Exceso de comida o bebida, y apetito desordenado para comer y beber.
La gula es el quinto de los siete pecados capitales y ya en esta sexta línea aprovecho para disculparme por lo que viene. Mezclar un asesinato con gula en una misma historia ya indica que estamos ante un personaje inclasificable. En esta ocasión, el protagonista es Alberto Sánchez, quien tenía 26 años cuando mató, descuartizó y alimentó durante dos semanas a su madre. Partes de su cuerpo las congelaba en tuppers, otras las cocinaba y algunas, como su corazón, las comía crudas.
Por complicado que resulte entenderlo racionalmente, Alberto Sánchez no estaba enfermo cuando se comió a su madre, sabía perfectamente lo que hacía. Durante el juicio, trató de hacer creer al jurado que no recordaba nada de lo ocurrido esos días, pero el tribunal tomó nota de las declaraciones del joven tras ser detenido y su reacción ante la pareja de policías nacionales que acudieron el pasado mes de febrero. 21 de febrero de 2019. a casa de su madre, María Soledad Gómez, de 69 años, en el número 50 de la calle Navacerrada del barrio de Guindalera de Madrid. Un amigo había denunciado su desaparición, y el agente Ezequiel Gil, que conocía a la mujer, acudió a la casa con su pareja.
En el camino, Ezequiel y su equipo lo alcanzaron. Conocían no solo a la mujer, sino también al joven hijo, que había protagonizado innumerables incidentes. Su padre murió en 2008 y desde entonces, Alberto, de apenas 15 años, consume habitualmente hachís y marihuana. Se había vuelto muy violento y había recibido varias órdenes de alejamiento de su madre, aunque al final ella siempre le abría la puerta. Los policías estaban convencidos de que sería otra pelea familiar.
Entraron al edificio y lograron que Alberto les abriera la puerta, amenazando con gritar que llamarían a los bomberos para derribarla. “¿Dónde está tu mamá? ¿Por qué no sale ni se escucha?”, le preguntaron con insistencia al joven, quien ya había sido esposado y yacía en medio del pasillo. “Está muerta”, respondió, mientras Koke, el perro pastor de la familia, corría nervioso de un extremo a otro de la casa.
Ezequiel comenzó a recorrer las habitaciones en busca de la mujer. Sobre la cama de la habitación principal había un bolso colocado a modo de mantel. Arriba, una cabellera desgarrada. Justo a su lado estaba su cabeza. Su mandíbula había sido arrancada.
El policía abrió y cerró los ojos para intentar comprender aquella imagen. No logró articular un sonido. Sus ojos se dirigieron a la jaula para perros, que estaba en un rincón. No lo tocó. Dos manos amputadas sobresalían por los codos y una cadera. Contuvo la respiración y se acercó lo más que pudo a la cabeza para confirmar que era María Soledad.

Alberto S., el hombre de 26 años que mató y descuartizó a su madre de 66 años
No era el momento de pensar, ni de entender nada de lo que allí había pasado. Pidieron refuerzos a través de la estación y encerraron a Koke en el balcón. Los miembros de la policía científica y el grupo de homicidios partieron.
El agente continuó. En el baño había un cuchillo grande y rastros de sangre en el plato de la ducha. La cocina estaba justo al lado. Abierto al salón, con barra que separa los dos ambientes. Lo peor, si cabe, estaba por llegar.
La vitrocerámica estaba llena de ollas y sartenes de comida. Ezequiel destapó una olla y el olor lo atrajo hacia atrás. “Empecé a ponerme nervioso”. Alberto había estado cocinando para su madre.
Controló la secuencia de respiración durante unos segundos y continuó con la inspección. En la encimera de la cocina había un plato junto a un tenedor que estaba perforando un corazón, al que le faltaba un trozo. El policía vaciló en seguir buscando. Un trozo de costilla masticada quedó en la sartén. Cada nueva imagen era más terrible. Se dirigió a la sala de estar. Sobre la mesa, sobre una tabla de cortar, había una pierna. El resto del cuerpo fue ubicado en tapones y bolsas distribuidas entre la nevera y el congelador. Otros, en el horno.
La vecina del rellano declaró esa tarde que había visto a Alberto dejar una bolsa que el portero bajó al cuarto de la basura. Dentro estaban los intestinos, el cerebro, restos de piel y trozos de grasa.
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De camino a la comisaría, el detenido les dijo a los policías, sin preguntarles, que había asfixiado a su madre después de una pelea y que como no sabía muy bien qué hacer con ella “me la comí poco a poco, y También le di a Koke”.
“Nunca había visto una escena tan brutal. Es el primer caso en España de canibalismo documentado. No creo que estuviéramos preparados para tal horror cuando entramos en esa casa”, dijo el oficial de la Policía Nacional Lluís Hernández, a cargo de la inspección ocular.
El joven accedió a declarar en la comisaría. Relató lo mismo que explicó espontáneamente a los agentes que lo trasladaban en el auto. Cuando le preguntaron si se arrepentía de algo, dijo que no, que no le gustaba su madre y que prefería hacerla desaparecer. También lo cuestionaron sobre las diez botellas de orina que guardaba en la sala y dijo que reciclaba su orina para no desperdiciar agua innecesariamente cuando iba al baño. Nada era lógico.

La Audiencia Provincial de Madrid condenó a Alberto Sánchez a 15 años y 5 meses de prisión por matar, descuartizar y comerse parte del cuerpo de su madre en 2019
Alberto estaba tranquilo. Todo había sucedido muy rápido. Un policía notó que su boca estaba manchada. Seguramente nadie quiso confirmar lo que sospechaban. El forense recogió una muestra que luego confirmó que esos restos pertenecían a la sangre de su madre.
Ya en prisión, a los pocos días de su detención, una psiquiatra forense mantuvo una larga conversación con el joven en la que le aseguró que no se sentía mal por nada de lo que hiciera. “Me parecía un desperdicio tirar o enterrar esa carne, no quería enterrarla como lo hicieron con mi padre. Además, muchas tribus africanas practican el canibalismo. Si lo piensas, comerla fue mucho más razonable, no fue una falta de respeto”.
Psiquiatras forenses concluyeron que el detenido estaba plenamente consciente de todas sus acciones
Alberto Sánchez fue condenado a 15 años y cinco meses de prisión. Desde entonces ha escrito una carta a la mejor amiga de su madre asegurando que se arrepiente de lo que hizo y que la extraña de vez en cuando.
Los policías recordaron un cartel escrito a mano en su habitación que decía: “Aquí no se tira nada”.
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