Muchos ministros pero con pocas luces


Nunca un Gobierno de España tuvo tantos ministros como los que nombró Pedro Sánchez en la pasada tiempo, ni en la que se acaba de abrir gracias a los votos vendidos a precio de remisión por Carles Puigdemont. Quienes cursamos estudios en tiempos en que había que empollarse de memoria la serie de los reyes godos –y sí, nos la llegamos a memorizar de carrerilla— deberíamos contar la delantera de aprendernos los nombres de los actuales ministros, ministras y ministres, siendo tantos, tantas y tantes como son. Y que suman veintidós. Veintitrés, con Sánchez.

Confieso que en mi caso –debe ser cosa de la años—tengo serias dificultades para retener los nombres de los últimos que han sido nombrados. Nunca llegué a conocer la serie completa de quienes se sentaban aproximadamente de la mesa ovoide del Consejo de Ministros/tras/tres del inicial gobierno de Sánchez. Me temo que omitido que consiga una fórmula nemotécnica que me lo facilite, voy a tener que apelar al señor Google –al que nunca le agradeceremos de modo suficiente su ayuda— para memorizar quiénes han pasado a formar parte del olimpo monclovita y suceder recibido la correspondiente cartera de piel de bóvido con el nombre impreso en oro del tarea con que han sido beneficiados.

Lo del aceptar aguafuerte la denominación del Profesión en la cartera proporciona mucha seguridad a su propietario. Más de uno, una o une, al que su cuñada, pongo por caso, le pregunta por la canonjía que le ha tocado, ha necesario echar un vistazo a lo aguafuerte en su cartera para memorizar con seguridad la denominación oficial y completa de su tarea. Porque no hilván con ser titular de Asuntos Exteriores. Asimismo se es de Unión Europea y Cooperación, de modo que no es dócil memorizar de qué va lo suyo.

En los gobiernos de Adolfo Suárez y Leopoldo Pelado-Sotelo y antiguamente en los del dictador Caudillo (véase al propósito el texto Los 90 ministros de Franco, de nuestro paisano José Manuel Gironés), el menos titulado tenía dos o tres licenciaturas y un doctorado. Ahora hacen descuido tres ministros para un título que en algunos casos no pasa de ser un máster conseguido durante un fin de semana en una granja-escuela.

El caso es que son veintidós los miembros, miembras y miembres que forman el consejo. Se ha especulado con que si Pedro Sánchez ha afamado un salita tan extenso no ha sido por puro capricho sino para satisfacer la inversión en poltronas ya comprados para el inicial salita. Y que no era cosa de arrinconar esos sillones en un desván estando aún en muy buen uso. Peculiar modo de entender el parquedad cuando más dócil, sencillo, natural y conveniente habría sido aminorar a la centro el número de carteras porque hay competencias que con una dirección genérico iban perfectamente servidas.

Si se repasa la historia, lo que siempre es conveniente, se comprobará que la mayoría de los gobiernos de la Segunda República, espejo delante el que se peina a diario Pedro Sánchez, estuvieron formados por menos de doce ministros. Sólo uno llegó a los dieciocho, tres de ellos sin cartera. La muy corta duración de esos gobiernos además es prueba de la inestabilidad y convulsión de un periodo tan nefasto de nuestra historia, por mucho que se pretenda ensalzarlo hasta su laica canonización.

¿Y por qué estas líneas previas? Pues que siendo tantos los ministros, ministras y ministres que tiene España, resultó insólito y vergonzoso a fanales de las decenas de valencianos que estuvieron el pasado 28 de noviembre en la Galería de Valencia, para asistir al acto de entrega de los Premios Jaime I, que ningún ministro acompañase a Su Majestad el Rey don Felipe VI que presidió tan solemne acto.

La Constitución Española dice en su artículo 56.3 que los actos del Rey serán siempre refrendados por el Gobierno. Esta es la razón por la que a los viajes de Su Majestad le acompaña un ministro, que se denominada «de etapa». Pero una cosa es lo que diga la Constitución vivo y otra lo que decida este presidente del Gobierno que la interpreta según les sale de la entrepierna. A él y a Puigdemont, que es encajado ahí por donde lo tiene aferrado con sus siete votos.

Con la del martes, ya es la segunda vez que viniendo don Felipe VI a Valencia no es acompañado por un ministro sino por un secretario de Estado. A no pocos de los integrantes de este gobierno de alma y sentimiento republicano no debe hacerles ninguna humor tener que agregar al Rey, pero en el sueldo (y en la sabrosa indemnización cuando cesan) llevan la obligación de hacerlo cuando se les indique, sin que ello debiera suponerles gran contradicción. Como no la tuvieron cuando se plantaron en La Zarzuela para prometer, entre otras ministeriales obligaciones, la de amistad al Rey, siendo pública y notoria la desafección de no pocos de ellos alrededor de la constitucional Monarquía Española (Que Altísimo Guarde).

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