La plaza de Colón de Madrid, puerto en seco del arte


Cristóbal Colón mira los contenedores de los barcos, de color rosa chicle, en su plaza de Madrid desde donde mira al mundo y a medio barrio de Salamanca en sus quehaceres laborables. Contenedores que transportan los bienes de las musas, los del artista. O todos a la vez. Y la musa puede llegar al artista de varias maneras: conduciendo, soñando o quizás en un transatlántico, como en La Habana.

La última prueba de que la musa es dúctil y se encierra y exhibe donde quiere está, ahora, en la plaza de Colón, en esos 19 ‘contenedores’ mencionados con un “peso máximo operativo” de 32.500 kilos según su ficha técnica. De ellos, once contienen arte; Sólo arte. La exposición cuenta con el apoyo del Área de Economía, Innovación y Finanzas a través de los programas Madrid Capital de Moda y Todo está en Madrid.

Dicen que la inspiración es voluble, pero Marinetti ya estaba fascinado por la velocidad, o quizás no por la velocidad ‘per se’, sino por el vehículo en sí: está su poema ‘A mon pégase l’automobile’ en el que reflexiona sobre “la presión del los brazos helados y aterciopelados del viento (…)” de una máquina que ya en los albores del siglo XX era vista por el futurismo como ese “Dios vehemente de una raza de acero”. Quizás por culpa del coche, concebido como objeto no sólo de ‘ismos’, sino de placer estético, un Lexus LBX ocupa sin ocupar el lugar central. Discreto, en una especie de ‘Ágora’, como lo llama el creador del espacio, Fabián Ñiguez, reconocido interiorista. Mientras tanto, en cada contenedor sí hay un artista y una experiencia. Y los artistas se justifican, felices y conversadores, hasta que dan las once del sábado.

Quien quiera imaginar, puede imaginar con un vistazo la terminal de carga del puerto de Valparaíso. La realidad es que entre los ‘contenedores’ también hay una recreación de una cocina, toda de negro de luto o de fuego, como en la serie ‘El Oso’ en los momentos críticos y sublimes de su protagonista. Y más allá, otro expositor que rinde homenaje, según su autor, Kmilo Morales, al “cubo”. Al cubo como tal. Es pintor y entre luces y cubos ha ido experimentando con contornos rectos, “tres dimensiones” y algunos restos reconocibles de “la Bauhaus”. Lo suyo es ayudar a “comprender el vacío”. La artista Lidia Cao, por su parte, lleva el muralismo a su máxima expresión; Si hay que reducirlo en lona para que quepa en el ‘contenedor’, lo hace. A sus 26 años, ha embellecido paredes aburridas en “Asia, Europa y Guinea Ecuatorial”. También es propietaria de la tienda Stella McCartney en Italia. Lidia se inspira en la clara línea franco-belga y colorea sus bocetos, primero, en digital. Al final, lo digital entiende de matices. Ella, más que pintora, se considera una “dibujante” y ahí radica la “influencia de Moebius”.

En la mañana nublada y templada, quienes no dominan el arte contemporáneo guardan silencio y admiran. Quien lo hace, le pregunta con humildad al creador, y el creador, joven, tose y trata de teorizar lo intangible. Hay experiencias inmersivas, como el contenedor de la UDIT (Universidad de Diseño, Innovación y Tecnología) que, a modo de secador colorido y ‘almodovario’, frente a una pared, intenta que el espectador se sumerja en el hipotálamo del artista.

Una experiencia que juega con la vista y recuerda la máxima de Marañón de que somos “Física, Química y Misterio”. Otra ‘caja’, donde aquí el coche es el protagonista silencioso, ofrece unos sofás de hierba apócrifos, frente a un fondo de ‘Alicia en el país de las maravillas’ surgido de la mente (los sofás verdes) de la combinación poliédrica y transalpina entre la música. grupo Negramaro, y Pasquale Junio ​​​​Natuzzi y Fabio Novembre. Y más, espacios inmersivos, oscuros, táctiles o reflejados. Arte contemporáneo, tan contemporáneo que resulta incluso efímero, a diez minutos del Prado. Gratis. Hasta la noche, las 21.30 horas, del próximo sábado. Cuando se pone oscuro.

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