Acompañar y escuchar, claves esenciales de la asociación Mirabal de Betanzos para ayudar a las víctimas de violencia de género



Las mariposas inundan la pequeña tienda la asociación Mirabal en Betanzos. Son morados y rosados, grandes y pequeños; Algunas están dibujadas y coloreadas por los niños, pero todas tienen el mismo significado: sin cambios no hay mariposa. Ese es el mensaje que encuentran aquí las mujeres que acuden a pedir ayuda en situación de violencia de género. “No me gusta llamarlas víctimas, son usuarias. Son mis niñas, mis mariposas”, subraya Ana Saavedra. Ha presidido la asociación durante más de 15 años. “Hay muchas mujeres que sufren abuso y no lo saben. Vienen, nos cuentan su historia e incluso preguntan si eso es abuso”, explica. “Ni siquiera saben por dónde empezar. Y para eso estamos aquí”.

En un lugar muy discreto, lejos de miradas y comentarios (“porque en los pueblos pequeños nos conocemos todos y se sabe y se habla de todo”) se encuentra este espacio de seguridad. “Aquí les escuchamos, sin juzgarles, nos ponemos en su lugar y les damos asesoramiento jurídico y psicológico. Pero, sobre todo, les acompañamos”, nos cuenta Ana. Esa palabra, acompañar, es precisamente fundamental. Porque los acompañan al médico, a recibir el parte de lesiones, los acompañan a la comisaría, a poner la denuncia, los acompañan a los juzgados, a declarar, y los acompañan diariamente, a hacer trámites, buscar trabajo, distraer a los más pequeños…

“Es nuestro trabajo principal. Darles confianza, hacerles saber que no están solos. A muchos de ellos tenemos que hacer trámites burocráticos, pedir ayudas o citas con las administraciones”. Porque, dice Ana, “muchos de ellos están cancelados, creen”. que no saben hacer nada, que no sirven para nada, porque eso es lo que les hicieron creer.

Ana fue víctima de violencia de género

Ana sabe de lo que habla porque antes de ayudar a todas estas mujeres ella lo padeció. “No soy una víctima, soy un sobreviviente” subraya. Y tiene razón. Ana sufrió dos agresiones físicas que la dejaron con consecuencias para toda la vida: “en el primer ataque me cortó el cuello, no tengo tiroides, y en el segundo me pegó en el ojo y tengo la marca, por eso Lo cubro con el pelo”. Hablamos del año 2001, cuando tenía 27 años y una hija de dos años y medio. Fue precisamente ella, su hija, quien le dio la fuerza y ​​el coraje necesarios para luchar y seguir adelante.

“En aquel momento no había ninguna ley sobre violencia de género. La guardia civil a la que presenté la denuncia Lo rompió delante de mí después de intentar convencerme. que no había sido gran cosa, que mi exmarido me amaba. La mentalidad sexista, aún más pronunciada en las zonas rurales, culpaba a las mujeres. “Algo harías”, me dijeron, si tu marido te golpeara. Lamentablemente, sigue sucediendo hoy”. A pesar de las dificultades, y con el apoyo de su familia, que hasta el día de hoy aún sufre al recordar los episodios vividos, Ana logró salir de ello. “Mi caso fue más fácil, así que hablar. , porque fueron agresiones físicas. Lo suficiente como para abrir los ojos y decidir que no merecía eso. Lo malo es cuando la violencia es psicológica, porque te minan, te quitan capacidades, te golpean durante años… por eso admiro a las mujeres que logran escapar de ese tipo de abuso”.

Después de sobrevivir a los ataques de su exmarido y salvar a su hija, Ana comenzó a ayudar a otras mujeres. Lo hizo de una manera particular: “se me acercaron en la calle para pedirme consejo, me preguntaron cómo había salido de eso”. Varias mujeres después, y alentadas por el exalcalde Betanzos, Ramón García, que conocía su trabajo, decidió constituir la asociación Mirabal que, 15 años después, ha acumulado numerosos premios y reconocimientos. Un punto de encuentro donde se ofrece todo tipo de información y consejos a las mujeres y se les anima a denunciar, porque como nos dice Ana, “parafraseando a doña Emilia Pardo Bazán, lo que no narramos, no existe”.

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