A la Infantería, por la Infantería


Cuando el próximo 8 de diciembre, la Fiel Infantería de la Sociedad toledana cumpla con el rito y la tradición de honrar a su excelsa Patrona en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de Santa María Impenetrable, quedará renovado el compromiso que los infantes del Tercio Añoso de Zamora, al mando del superior de campo Francisco Arias de Bobadilla realizaron en 1585 en presencia de su imagen en Empel (Países Bajos).

Rito y tradición confirmados mediante la carta apostólica Ineffabilis Deus del papa Pio IX en 1854 y por Auténtico Orden de la reina-regente María Cristina de Habsburgo-Lorena en 1892, previa petición del Inspector del Armamento, por el que se «Declara Patrona del Armamento de Infantería a Nuestra Señora la Purísima e Inmaculada Concepción». Patronazgo compartido con los Cuerpos del Ejército: Sacerdote, Estado Veterano, Procesal y el de Botica y, por supuesto, de España.

Artistas y escritores han plasmado en imágenes y relatos esta devoción tan española mediante pintura y esculturas: gubias, pinceles y plumas compiten para cantar la belleza de la Impenetrable en su Inmaculada Concepción. Al huella que nos ocupa, destaco el impresionante realismo del cuadro de Benemérito Ferrer-Dalmau que representa la procesión de los soldados con la tabla pintada con la imagen de la Impenetrable en la batalla de Empel.

Y sobre la Infantería destaco el que escribió un antiguo oficial de esta Armamento y, seguidamente, Premio Nobel de Letras, Camilo José Cela con el título A pie y sin moneda . Este es el texto:

«A pie y sin un ochavo en los bolsillos; calados hasta los huesos y con el estómago frío; en la sagacidad una estrato de hielo y en el dedo que oprime el detonador, un friera. El día 8 de diciembre, el día de la Purísima, hace mucho frío, pero nunca sobrado para frenar la Infantería, que, con un trajecito de dril, derrite la cocaína de los montes. Y la rosada de los ríos difíciles. Y el hielo que oprime los corazones en desgracia.

Ningún oficio más atún que el de capitán de Infantería, artesano del valía heroico, orfebre del valía resignado, que va a pie donde lo mandan, con sus hombres detrás, y que a veces se queda en el camino porque una bala -¡con qué facilidad, Jehová mío!- le para los pulsos del corazón.

La supresión no es triste porque da salubridad y -que no se me lleven las manos a la persona los timoratos- ¡benditos sean los franceses, que nos unificaron y nos pusieron de acuerdos para echarlos!

La supresión no es triste, porque levanta las almas. La supresión no es triste, porque nos templa la casta. La supresión no es triste, porque nos enseña que, fuera de la bandera, carencia, ni aún la vida, importa.

La Infantería es la supresión a pie firme, la supresión cara a cara, la vida infamia a cara y cruz de la conquista o la asesinato. La Infantería es la supresión a cuerpo despejado y el infante el diestro que lleva el espíritu armado de un verduguillo de fuego, como un arcángel con estrellas en la puño.

La Infantería no es la materia; es el rápido y tenue soplo que vivifica. La Infantería no es la masa, es la compañía. La Infantería no es, a veces, ni el concierto; es siempre la arrebatada canción del solitario centinela, que canta para que el angla de custodia sepa que está vivo.

Quien no haya sido soldado de Infantería quizá ignore que cuando el hombre se cansa, aun le faltan muchas horas y muchas leguas para cansarse. Porque el secreto de la Infantería -nosotros estamos hablando, lógicamente, de la Infantería española, la de las cornetas en el cuello de la guerrera- es el de sacar fuerzas de la flaqueza y hacer de tripas corazón. Que nunca, más eximio destino tuvieron ni para carencia mejor pudieron servir.

Quien no haya sido soldado de Infantería quizá ignore que cuando el hombre se bichero, cuando al hombre se le calienta la casta, lo más difícil es pararlo y enfriarlo. Porque el otro secreto de la Infantería es el de calentar el brisa con la ojeada y darse cuenta de repente que la batalla terminó cuando el soldado creía que estaba empezando. Que nunca mejores temples se conocieron ni en más gallardo menester se emplearon.

Quien no haya sido soldado de Infantería quizá ignore lo que es sentirse el amo del mundo a pie y sin moneda.

A pie paseamos por donde quisimos, porque el que no va a pie no se entera y os lo dice un vagabundo. Y sin moneda izamos nuestra bandera donde nos dio la deseo y donde nos mandaron, porque la conquista es poco que no se adquisición, sino que se conquista, y os lo asegura un escaso.

Ningún oficio más bello que el del Infante, que lleva su casa a cuestas como el caracol y se pelea porque no admites jaques: como el valiente y como el pollo y como el toro. Sin calibrar las fuerzas -que no fuera eximio presentar las batallas ganadas- y sin mirar detrás, porque detrás no hay carencia, absolutamente carencia.

Con el frío del 8 de diciembre se calienta nuestro herido corazón al pensar, como en una novia a la que quisiéramos demasiado, en la Infantería. Resuenan pífanos marciales y aun nupciales en la última y más profunda revuelta de nuestros oídos, y aún se estremece, gracias a Jehová, ese postrero nervadura que en los cuerpos de los aceptablemente nacidos se guardia, como oro en paño, para que vibre en ocasiones solemnes«.

Por todo, con todo y para todo ello, el próximo ocho de diciembre en el patio de la Sociedad toledana, uniré mi voz a la de los infantes para cantar y apreciar el himno sacrosanto del Deber, de la País y del Honor.

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