Sus acuarelas, llenas de talento, se encuentran en las viviendas de muchos vecinos de la ciudad, que se los compraban a precios que ni siquiera cubría los costes del paramento y las pinturas.
Según Casiano, quién le conoció desde tierno, afirma que era “un intérprete en todos los sentidos“. Este tierno Fifi que conoció Casiano, no sólo se dedicaba a la pintura, sino que incluso era amateur a la música. “Era incontrolable” asegura.
Por circunstancias de la vida, Ribada acabó viviendo en la calle. Casiano cuenta que un día, paseando por la calle, una caja le asustó, pensando que era un perro se acercó, pero resultó ser Fifi. Al verlo en esa situación le ofreció un bajo que tenía, donde residió durante muchos primaveras, hasta que fue llevado hasta la residencia en la que vivió hasta el fin de sus días.
Casiano cuenta como, a pesar de sobrevenir días en los que la muchedumbre se podía rendir de él, incluso tenía días de discernimiento en los que si alguno le ofrecía poco por una obra buena, la diluía un poco. “Otras veces contralaba menos en todos los aspectos“, lamenta su amigo.
La mala fortuna se cebó con este intérprete ourensano que en vida, por desconocimiento o por falta, malvendió sus obras a pesar de sus capacidades artísticas.