«Matar a una rata tiene igual pena que ocultar el cadáver de mi hija»


Hace siete años, un día como hoy, Juan Carlos Quer estaba de vacaciones en Benicasim. Pasó unos días solo y Confiesa que tenía un mal presentimiento a su alrededor, a pesar de que su personalidad -hasta que la peor desgracia arrasó con su vida- no era propensa a atender este tipo de señales. «Me llamó mi hija Valeria y me dijo que Diana había desaparecido. Cogí el coche y me fui a Madrid y de allí a A Pobra sin parar».

Diana Quer, su hija de 18 años, había desaparecido cuando regresaba de madrugada a la casa familiar donde veraneaban en A Pobra do Caramiñal (La Coruña). El pueblo estaba en pleno apogeo, pero ella, Diana, nunca se habría ido sin previo aviso. Ni siquiera tenía su documentación y su teléfono celular era imposible de rastrear. Casi 500 días después, la Guardia Civil encontró su cuerpo en un pozo sellado dentro de una nave de Rianxo. José Enrique Abuín, ‘el Chicle’, un depredador sexual, condujo hasta ese lugar a los agentes, que el día de Navidad de 2017 intentaron hacer lo propio con otra chica de Boiro, que escapó siendo su segunda víctima mortal.

Sonríe a la vida

“No aprendemos como sociedad que hay personas que son errores u horrores de la Naturaleza y que nunca serán rehabilitadas”, reflexiona Juan Carlos Quer al otro lado del teléfono mientras hablamos de la tres condenas por delitos sexuales y asesinato (prisión permanente revisable) que acumula ‘el Chicle’. “Más que narcotráfico”, me recuerda. Ella está estos días en A Pobra, a punto de llegar su hija Valeria, una adolescente que el infierno que vivió su familia casi se la lleva. “Poco a poco le empieza a sonreír a la vida”, cuenta su padre, centrado en recuperar la única que le queda y que ahora tiene 23 años. A pesar del dolor insoportable de otro 22 de agosto, o precisamente por eso, Juan Carlos dice que no podría estar en otro lugar. “Vengo aquí porque me siento cerca de mi hija”.

La otra parte de su vida está dedicada al legado de Diana, como él lo llama. Empezó esa retorcida Nochevieja de luto en 2017, cuando sacaron el cadáver sumergido y lastrado de su niña, un cuerpo agarrotado por el sufrimiento causado por el depredador. Y lo vio claro durante los 700 kilómetros que recorrió en el coche fúnebre desde Santiago a Pozuelo cargando los restos mortales de Diana. Ese legado sucede porque su muerte atroz sirve para algo: que no vuelva a suceder, que no haya violadores y asesinos libres y descontrolados.

Azote de “golosinas”

Juan Carlos consiguió 2,3 millones de firmas contra el derogación de la prisión permanente cuando la Corte Constitucional aún no se había pronunciado y aparecieron voces políticas críticas con esa pena. Desde entonces se ha convertido en un icono para las familias que han pasado por lo mismo que él y en un flagelo de la “buena gente”, como él los llama, siempre al margen de la militancia política.

«Me siento muy orgullosa del cariño que logró despertar Diana. Ese fue el mensaje que recibí en ese viaje que no se lo deseo a nadie», reflexiona. «Es una carrera de fondo que continúa. no conseguimos eso ocultar el cadáver después de un crimen era causa de prisión perpetua. Es una asignatura pendiente. Primero, porque es inhumano no tener un lugar para llevarle flores a tu hija, y segundo, porque facilita la impunidad del sujeto. No puede ser que matar una rata tenga la misma pena que esconder el cuerpo de mi hija.

Quer recuerda a los padres que siguen viviendo en esa angustia sin fin, como los de Marta del Castillo, los de Marta Calvo y tantos otros a los que ha apoyado (“y apoyaré”) siempre que se lo han pedido. Su contundencia también le ha ganado algunos enemigos, pero aunque no da nombres, muchos han intentado atraerlo a sus filas políticas, algo que asegura que nunca hará.

«Mi única causa es que de todos estos niños y niñas y de la política se ensuciaría. Poder actuar perfectamente desde el exterior como lo demuestran los millones de firmas que recolectamos. La vida de las niñas no es de derechas o de izquierdas», insiste.

Juan Carlos no faltó un día al juicio donde se condenó al asesino de su hija en la Audiencia de La Coruña. Sentado en las primeras filas de público, a menos de tres metros de ‘el Chicle’, escuchó y vio la aterradora historia de la tortura a la que sometió a Diana. Curtido en la ferocidad del sufrimiento, cuenta que sigue la evolución y los casos de prisión permanente. “Detrás de cada uno hay crímenes horribles sobre los más vulnerables, niños quemadoslos niños pasaron por las montañasniñas tan jóvenes… No es una pena prevista para alguien que ha causado daños menores».

Le resulta insoportable escuchar que esta sentencia va en contra de la rehabilitación. «En el caso de mi hija, ¿alguien puede creer que esta persona se va a rehabilitar? Un individuo, el padre de una niña, que mete a dos niñas en la cajuela de su carro, que a la segunda no la tira al pozo porque logra escaparse de ella, que ella quería cobrar 10.000 euros por dar una entrevista… ¿Qué indicios hay de que podría estar de vuelta en la sociedad?

Juan Carlos, después de todo este tiempo, mantiene una convicción: hay casos evitables y airea una máxima de sentido común. «Educación y prevención no son incompatibles. Tenemos que seguir exigiendo responsabilidades al juez o al funcionario que libere a ciertos individuos, como Lardero, por ejemplo”.

El legado de Valeria y Diana son su razón de ser, las razones de la cordura. En A Pobra, los tres se encuentran estos días: los vivos y la memoria.

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