Un recuerdo y homenaje a Alberto, este martes en el Museo de Santa Cruz


Este martes 21 de noviembre, a las 19 horas, se presentará el libro en el Museo de Santa Cruz de Toledo ‘Alberto: palabras de y para un escultor’, editado por Almud Ediciones de Castilla-La Mancha y que coordinado por el periodista Enrique Sánchez Lubián. Consta de tres textos del propio Alberto Sánchez, además de 12 colaboraciones de Jaime Brihuega, Consuelo Amo, Antonio Leyva Sanjuan, José Corredor Matheos, José Rivero, Ángel del Cerro, Jesús Romero; Gabriel Cruz Marcos, Jesús Fuentes, Rosario Romero, Luis Peñalver y el propio Sánchez Lubián. El libro es un reconocimiento desde diversas perspectivas de la relevancia de este escultor y pintor, toledano y universal.

En el acto de presentación participará el director del Museo de Santa Cruz, Antonio Dávila; el presidente de la Asociación de Amigos del Museo Santa Cruz Vivo, Rafael García Serranoel coordinador del libro y, en nombre de los autores, el historiador del arte romero romero Notario.

El 8 de abril de 1895 nació en Toledoen una modesta casa del barrio Las Covachuelas, Alberto Sánchez Pérezquien años más tarde se convertiría en uno de los creadores visuales más importantes y revolucionarios del arte español del siglo XX.

Antes de poder dedicarse exclusivamente a la pintura y la escultura, Alberto trabajó desde pequeño en los más variados oficios: porquerizo, ayudante de herrero, zapatero, yesero y panadero.

La familia de Alberto era muy humilde. Su padre, Miguel Sánchez Gutiérrez, fue pastor y luego panadero en una panadería. Su madre, Amalia Pérez Pardo, era natural de Bargas y era sirvienta.

Con un burro, el niño Alberto recorría puestos de cigarros y ventas repartiendo el pan que su padre había horneado horas antes. En esos caminos y caminos, observando la tierra, el Tajo, el campo y sus colores, encontró respuestas a muchas de las inquietudes artísticas que le surgirían años después, cuando Junto a Benjamín Palencia crearon el Colegio Vallecas.

En 1905, en busca de un mejor horizonte económico, su familia se traslada a Madrid. Permaneció en Toledo, trabajando en una fragua. Las chispas del incendio dañaron su vista y a los doce años abandonó la ciudad para reunirse con sus padres.

En la capital quiso ingresar a la Escuela de Artes y Oficios para aprender a dibujar, pero no lo admitieron porque carecía de educación primaria, por lo que se vio obligado a ser autodidacta. Y mientras visitaba museos para descubrir a los grandes maestros de la pintura y la belleza del antiguo arte ibérico, Alberto modelaba yeso en el taller de un escultor-decorador, aprendía a leer y escribir y dibujaba en los cafés madrileños.

A los veinte años volvió a la profesión de panadero.que mantuvo hasta que nos vayamos a melilla para realizar el servicio militar. En aquellas tierras, y sin más obligaciones que las derivadas de su estancia en el Ejército, Alberto dibujó sin parar y se adentró en la escultura, tallando piedra caliza y madera. De regreso a Madrid, ya graduado, regresó a la panadería y allí permaneció hasta 1926cuando su nombre ya empezaba a ser conocido en los círculos artísticos, La Diputación Provincial de Toledo le concedió una becadurante tres años, para poder dedicarse al arte.

La cantidad cedida, a petición de varios artistas madrileños, fue 2.500 pesetas anuales, equivalente al salario de un oficial de panadería. Gracias a esta ayuda, Alberto Sánchez Pérez se convirtió en Alberto, el artista brillante, único e irrepetible que quiso dar un sentido español y castellano a las vanguardias que llegaron más allá de nuestras fronteras. Pocos artistas como Alberto han cosechado tantos elogios por parte de escritores, pensadores o creadores contemporáneos. Y también hoy. En los textos que nos han dejado sobre él figuras como Rafael Alberti, Pablo Neruda, Jorge Oteiza, Luis Buñuel o Miguel Hernández.

Alberto murió en Moscú 1962, donde acudió durante la Guerra Civil para enseñar dibujo a los niños y niñas que la República evacuó a Rusia durante el conflicto. Desde su partida, no pudo volver a españa. Su amor por nuestro país y nuestra cultura se trasladó a todos los decorados que allí creó para ballets, obras de teatro y películas inspiradas en obras de García Lorca o nuestro universal Don Quijote.

El hecho de que Alberto abandonara España en años tan turbulentos y nunca regresara contribuyó a Un espeso velo de olvido, silencio y desprecio se cernía sobre su figura y su obra.. En las páginas de este libro se dice que cuando se inició el redescubrimiento y recuperación de Alberto en los años 70, fue como encontrar una pieza clave para entender la evolución y continuidad de las artes plásticas españolas durante el siglo XX. Así como en todo dispositivo mecánico siempre hay una pieza que une y articula otras piezas para que el dispositivo pueda desarrollar su máximo potencial, las obras del escultor toledano también cumplen esta función.

Este libro comienza con textos publicados hace más de dos décadas en las revistas Almud y Añil.coincidiendo con la gran exposición que se hizo sobre Alberto en el Museo Reina Sofía de Madrid en 2001, cuya autoría corresponde a Jaime Brihuega, Antonio Leyva y Consuelo Amo. Al igual que en los caleidoscopios antiguos, los cristales de colores forman formas caprichosas a medida que los giras más o menos, Estas obras se complementan con otros textos firmadas por José Corredor-Matheos, Rosario Romero, José Rivero, Ángel del Cerro, Jesús Romero, Jesús Fuentes Lázaro, Gabriel Cruz Marcos, Luis Peñalver Alhambra y Enrique Sánchez Lubián, que contribuyen a acercarnos a la obra de Alberto desde lo disciplinar y diverso aborda, poniendo de relieve la riqueza y el valor de este artista singular, que no deja indiferente a nadie y al que tanto le debe el arte español contemporáneo.

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