la madre de la mujer que pide la eutanasia en Galicia impide que se la lleven para practicársela


Suena el timbre de la casa de Carmen Alfonso. El sonido llega a través de la puerta de cristal ahumado que separa el minúsculo recibidor del pequeño salón donde ella espera, sentada en una silla de madera, y su hija Belén la espera, en la suya sobre ruedas.

– No voy a abrir Belén, lo siento.

– Abre mamá, abre mamá. Yo quiero ir.

Al otro lado de la puerta se encuentran los aseos del Servicio Gallego de Salud (Sergas). Han sido puntuales, llegando pocos minutos después de las cinco de la tarde. Su tarea es recoger a Belén EA, de 53 años, y llevarla al Hospital Clínico Universitario de Santiago de Compostela, donde se le practicará la eutanasia que ella misma solicitó hace meses. Está enferma de esclerosis, en estado avanzado.

El timbre vuelve a sonar. Ahora con más insistencia.

Mamá, abre por favor..

La enfermedad ha robado vigor a la voz de Belén. Es muy poco probable que puedan escuchar su petición en el rellano. Es apenas un susurro.

– Cierra la boca, hoy no puedo abrirla. No puedo estar solo. Por egoísmo te quiero aquí, si quieres algo de mí… no puedo dejar que te lleven..

– Abre la puerta, mamá, esto es una locura, mamá. Pasará, si no hoy será otro día, pero pasará dentro de un tiempo.

El tercer anillo es el último, pero también el más intenso.

– Te lo pregunto de rodillas Belén.

– Sólo estás prolongando esto.

– ¿Le prolongo la vida?

– Prolongas mi sufrimiento. (Silencio) Muchas gracias, eres una muy buena persona.

– Pasará un tiempo y lo tendré más claro.

– Lo tengo desde hace años.

– (Eutanasia) Será cuando venga tu hermana. No puedo hacer esto solo. ¿Qué hago mañana cuando vea tu habitación vacía?

El timbre no volverá a sonar. torrevieja news today es testigo del contundente diálogo entre madre e hija. Termina con un silencio tenso, como el que se deja en la estación cuando pasa el tren y el viajero que llega tarde lo ve alejarse. Tendrá que esperar al próximo. Algunas lágrimas se escapan de las mejillas de Belén. De tristeza, de pena, de impotencia, de amargura. “Yo quiero ir”. La claridad de ideas de la hija contrasta con la dificultad que la enfermedad ha impuesto a la articulación de sus palabras. Habla despacio, pero se hace entender. No fue este jueves, pero lo será pronto. Ha decidido poner fin a su vida según la ley de eutanasia, cuenta con todos los partes médicos favorables y, sobre todo, no le teme a la muerte. “Yo culpo al dolor”, confiesa.

Belén tiene 54 años. Sufre esclerosis desde los 20 años., cuando le diagnosticaron tras perder la visión en un ojo. La enfermedad le provocó problemas en una pierna que le dificultaban caminar, pero quiso luchar y trabajar como profesora de inglés en institutos de Madrid, Castilla-La Mancha y, finalmente, Lugo. En 2015 no pudo más y se jubiló anticipadamente. Luego dedicó tres horas diarias a la rehabilitación para mantener la autonomía funcional que le permitía caminar. En 2020 se contagió de Covid en un hospital, pese a llevar la correspondiente mascarilla. Estuvo hospitalizada durante seis días. Cuando salió de ella, había perdido fuerza en las piernas. El coronavirus la encadenó a la silla de ruedas a perpetuidad.

Le aterroriza mirar dentro del pozo del dolor. «Tuve cuatro episodios muy leves, pero me aterra pensar que pueda volver. Siempre hay algo que me recuerda que puede volver cuando quiera, que esto no te avisa. Es el dolor de un suicidio, la neuralgia del trigémino, una combinación nerviosa que nos empuja a pensar en acabar con todo. “He llevado una gran vida, he sido muy feliz haciendo lo que más me gustaba, con unos grandes compañeros, pero esto ya no es vivir, sino sobrevivir.”

Su madre, en cambio, no la ve con malos ojos. «¿Estoy bien, mamá? Y mierda.

dolor de madre

Carmen se niega a dejar ir a su hija. El martes, cuando los trabajadores de la salud del Sergas se presentaron en su casa para anunciar que este jueves regresarían para llevar a su hija en su último viaje al hospital, el mundo se le vino encima. “No pueden avisarme con 48 horas de antelación que se la llevan”, repite una y otra vez. Además, los partes médicos se basan en situaciones que su hija no padece, porque “no está postrada en cama, ni tiene dolores, ni tiene problemas para beber o comer”. «Una autorización de eutanasia no puede basarse en mentiras», dice esta mujer menuda de 79 años, pero que parece tan dura como la encina gallega. Con esta convicción recurrió a la asociación de Abogados Cristianos, que a primera hora de este jueves presentó un escrito ante los juzgados de Santiago de Compostela solicitando medidas extremadamente cautelares para frenar el proceso de eutanasia. Los jueces no habían respondido cuando sonó la puerta de Carmen. Si hubiera abierto, no le hubiera importado aceptar las medidas. Sería tarde para Belén.

“¿Y si mañana aparece un gran fármaco para la esclerosis?” —le pregunta Carmen a su hija en presencia del periodista. “Para mí la espera no vale la pena”, responde con un dejo de cansancio, “y para mí partir es una emergencia”. Su hermana Ana también está en contra de la eutanasia. Reside con su familia en Andalucía y no puede estar ahora en Santiago de Compostela. “Mi hermana me gritó y nadie me grita”. Está postrada en una silla, pero hace un gesto de afirmación cuando se le reconoce un carácter caballeroso. “Mi madre también es terca”.

Carmen se aferra una y otra vez al reconocimiento de su hija por su cariño, su preocupación, su atención. Le repugna tener miedo de un dolor “que hace mucho que no sientes”. “No tienes idea de lo que es criar a un niño”, reprocha entre sollozos. La madre no quiere perder a su descendencia. Es un choque de amores: el de Carmen por su hija; y el de ella por una vida digna que ya no volverá a tener. A ella “le gustaría ser creyente” para abrazar una existencia más allá del plano terrenal, pero ni siquiera tiene ese consuelo. Ella es consciente de que la eutanasia es su punto final, el desvanecimiento hacia el negro. “No tengo dudas. Me gusta la vida, pero ésta no”.. Llevo mucho tiempo pensando en ello, pero estoy muy cansado. “Estoy muy cansado de estar harto”.

Eutanasia sí, pero hoy no

La madre no quiere parecer insensible ante la situación de su hija. Ella es partidaria de que pueda acogerse a la ley de eutanasia, pero no cree que haya llegado ese momento. Ella todavía no. Quizas mas tarde. ¿Cuando? No lo sabe con certeza, tal vez cuando aparezca el dolor, cuando ella tampoco podrá darle la atención que su hija necesita. Pero no hoy ni mañana. Es una de las pocas cosas que tiene claras. Y mucho menos “con un informe lleno de mentiras”. “Esto es lo que me pasa por no ser fisgonea” cuando el médico de familia habló con su hija sobre la posibilidad de someterse a la eutanasia. “Ese doctor es un asesino”, explota Carmen. «El doctor hizo lo que le dije, es un buen tipo», responde su hija, a quien le da igual si el informe exagera esto o aquello. “Yo quiero ir”.

Hoy la puerta del apartamento de Carmen no se ha abierto. Lo hará, sin embargo, porque el Departamento de Salud del . El próximo llamado será, previsiblemente, con una orden judicial. Mientras tanto, madre e hija seguirán compartiendo este pequeño dúplex en el Ensanche compostelano, en una difícil convivencia entre quienes quieren irse y no pueden, y quienes no quieren perder lo único que les separa de la triste soledad.

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