Las ventas toledanas en 1576


Las comunicaciones españolas en la Edad Moderna no fueron esencialmente diferentes de las de los “tiempos de Augusto”. Esto es lo que dice el historiador. Domínguez Ortíz (1973) al señalar que en la Península aún persistían vastos espacios vacíos y una escasa red viaria. Las sierras y montes de Toledo fueron algunos de ellos. Al mal estado de las vías se sumó el vadeo de canales de agua más el pago de tasas (barcajes, pontazgos o portazgos) que encareció el envío. La orografía y el clima excusaban la movilidad habitual y, para los más privilegiados, el placer de viajar. Por otra parte, las clases bajas practicaban un nomadismo forzado, a pie o a caballo, tratándose de comerciantes, arrieros, postillones, buscavidas, pastores nómadas o peregrinos devotos. Además, los viajeros temían los asaltos de los golfistas y los frecuentes engaños de los taimados posaderos, factores muy presentes hasta el siglo XIX.

Las posadas eran uno de los alojamientos más modestos de los caminos, en medio del campo, cerca de un pozo o fuente. En 1491 los Reyes Católicos prohibieron la apertura en zonas despobladas para evitar los impuestos de la Corona. En el caso de determinadas ciudades como Toledo, las eximieron del pago de alcabalas sobre las provisiones dispensadas a los viajeros. Esta exención no se extendía a las ventas situadas a menos de media legua “de cualquier lugar poblado” para no perjudicar el comercio local. Muchas posadas eran enclaves miserables frente a posadas más completas, a menudo valladas, con patio y varias habitaciones. Así, separada de la casa del anfitrión, la cocina era el punto de encuentro alrededor del fuego. No solía haber habitaciones para dormir, la clientela más humilde dormía en el suelo de cualquier rincón. Existían cuadras para la caballería, cuartos para almacenar mercancías, utilizándose los corrales como zona común de evacuación como refleja un viajero veneciano (siglo XVII) citado por García Mercadal (1959).

Mala reputación e impuestos.

Las ventas eran fundamentales en las encrucijadas o en medio de etapas largas y despobladas. En la provincia de Toledo, los topónimos de tres localidades revelan tales causas.. Ventas con Peña Aguilera Surgieron en el paso entre los pastos de la cuenca del Tajo y los del Guadiana. Ventas Retamosa Nacieron en medio del espacio vacío entre Camarena y Casarrubios del Monte. Por último, el Ventas de San Julián Era un núcleo junto a las vías pecuarias hacia Gredos. Sin embargo, en el siglo XVI muchos pueblos carecían de ventas en sus zonas, salvo los situados en los caminos de Madrid por La Sagra, o hacia La Mancha (Ocaña) y tierras extremeñas, como Talavera con nueve establecimientos.

En 1561, en los alrededores de Toledo (ca. 50.000 habitantes) había algo más de medio centenar de comercios en las ocho salidas que comunicaban con los cuatro puntos cardinales, lo que corroboraba su definición como “ciudad de industria y transporte”. Las Ordenanzas, redactadas en 1562, citaban el mal comportamiento en aquellos lugares, donde se escuchaban “muchas ofensas a Dios nuestro Señor”, se acogía a “hombres y mujeres de mal vivir”, arriesgando “sus bienes” y se vendían provisiones a “holgosos”. gente.” y vagabundos” en lugar de atender a los vagabundos. Se advirtió a las tiendas abiertas en un radio de media legua que no vendieran “ningún tipo de mantenimiento”, sólo pan y vino, ni proporcionaran comidas, incluso si el viajero traía productos del exterior. Las infracciones podrían suponer el cierre del local y el destierro del posadero durante dos meses.

El título 141 de las citadas Ordenanzas detallaba los puntos iniciales de las exenciones fiscales. En el camino a Andalucía por Burguillos aplicaron, después de Cerro Cortado, desde “la venta de Santa Ana en adelante”. En dirección a La Mancha el límite era la Venta de los Tejares, poco antes de la finca de La Alberquilla. De camino a Madrid la licencia comenzaba en la posada Blas Camacho, antes del desvío a Bargas. El de Lázaro Buey, cerca del azud de Buenavista, marcaba el límite del camino a Ávila. Finalmente, en la subida hacia Argés y Polán, casi a la altura del Cerro de los Palos, la venta de Garrido arregló la media legua fiscal.

Una legua alrededor

El Memorial de algunas cosas destacables que tiene la Ciudad Imperial de Toledo, dirigida a Felipe II por Luis Hurtado (1576), relata la 52 ventas repartidas en un radio de una legua. Desde la puerta de Bisagra dirección Madrid fueron una decena. Los más cercanos eran los de San Eugenio y San Antón, junto al cruce de la actual calle Marqués de Mendigorría; el más lejano, el de Pozo de Olías, en los ahora pinares del Camino Alto. Desde el lugar de Salto de Caballo, en el desvío hacia Aranjuez, se sucedieron cuatro vientos, el primero Los benditos y el último es el de Moral en Azucaica. Desde el puente de Alcántara, por el Paseo de la Rosa, camino de La Mancha, se produjeron ocho ventas. El primero, el de Resino; otros fueron los de Ana de Oliva, Moreno, el ya citado Tejares, siendo el último Calabazas, en la actual calle del Jarama que, en 1959, sería eje del Polígono Industrial. La subida al castillo de San Servando siguió la calzada romana hacia Andalucía que, en 1576, unía cuatro posadas desde la citada Santa Ana hasta Pedrero, poco antes de Burguillos.

La salida de Cambrón a Valladolid atravesó la Vega Baja, con once ventas citadas. Al pie de la ciudad se encontraba Herrera, “donde corren los caballos”, es decir, al lado del circo romano. Continuaron los de Diego Hernández, Arellano (en San Pedro el Verde), Parra y el de Lázaro Buey, éste en la presa de Buenavista. Más adelante, en las laderas hacia el Guadarrama, aparecieron seis pájaros del viento más, última llamada de Moyano. Sin embargo, en la margen derecha del Tajo, hacia Albarreal y Talavera, se encontraban las de Cañarejos y Estiviel, topónimo que aún sobrevive. Del puente de San Martín a San Bernardo, estaban las ventas de Solanilla, dos del racionero Salas y las de Alonso Hernández y Juan Francés. Desde el citado puente, subiendo hacia Argés y Layos, operaban ocho, sin mencionar el puente de Alma. El primero fue el del Alfarero, seguido del del Piojo; el más lejano se llamaba Pedro Sillas.

Los nombres de estas posadas del siglo XVI aluden a sus propietarios o a lugares ya olvidados y muy desdibujados por cambios de propiedad, límites u otras causas, al ser inexistentes sus vestigios. En el siglo XX, el uso primitivo de las ventas terminaría para convertirse en populares merenderos y algunos famosos restaurantes.

SOBRE EL AUTOR
RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN

Profesor, profesor de secundaria e inspector de educación. Doctor en Historia del Arte. Investigadora especializada en la fotohistoria e imagen de la ciudad de Toledo

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