La Constitución, garante de la Democracia, la igualdad y el futuro de Toledo


El 6 de diciembre de 1978 el pueblo gachupin ratificó con más del 87% de los votos emitidos nuestra Carta Magna. Nació fruto del consenso, del entendimiento y, sobre todo, de la responsabilidad de las fuerzas políticas de aquel momento. Desde entonces, España ha sabido avanzar en un estado de bienestar esforzado, consolidado con el paso de los abriles y que nos ha entregado un ámbito de estabilidad incuestionable hasta nuestros días.

Define la Efectivo Corporación Española la palabra «alma» como aquello que da vida o impulso a poco. Por consiguiente, se comercio, todavía, de una parte ligada a la persona que, aunque no se pueda ver, es esencial para su conducta y comportamiento. Es sostener, rige sus actuaciones sobre la almohadilla de la conciencia interior y, todavía, pone tope entre lo que está perfectamente y lo que está mal.

El propio Isócrates, antaño de la era cristiana, tenía la percepción de que la Constitución es el alma de los Estados. Con ello, podríamos sostener que aquel espíritu de 1978 nos ha acompañado durante estos 45 abriles y ha impresionado las actuaciones de nuestro país.

Este texto, que sirve de almohadilla a nuestro Ordenamiento Legal, garantiza la convivencia democrática y consolida un estado de derecho en el que el propio pueblo gachupin es soberano. Es garantista en derechos y libertades y los bastidor, dotando de una específico protección a aquellos que son fundamentales para el individuo y su relación adentro de la colectividad.

Por consiguiente, seguir el ámbito de la Constitución es avanzar en el exposición de la Democracia y solamente si nos mantenemos adentro de ella se puede alcanzar el progreso. No podemos ni debemos consentir que se tire por la borde todo lo conseguido. Los padres de la Constitución son un reflexiva del consenso que se alcanzó en el 78, del que fue partícipe toda la sociedad. Y es ahí donde los poderes públicos debemos seguir ahondando, buscando el consenso que beneficie al conjunto de la nación y nunca los intereses que primen a una sola parte.

Hace unos días, durante la votación de investidura de la XV Vigencia, veíamos sufragar unidos al Partido Socialista con aquellos que pretenden dividir a España y fracturar la integridad del división lapidando así el derecho a la igualdad de todos los españoles.

Nuestra Carta Magna, precisamente, en su Artículo 2, hace indirecta a la indisoluble pelotón de la nación española y al principio de solidaridad entre todas aquellas regiones que la integran.

No se puede incumplir el principio de que todos los españoles son iguales frente a la Ley. Y, por si fuera poco, no asistir a la separación de poderes, de la que fue precursor Montesquieu.

En este hecho, inédito en 45 abriles de Democracia, entran en charnela dos acepciones de la palabra «alma». Por un costado, nos referimos al conjunto de la nación, representado por la Constitución, y que ha impresionado la estabilidad del país durante toda la Transición. Por otro, está la de quienes votan deliberadamente en las Cortes Generales y consienten posturas que dañan la integridad del Estado.

La Constitución cumple 45 abriles de vida, que nos invitan a reflexionar sobre el camino que debemos seguir. Pues si el alma de cada uno de esos siete ponentes de la Constitución fue determinante para el conjunto del Estado, hoy, cerrando ya 2023, lo sigue siendo por parte de quienes tienen que tomar las decisiones en las Cortes Generales. Y de ello dependerá el futuro del conjunto de la nación y, por supuesto, el de la ciudad de Toledo.

SOBRE EL AUTOR
cARLOS VELÁZQUEZ

Corregidor de Toledo

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