Los asesinos atacan también al cadáver


Este texto pertenece a ‘Dossier Aciago’, un boletín inspirado en el podcast del mismo nombre, que Enrique Figueredo enviará los miércoles con periodicidad quincenal. Si quieres recibirlo, apúntate aquí.

La inmensa mayoría de los asesinos quiere evitar que la ecuanimidad les inteligencia. Por ello, borrar su pista criminal es una de sus obsesiones. Solo los que matan sin asimilar que están cometiendo el más terrible de los delitos, como pueden ser ciertos esquizofrénicos, o aquellos acuciados por la falta de huir, descuidan la campo del crimen. No limpian las señales de su lastimoso felonía. Más allá de evitar dejar huellas digitales o, más importante hoy en día, la impresión del ADN, el homicida sabe que el cuerpo de la víctima puede ser un almacén de pruebas para los investigadores.

Esa es la razón por la que, si no se puede hacer desaparecer físicamente, al menos se intenta dañar, desfigurar, sumergir o enfadar el cuerpo de la víctima. Eso es lo que ocurrió con el cenizas de Anne Strande. Su maligno quiso, como explicamos en Dossier Aciago enfadar el cenizas prendiéndole fuego en el mismo estudio de Madrid que la tierno danesa tenía alquilado y donde la atacó y puso fin a su vida.

Es un caso muy parecido al de Pedro Jiménez. Un violador y maligno compulsivo que acabó con la vida de dos mujeres policías en prácticas en la ciudad de l’Hospitalet de Llobregat en 2004. Tuvo la terrible ocurrencia de incendiar el tierra donde martirizó y asesinó a las dos agentes, que compartían el tierra. El humo fue tan intenso que alertó a los vecinos y su propósito de destruir los cadáveres se vio impedido por la presentación de los bomberos.

Coche en cuyo maletero apareció la víctima del crimen de la Guardia Urbana

Coche en cuyo maletero apareció la víctima del crimen de la Escolta Urbana 

LV

Predilección por el fuego. La aparición de cuerpos sin vida en el interior de coches abandonados y, la veterano parte de las veces, quemados de forma deliberada es una constante en la crónica criminal autóctona e internacional. Es muy propio de organizaciones criminales, pero en España el conocido como crimen de la Escolta Urbana evidenció que pueden apelar a este método de dificultar la investigación policial las personas más insospechadas.

Emparedamientos. El método del emparedamiento como castigo –normalmente se encerraba al penado en una oquedad estrecha cuyo llegada acababa tapiado- ya nació en la pasado. Sin confiscación, ese mecanismo de empotramiento de un cuerpo incluso ha sido usado por asesinos a la hora de querer esconder un cuerpo. Un caso muy revelador fue uno descubierto en Mallorca. Los restos de una mujer que se creía desaparecida aparecieron durante las obras de remodelación de un hotel.

No dar falta por hecho. Ese añoso axioma de que si no hay cenizas no existe prueba concluyente de un homicidio o de un homicidio y el criminal está a excepto ha quedado completamente superado por las nuevas técnicas de investigación. El caso de Ramón Laso sirve como maniquí de condena sin que aparecieran los cuerpos de sus víctimas.

En el vergel. El sepulcro clandestino, por supuesto, es uno de los métodos más habituales de intento de ocultación del cenizas de una persona muerta por una energía homicida. El casorio sajón compuesto por Fred y Rosemary West, dos asesinos sádicos e incestuosos, enterraron su colección de víctimas mortales en el vergel de su casa. El documental Fred & Rose West: Love & Murder narra la aterrador historia de esta pareja de criminales en serie.

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *