Baile de bestias’, se llevó una ovación, no tan inédita teniendo en cuenta lo que tiene del arte catalán y la mirada sureña del mestizo que somos todos. Pero qué importan los premios, el Benois de Carmona, la estrella del Bolshoi de Eduardo Guerrero, el Latin Grammy del guitarrista Antonio Rey, el doble giraldillo de la Bienal de Sevilla de la bailarina María Moreno, el Max de Olga Pericet o el Nacional de Flamenco “Mario Maya” de Belén López. Importan, claro, pero la ciudad guardó silencio y sintió y aplaudió cuando fue necesario. Se sentía ese duende de Lorca, pero en multitudes. La presentadora, Sandra Golpe, marcaba el compás, que es lo que significa ‘cañailla’, “andaluza y madrileña”. Español en resumen. Vestida de rojo y con la referencia al tiempo y al mundo como en un informativo que perdía el acento neutro cuando quería. Decía que la Plaza Mayor era el Corral, pero también uno se imaginaba la Corredera de Córdoba, un tabanco jerezano o una vende y una guitarra para las fragosidades y los vendedores de Almuradiel.

María Moreno empezó con cantiñas, flameando el mantón. Y la plaza, “abarrotada” según Golpe inspirado en el Dúo Sacapuntas, permaneció en silencio durante el largo cambio del citado mantón, que en este debe ser morante como el de La Puebla cuando tiene sus buenos tiempos; y malo también.

Y de la cantiña a los aires malagueños que bailó Pericet; el verdial, que pierde su origen en la noche de los tiempos y se relaciona con las danzas de la Sierra de Francia como culto al sol. Fue Guerrero quien puso el dedo en esa jota gaditana que es la alegría. Fue cuando los fanfarrones callaron, y las madrileñas se convirtieron en rizos. Llegaron entonces rumores desde La Caleta, y con cada patada, un cañonazo liberal tronó contra los franceses.

Carmona aprovechó la noche cantando seguiriyas y bulerías, que tenían el espíritu mismo del Corral. Belén López echó la mano a la soleá haciendo buena la marcha de la semanasantera, cuando la Casa de la Panadería vio algo mejor que un auto de fe. O un auto de fe en el flamenco, que es lo que sirve. En el ‘backstage’, polvo y bronce, los guitarristas cogidos de la mano como en las zonas más tranquilas del tablao de Las Vistillas. Con un papel entre las cuerdas para no interrumpir estos sonidos que vienen de tan adentro y de tan atrás.

En esa tierra de nadie que es el fondo de un escenario, por donde se coló el cronista, se conjuraron males y se empequeñecieron las banderas. Con un gemido el aire cambió, limpio; tan limpio que dejaba entrever a Venus mientras Carmona, sobre los adoquines, ensayaba sus pasos. Hubo un desmayo y las emergencias llegaron en segundos. Quizás porque el calor no era habitual y había que partirse la camisa por decreto.

Al final todo acabó como lo que bien empieza acaba en estos confusos mundos de la noche y el folklore, con la irrepetible Blanca del Rey en el escenario agradeciendo a la Villa. Luego todo el mundo arriba, por bulerías. Esa bulería es el sonido de Madrid.

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