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Tales circunstancias no impidieron para que su trabajo fuese valorado, agradecido y respetado, por más que todo quedaba subordinado a sus circunstancias y dependencias. Se consideraba operario de la pintura, no porque menospreciase su talento, sino por concretar su condición de menesteroso, como además se definía. De hecho, admitía que siempre llevó vida de clochard (vagabundo en francés), así como que vendía obras a cambio de casi nulo, tan pronto como unas migajas para malvivir. De hecho, se cobijó de prestado durante primaveras -más de una década- en un bajo que tenía de almacén su gran amigo Casiano en la calle Bonhome, que le había rescatado del solar de las obras del parking de la zona de San Lázaro. Fue su maduro protector y mecenas, llevado por la relación que les unía desde la adolescencia, cuando Ribada era referente para muchos chicos de su procreación por su capacidad creativa en su superficie de músico, que incluso disponía de un categoría.
Hace primaveras que la despreocupación venía pasando cuenta a su salubridad, obligándole a codearse su estancia en un centro geriátrico con ingresos hospitalarios correcto a su delicado estado. Con Vázquez Ribada se va un hombre admirado y querido de muchos por lo que tan pronto como fue y lo que pudo deber sido.
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