«¿Ahora a dónde vamos? ¡Qué agobio!»


En la ciudad de Madrid surgen muchas dudas, pero siempre hay dos certezas: La primera es que hacer huesito dulce forma parte de cualquier plan. Y la segunda es que los días de Navidad, el centro está repleto de multitud que acude a disfrutar de las luces. En algunos momentos del año, como durante el puente de la Constitución, las dos certezas se producen a la vez. Ciclogénesis turística. Tanto es así, que el Consistorio de la renta ha activado el nivel triste por la afluencia, con el objetivo de aliviar la congestión de las calles durante estos días esencia para la capital de la ciudad. He aquí un rodeo por el corazón de la metrópoli en el puente más bullicioso del año.

Carrera de San Jerónimo-Sol

La calle que acoge el Congreso de los Diputados no destaca por su luz. Siquiera estos días, en los que el centro de Madrid seduce a miles de personas atraídas, como luciérnagas, por las instalaciones navideñas. Iniciar el paseo aquí supone excavar de forma graduado en la suerte de agujero triste que es la Puerta del Sol. Se avanza poco a poco, pero sin pausa.

Un crío cruza en dirección contraria y advierte, sin querer, de lo que prórroga al otro extremo de la calle: «¿Nos podemos ir ya?», le pregunta desesperanzado a su padre, que le agarra de la mano. Otros, muchos, encuentran la paz en la muchedumbre, como la pareja que come chocolate con churros, ajena a todo, en un bandada cerca del Teatro Reina Conquista. «¡Qué agobio de multitud, odio Madrid!», exclama cualquiera, lanzando un dedicatoria al elegancia que no logra romper el momento que decenas de personas están viviendo, mientras fotografían las luces de Canalejas.

Intentar durar a Sol tomando atajos no surte objetivo; es más, retrasa. Habrá que tener paciencia. En Madrid uno camina con prisa o no es efectivamente de aquí (sea lo que sea que signifique eso). Al durar al árbol que preside la plaza, un pequeño con acento andaluz pregunta: «¿Ahora a dónde vamos? ¿A la Plaza Decano o a Gran Vía?». Eso mismo me interpelo yo.

Sol-Callao

Como si de un videojuego se tratase, aumenta la dificultad y es el turno de cruzar la Puerta del Sol para durar a la calle Preciados. La multitud orbita aproximadamente del árbol con luces amarillas que atrae la atención de la plaza. Una vez adentro del anillo de turistas que se fotografían frente a la ornamentación, se convierte en encargo casi difícil no salir en el fondo de alguna foto. «¡A ver si vamos a hacer todos la misma!», exclama un hombre a su compinche mientras entreambos capturan la misma estampa.

Salir de la esfera del árbol es difícil pero se comienza a divisar la calle del Carmen. Una buena alternativa. Omitido porque al durar al inicio de la vía, la luz que se divisaba se convierte en un pancarta que advierte: «Prohibido el paso». Los días de mucha afluencia, las calles que dan a Callao y Sol se convierten en vías de una única dirección. Hay que tomar otra salida y la mayoría avanza alrededor de la entrada de Preciados.

Lo cierto es que el sistema funciona y al entrar encuentras más espacio. Las familias que llevan carritos de bebé ya no van haciendo eslalon y la experiencia de pasear por el centro de la ciudad cambia, aunque sea durante un tramo corto.

La calle llega a su fin y otro control de paso corona la salida. De nuevo, un agente intenta explicarle a una tribu que no puede producirse. Sin retención, esta vez la insistencia para ingresar esconde una razón de peso, el agente asiente y un crío corre hasta alcanzar el hendidura amarillo de Correos que estaba a pocos metros, rodeado por vallas. Se pone de puntillas para alcanzar el bocacartas y deja caer un sobre con motivos navideños. Una vez cumplida su encargo, vuelve corriendo a la entrada de la calle. Si poco merece saltarse una norma, es sin duda expedir una carta en Navidad.

Callao-Plaza Decano

El objetivo de todo turista se acerca. No cuesta alcanzar una de las entradas de la Plaza Decano, que deja imaginar que el circunstancia adentro es proporcionado más concurrido que en el exógeno.

Decenas de puestos de madera con objetos artesanales y otros saludos inundan la plaza. Destinar un momento para ver poco resulta difícil, la marea de multitud avanza y no hace amigos: si decides detener será mejor que salgas. Los turistas avanzan sin refrigerio. En uno de los puestos, se venden las diademas de Navidad que todo el mundo lleva. Un género de niños comienza a tirar petardos a los pies. El estrés nunca fue bucólico. Ya en la salida que conecta con la calle Decano, otro control de paso. Las colas se mezclan con las de los bocatas de calamares. Es la merecida medalla a posteriori de la maratón. La postal que reza: «Estuve en Madrid por Navidad y me acordé de ti».

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