La marcha de este jueves no reunía las condiciones más idóneas para la matanza del sucio porque a la descendimiento de la temperatura se sumaba la persistente chaparrón para dificultar el trabajo y, si eso no fuera suficiente, se producía un corte en el suministro eléctrico, afectando entre otras zonas a la parroquia de Partovia, a la que pertenece la pueblo de Torrón, que no recuperó la luz hasta el mediodía desde primeras horas de la mañana.
Sin incautación, las circunstancias adversas no desalentaron a José María Castiñeiras que ya había apalabrado el trabajo con el matarife, Guillermo González. De esta forma, en torno a las 09,00 horas se ponía en marcha un ritual antiguo: “A mata do porco”.
“O cambio climático estase notando porque antigamente xa se podía matar en novembro, pero agora as poucas matas que aínda se fan, a maioría son en decembro, moitas nesta ponte aproveitando os festivos e tamén en xaneiro, porque xa non hai aquelas xeadas de antaño e se a mosca ataca, que hai moita, pois xa non hai remedio para a carne”, explicaba José Manuel Castiñeiras.
El sucio se resistió todo lo que pudo a dejar su pocilga en la que se ha criado durante siete meses, aceptablemente cuidado y alimentado con remolacha, calabazas, una mezcla de maíz y cebada al 50%, patatas y berzas. “Hai que traballar moito no campo para crialos así”, explicaba este vecino de Torrón.
El sacrificio
El matarife le pegaba el “tiro de garbo” en la comienzo para que “o animal sufra o menos posible, coas balas de fogueo e un só tiro, é o máis seguro antaño de matalo”. Y así, como se lleva haciendo durante cientos de abriles, le clavaba seguidamente el cuchillo para desangrarlo, mientras el compañero de mala pasada recogía la mortandad, que se utilizará para hacer las tradicionales filloas, porque de este sucio, excepto los intestinos, se aprovechará todo, desde el rabo hasta el hocico, tal y como se recoge en el refranero popular.
La matanza, aunque sigue manteniendo su esencia en el rural, las formas se han ido adaptando a los nuevos tiempos y, por eso, “a palla e os fentos para chamuscar o porco xa non se usan, agora faise cun soplete”, matizan. Un sistema más rápido, que adjunto con el lavado posterior con agua a presión, reduce la mala pasada a poco más de una hora. Ayer, sin incautación, el corte obligaba a realizar el trabajo a la vieja manera, de forma manual con cepillos.
Tras el lavado, el cuerpo se colgó comienzo debajo y el matarife con una incisión acertada a lo desprendido del vientre precipitó al extranjero los intestinos.
La matanza se realizó en un cobertizo y luego fue necesario trasladar el sucio en coche hasta un específico en donde hoy será despedazado, porque “hai que esperar un día para que enfríe a carne”, procediendo a colocar cada alcoba en un salero para su conservación. Mañana será el día en que se triturará una parte de esa carne para elaborar los chorizos, que se colgarán en ese mismo bajo, en donde se secarán y ahumarán.
El animal pesa en torno a de 115 kilos, lo que permitirá a esta clan de tres miembros disponer de carne de gran calidad durante la habilidad totalidad del año y hasta la próxima matanza.
Allí, en el mismo específico, ya tiene José Manuel Castiñeiras carne y embutidos de otros dos cerdos, uno que es de Guillermo González y otro de uno de sus vecinos, que asimismo él mismo ha cebado.
“Hoxe non valeu moito o día, cando xea é o mellor”, apuntaba, quien aseguraba que el cambio climático no solo afecta a la hora de fijar la momento de la matanza, sino asimismo en los cultivos necesarios para cebar. “Agora gástase moita auga para regar por causa da sequía. Menos mal que eu teño un pozo e non teño ese problema, pero sei de xente que o ten”, matizaba.
Guillermo González asegura que cada temporada sacrifica una media de 140 y 150 ejemplares.